Décimo libro de saga colores.
Después de su tormentoso matrimonio, el Rey Adrian tendrá una nueva prometida, lo que no espera es que la mujer que se le fue impuesta tendrá una apariencia similar a su difunta esposa, un ser que después de la muerte lo sigue torturando.
¿Podrá el rey superar las heridas y lidiar con su prometida? Descúbrelo en la tan espera historia.
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18. La cruel ley del hielo
...ADRIAN:...
El festival no era una celebración formal, tampoco requería la presencia de nobles, para los sirvientes y trabajadores que no tenían familias a las que acudir, ofrecía un poco de entretenimiento. El salón estaba sobrecargado de adornos y sonidos, había bufones, malabaristas, unos cuantos magos, todos con disfraces excéntricos, música informal y bastante comida.
Recibí tantos agradecimientos mientras entraba al salón de la terraza.
Prefería convivir con ellos en el festival que estar rodeado de nobles, podía hacer excepciones, pero los nobles que eran de mi agrado estaban pasando las festividades con sus familias y no los podía culpar, tampoco me sentía ofendido.
Me gustaba el ambiente cálido que rebosaba el salón, la informalidad y la alegría de los invitados.
Los miembros de la corte siempre observaban con desdén, le parecía demasiada caridad, pero yo no lo hacía por eso, me gustaba la forma en que los plebeyos se divertían, sin protocolos, sin máscaras de falsedad.
Podía vestirme más colorido sin sentirme señalado, beber de más y bailar, aplaudir y gritar de emoción.
No tenía que estar sentado en un trono observando todo desde allí, me paseaba por todo el salón, viendo los actos que ofrecían mis invitados, sus chistes sucios y sus bailes indecorosos.
Tenía un traje de color verde oscuro, con una pequeña capa y mi cabello estaba peinado a un lado.
Observé hacia Ania, ella venía llegando.
— ¿Me perdí de algo? — Preguntó cerca de mí.
— Las locuras empiezan desde temprano, tenías que llegar antes.
Observé detrás de ella, Florence y Freya estaban observando todo con curiosidad y asombro.
Me tensé ante la presencia de mi esposa.
— Buenas noches — Dijo Florence, haciendo una reverencia — Puedo notar a simple vista que este festival ofrece mucha diversión y diversidad. Jamás había visto algo parecido.
— Siéntase libre de divertirse, su alteza — Dije, ondeando mi mano.
Freya no dijo nada, ni siquiera se dirigió a mí.
— Me encantan los trajes — Dijo a su hermana.
Entendía su molestia, yo estaba siendo desagradable. Observé su vestimenta mientras su mirada me evitaba, tenía uno de los vestidos que mandé a hacer para ella, con las medidas del vestido de novia lograron hacer todo un armario de prendas.
Dejó el color negro, el azul que llevaba puesto le quedaba hermoso, ofrecía brillo a su rostro, elegancia a su presencia y su cabello lucía más oscuro de lo habitual.
El abrigo y los guantes le daban el toque que faltaba.
Sus labios rojos se abrieron en sorpresa ante las llamas que salían de la boca de un hombre en zancos.
Labios que pude haber tocado.
Fui patético.
Pero, si Freya estaba molesta significaba que ella quería que la besara o tal vez solo estaba así por mi comportamiento y desaprobación hacia su forma de vestir.
— Ayudaré a las damas nuevas a ambientarse — Dijo Ania y la tomé del brazo.
— Cuidado con el significado de "ambientarse" — Susurré y soltó una risa, alejándose.
— Tranquilo, no voy a incitar a las bebidas y bailes vulgares.
— ¿Dónde hay bebidas? — Retó Freya, logrando escuchar y me tensé.
— Con gusto te voy a guiar a la mesa de aperitivos.
— Aunque la fiesta sea informal, no deben comportarse inapropiado — Advertí, la señorita Freya siguió ignorando mi presencia.
— Agua fiestas — Resopló mi hermana.
Guió a las damas y me tensé, quise seguirlas.
Una bailarina disfrazada de ave se detuvo para ofrecerme un espectáculo elegante con gracia.
Agradecí por la función e hizo una reverencia, alejándose.
Busqué con la mirada a las mujeres.
Freya sonreía con Ania, Florence se estaba aventurando a ver más de cerca un hombre disfrazado de estatua que permanecía inmóvil.
Se movió de repente, asustando a las tres.
todas se rieron a carcajadas.
Me acerqué con cuidado al ver que tomaban copas de la mesa.
— Es una bebida frutal, viene de Hilaria y ofrece más calor que el chocolate caliente — Dijo mi hermana, convenciendo a las damas — Es de piña y mango.
— ¿Piña y mango? — Freya hizo un gesto de confusión — ¿Qué es eso?
Me causó ternura.
— Son frutas de Hilaria — Dije, Ania y Florence me observaron, pero Freya ignoró mi comentario.
— Me gustaría conocerlas y probarlas — Florence bebió un sorbo — Tiene un sabor fuerte.
— Las frutas en sí son inofensivas — Dijo Ania, bebiendo sin parar — Beban poco, yo porque ya estoy acostumbrada.
— Lo primero que te digo y lo primero que haces — Gruñí cerca de su oído.
— Relájate, es el festival, se pueden romper algunas reglas interpuestas — Me guiñó un ojo — Adelante, galán, rompe unas.
Resoplé, pero Freya se llevó la copa a los labios y eso atrajo toda mi atención.
Probó, frunciendo el ceño, empezó a toser.
— Como dije, es cuestión de costumbre.
Florence no parecía tan aturdida por el sabor.
Se terminó la copa.
— Quiero comer.
— Adelante, tomen los pastelillos, hay una mezcla de Hilaria y Floris en estos postres, de hecho, este estilo de celebración es más propia de Hilaria — Dijo Ania, con orgullo.
— Después dices que no te gusta hacerle de anfitriona — Comenté.
— Por ellas hice la excepción, se han perdido de mucho en ese reino helado.
— Tienes razón — Dijo Florence asombrada — Esto es maravilloso. ¿Dónde está el hombre encadenado?
— No está invitado — Gruñí y ella pareció tensarse — Es un criminal, aquí hay gente decente.
Freya observó a su hermana con advertencia.
— Vengan, veamos al mago — Dijo Ania, alejándose con ellas.
Las seguí con cuidado.
El mago tenía su propio espacio, hacía desaparecer cartas y Freya jadeó emocionada, el mago siguió con sus trucos.
— ¿Cómo hace eso? — Se sorprendió cuando sacó una paloma de un pañuelo.
— Años de práctica, es solo un truco — Dije, cerca de ella, su calor, su fragancia, quería volver a sentirlo, su respiración y su pecho agitado, la forma en que cerró sus ojos, dándome un permiso de besarla.
Fui tan estúpido para no tomarlo, me contuve por tantos motivos.
Mi desconfianza, su parecido con Vanessa, el hecho de su corta edad y de mi falta de fuerza de voluntad.
Freya volvió a ignorar, aplaudiendo al mago.
Me sentí irritado, muy enojado y hasta dolido.
Tal vez no me escuchó.
No, no podía ofrecerme esa falsa esperanza.
El mago sacó un ramo de flores de su pequeño bolsillo y lo ofreció a Freya, ella sonrió, riendo emocionada ante el gesto, tomó las flores y agradeció.
Todos aplaudieron.
Me enojé más.
Las tres siguieron apreciando los espectáculos.
Hombres que saltaban en un pequeño aro, que trepaban unos sobre otros, dando giros.
Mujeres contorsionistas, bailarinas e ilusionistas.
Me conformaba con observar a Freya divertirse y sonreír, pero me dolía ser desplazado de su atención, como una espina en mi pecho.
— Majestad — Un hombre se aproximó, con medias pegadas de color naranja y plumas adornando su cuerpo, una máscara de ave ocultaban sus facciones — He venido a mi felicitaciones por su casamiento — Hizo una reverencia.
— Muchas gracias — Dije, observando su rostro — ¿Lo he visto en algún lado?
— Hay muchos hombres aves ésta noche.
— Ciertamente, pero debajo de la máscara son diferentes — Dije y se tensó.
— Por supuesto.
— No es del castillo, tampoco del circo, su acento de Hilaria es muy marcado.
— Soy del circo, viajamos por el mundo — Ondeó su mano con elegancia — Pero, es verdad que soy nuevo, me acabo de unir al equipo — Tomó la máscara y la retiró.
— Sabía que te conocía de algún lado.
Era Miller, el joven con el que solía retozar en Hilaria, ya era más maduro.
— Hola, Adrian.
— ¿Cómo llegaste aquí?
— Viajando, como he dicho ya — Dijo, volviendo a colocarse la máscara — Después de que me echaron del castillo y no lo evitaste, me quedé sin trabajo, estuve ofreciendo espectáculos en la calle por un tiempo, aunque eso no me daba lo necesario tuve que recurrir a otros servicios.
Me estremecí.
— Lo lamento, por todo, no fue mi intención.
— Lo sé, eran órdenes de tu padre.
— Aún así, pude haberlo detenido.
— Sin eso no hubiese conocido al circo hace poco, me ofrecieron un lugar y viajar, es lo que siempre quise.
— Me alegra — Dije, sonriendo con sinceridad.
— Te ves diferente como rey.
— No es lo único que me ha hecho cambiar — Incliné mi cabeza a un lado.
— Lo puedo notar — Desvió su mirada hacia Freya, a unos metros — Llevo rato observando hacia ti — Me tensé — No te preocupes, no voy a ponerme celoso, nuestra historia acabó hace mucho, pero me alegró mucho verte.
— También me alegró verte y saber que lograste lo que siempre anhelaste.
Miller se alejó haciendo una reverencia estilizada mientras volvía con su grupo.
Volví mi vista Freya, quien seguía maravillada por el ramo de flores, por todo los espectáculos.
La música paró y todos dejaron de hacer ruido.
Me detuve ante las puertas de la terraza.
— ¡Hay un espectáculo de fuegos artificiales, en el patio, salgan a la terraza! — Anuncié y todos aplaudieron, celebrando.
Los guardias abrieron las puertas.
Todos salieron a la terraza.
Freya se apresuró con mi hermana y Florence.
En el patio estaban los guardias, con una fila de cohetes, empezaron a encenderlos a mi señal, la mecha se acortó y cada cohete salió disparado hacia el cielo nocturno y helado.
La explosión vino.
Los colores estallaron, asombrando a todos.
Una y otra vez.
Verde, rojo y dorado.
Freya estaba atónita y me permití apreciarla una vez más mientras los cohetes estallaban, iluminando el cielo.
— ¡Es maravilloso!
Todos aplaudieron después del espectáculo.
La música volvió y la celebración estuvo toda la noche.
Freya comía, bebía un poco.
Observé las parejas bailando y me aproximé a ella.
— ¿Quiere bailar? — Le pregunté.
Freya se alejó de una forma que dejó helado.
Ya no lo soportaba.
Un joven de traje colorido le ofreció un baile y aceptó.
— Yo si quisiera bailar, majestad — Dijo una joven de peinado extravagante.
Aquella noche no había protocolos ni etiquetas.
Una joven invitando a bailar al rey era lo menos extraño.
Solo acepté para desquitarme.
Empezamos a bailar en la pista.
Freya no pareció notarlo, estaba concentrada balanceándose en los brazos de ese payaso desconocido.
La fiesta acabó cuando el festival dió paso al fin de año.
Bebí varias copas mientras Freya seguía con Ania y Florence, reían sin parar.
Me sentía más solo de lo habitual, así que no tardé en retirarme a mis aposentos.
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No podía dormir, no dejaba de pensar en Freya, en su crueldad, me lo merecía, pero era demasiado para soportar.
Tuve que salir de la cama, me coloqué una bata y salí de la habitación.
A solo unos metros estaba su puerta, me pregunté si aún seguía en la celebración.
Así que abrí la puerta sin tocar y entré.
Caminé hacia los aposentos.
Freya estaba en la cama, pero no estaba durmiendo, estaba llorando.
— ¿Por qué llora?
Dejó de sollozar, abrió sus ojos como platos y se sentó rápidamente, limpió sus mejillas.
— ¿Qué hace usted aquí? — Preguntó, con expresión irritada — ¿Cómo se atreve a entrar así?
— Ah, ya no soy ignorado.
— Déjeme sola — Protestó, su nariz estaba roja, sus mejillas también, ese camisón corto no le cubría las piernas de porcelana.
— ¿Por qué está llorando?
— No es su asunto — Dijo, sus pestañas estaban húmedas, se veía tan hermosa.
— Lo lamento, por ser tan severo y desagradable, no tengo derecho de criticar su forma de vestir...
— Eso no importa, debo entender que hay protocolos — Dijo, así que esa no era la razón.
— ¿Por qué llora?
— No importa.
— Si importa — Dije y se limpió las lágrimas.
— Déjeme.
— ¿Alguien le hizo daño en la celebración?
— No, me gustó mucho la celebración, nadie me observó como si fuera un fantasma o algo desagradable — Suspiró.
— ¿Entonces qué es?
— Lo odio — Sollozó y me tensé.
— Es usted quien me estuvo ignorando.
Se levantó de la cama.
— Por favor salga de mi habitación.
Me acerqué y rodeé su cintura.
Incliné mi cabeza.
Ella desvió su rostro antes de que pudiera besarla.
— Déjeme...
Observé su cuello.
Acerqué mi nariz.
Se estremeció cuando olfateé su piel.
Mi miembro se endureció en seguida.
Posé mis labios en su piel y se aferró a mis brazos.
Di una pequeña lamida y su respiración se atoró.
Rocé mis dientes, su cuerpo se arqueó.
Regué más besos hasta su mandíbula.
Tomé su nuca, enterrando mis dedos en su cabello.
La mantuve quieta mientras besada su barbilla.
Freya respiró más fuerte.
Su boca estaba entre abierta, sus ojos estaban brillantes.
Mis labios terminaron posados en los suyos.
Eran tan suaves y carnosos, cálidos.
Los chupé primero, notando el grosor.
Ella se quedó quieta, temblando.
Le dí caricias lentas, saboreando la textura y mi cuerpo tembló de placer.
La presioné contra mi cuerpo mientras abría su boca.