 
                            Después de perderlo todo Isabela decide reconstruir su vida.
Entre lágrimas y aprendizajes, descubre que el destino puede sorprender con un nuevo amor y una nueva vida…
Uno capaz de sanar su corazón y enseñarle que siempre es posible volver a soñar y a vivir.
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Capitulo:21
ISABELA:
Luego que salimos de la fiesta de Amelia, le pedí a Vladímir que me llevara a mi casa porque me sentía agotada y así lo hizo sin más.
La verdad fue muy amable y considerado, pensé que ocurriría algo más entre nosotros, pero el chico es muy caballeroso y solo estuvo bromeando de cosas que pasaron en esa fiesta de compromiso.
En estos momentos nos encontramos de camino a almorzar con su abuelo y solo miro por la ventana del auto la gran ciudad y como las personas se mueven de un lugar a otro.
Minutos más tarde estamos frente a un lujoso restaurante y Vladímir se baja del auto para abrir mi puerta.
—Debo admitir que tu abuelo tiene un excelente gusto.
—Estoy de acuerdo contigo.
Habla mientras entramos al lujoso y hermoso lugar.
—¿Tienen reservación?
Pregunta una hermosa mujer mirando de más a Vladímir.
—Nikolai Petrov.
A la mujer le brillan los ojos literalmente y con una sonrisa dice con voz más dulce y coqueta.
—Sígame por favor.
Mi jefe toma mi mano y entrelaza nuestros dedos mientras caminamos hacia el interior del lugar.
La chica abre una puerta y dice sin dejar de sonreír.
—El señor Petrov los espera, que tengan una linda velada.
Ella se retira y solo suspiro haciendo una mueca.
—Esa chica estaba coqueteando contigo Vladimir.
—Si, lo sé.
—¿Lo sabes? ¿Por qué no le dijiste nada?
Él me mira alzando las cejas.
—¿Estás celosa?
Lo miro con mala cara y ambos escuchamos la voz del patriarca.
—No se queden ahí parados, lleguen por favor.
Sin decir nada más, nos acercamos a la mesa y tomamos asiento.
—Es un gusto volver a verlo señor Petrov.
—El gusto es mío niña, disculpa el haberte invitado sin tiempo de anticipación.
Sonrío.
—Está disculpado.
El hombre se ríe y toda su atención se dirige a su nieto el cual saluda con alegría y comprensión.
Luego de unos minutos de charla, varios platillos de comida llegan y los meseros organizan todo, dejando esos platillos divinamente hermosos.
La verdad no he probado ninguno de estos platillos, pero para todo hay una primera vez.
—Me tomé el atrevimiento de pedir todo, espero lo disfruten.
Vladimir y yo asentimos para luego disfrutar de los ricos platillos que la verdad me encantan bastante.
Mientras disfruto, de un momento a otro comienza a darme náuseas y la verdad no creo que esto me esté pasando en estos momentos.
Dejo de comer y llevo una de mis manos a mi boca.
—¿Los platillos no son de tu agrado? Debiste decirme para así pedir otros.
Dice el patriarca preocupado y niego.
—La verdad están deliciosos, es solo que...
Me detengo y cierro los ojos por unos segundos al sentir como la comida sube por mi garganta y me levanto inmediatamente mirando a Vladimir.
—El baño...
Murmuro y él me señala una esquina y sin pensarlo dos veces corro hacia la dirección, abro inmediatamente la puerta y sin tiempo a nada vacío mi estómago en el lavabo.
Mientras siento como mi estómago es jalado hacia arriba, abro la llave para que todo se vaya.
Lavo mi boca con el agua del grifo y me sostengo del borde del lavabo, respirando profundamente una y otra vez.
Siento que me tiemblan las piernas y el rostro me arde.
—Isabela, ¿estás bien?
La voz preocupada de Vladímir resuena al otro lado de la puerta, la cual he cerrado con seguro por instinto.
—Sí… Solo dame un minuto.
Respondo con la voz aún un poco rasposa, tratando de recuperar la compostura.
Me miro en el espejo y mi palidez es evidente, así que me mojo un poco la cara y me acomodo el cabello aún sintiéndome un poco débil y algo mareada.
Abro la puerta y puedo notar la evidente preocupación de mi jefe.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—Me duele el estómago y me siento un poco mareada, pero dentro de lo que cabe esto es normal.
Suspiro mientras dentro de mí, ruego que estos malestares pasen pronto.
—¿Normal? Estás pálida, lo mejor es que te vea un médico.
—No es necesario, pronto estaré bien.
—¿Estás segura?
—Sí.
Él sin decir nada toma mi mano y caminamos hacia la mesa del patriarca.
—Abuelo, lamento que tengamos que irnos de esta manera, pero Isabela no se siente bien.
El señor me mira y su semblante cambia a preocupación.
—Está bien, no te preocupes mi muchacho, y por favor llévala para que la vea un médico está muy pálida.
—Si abuelo, nos vemos pronto.
Ambos hombres se despiden y el patriarca observa como ambos jóvenes se marchan, uno preocupado y la otra parece a punto de desmayarse.
El patriarca toma su copa y uno de los meseros se acerca a echarle vino mientras este sonríe con felicidad.
—Al parecer pronto escucharé los llantos de un lindo bebé.
 
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                    