En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Una noticia alentadora.
Dylan sale del consultorio del Dr. Marcus Hilarión con una mezcla de incredulidad y esperanza, ya se le estaba haciendo tarde para el encuentro con sus hijas y su "regalo sorpresa". Hace una semana había acudido al médico preocupado por las ligeras molestias que sentía en los ojos y, aunque no esperaba una mejora en su visión, esta vez, el diagnóstico del doctor lo ha dejado atónito. Después de diez años viviendo en la oscuridad, sus ojos estaban empezando a reaccionar, algo que el médico había descrito como "inexplicable". Al parecer, la ligera luz que ahora percibía y esos estímulos visuales podrían significar el inicio de una recuperación.
Durante la consulta una hora atrás, el Dr. Hilarión lo escuchó atentamente, analizando cada detalle.
—Entonces, dices que esto empezó a suceder después del aniversario de tus padres —murmura el doctor, mientras anota en su libreta—. ¿Recuerdas qué pudo haberlo causado?
Dylan asiente y trata de recordar los detalles con precisión.
—Sí, esa noche estaba con las niñas en el jardín. Hubo un pequeño accidente, alguien tropezó y cayó sobre mí. No fue un golpe fuerte, pero... no sé cómo explicarlo, sentí como una especie de... energía —dice, buscando las palabras—. Fue una sensación extraña, como si algo se hubiera activado dentro de mí.
El doctor lo mira, intrigado.
—Entiendo, pero esto sigue siendo un misterio desde un punto de vista médico. Tus córneas estaban tan dañadas que consideramos imposible que pudieran regenerarse o responder a estímulos lumínicos de nuevo. Sin embargo, esto merece un seguimiento. Necesito que anotes detalladamente todo lo que comas, tus actividades y cualquier cambio que notes en tus ojos, por mínimo que sea. Podría darnos una pista de lo que está pasando.
Dylan asiente, dispuesto a colaborar.
—De acuerdo, doctor. Lo haré. Quiero saber si realmente hay una posibilidad de que recupere la vista, aunque aún no sé si debo entusiasmarme —comenta con una sonrisa ligera.
El Dr. Hilarión le devuelve la sonrisa y le da una palmadita en el hombro.
—Es normal ser cauteloso, pero quién sabe... En dos semanas podremos ver si hay más progreso. Y, Dylan, si notas cualquier cambio, no dudes en llamarme.
Dylan se despide del médico, sintiéndose un poco más optimista. De regreso a la mansión, piensa en sus hijas, quienes, sin saberlo, han llenado su vida de luz. Llegando a su despacho, reflexiona sobre la posibilidad de poder verlas realmente algún día. Esa idea le provoca una mezcla de ansiedad y esperanza que no había sentido en años, terminó con algunos asuntos y subió para tomar una ducha.
—Oh señor, las niñas ya se fueron a esperarlo a la orilla del río, envié a Carlos para que las cuidara, aunque las vi partir con una mujer que no había visto antes—le comenta la señora Collins antes de que Dylan subiera las escaleras.
La señora Collins no se dio cuenta cuando llegó la mujer hermosa, solo vio cuando se fueron juntas. La señora Collins le vio todo lo que compró en las tiendas a Bellerose, pero no preguntó a las niñas quien era esa mujer tan hermosa. Pero la realidad es que Bellerose nunca llegó desde la calle, sino que hizo creer que llegó, y Carlos abrió la puerta cuando escucho que tocaban, pero Bellerose se había escabullido silenciosamente bajo las escaleras mientras las gemelas vigilaban que no hubiera moros en la costa, Bellerose, salió por la puerta principal de puntillas y luego tocó la puerta haciendo creer que acababa de llegar.
—Si, me alisto y salgo a encontrarlas. Avisa a Neo para que esté listo y me acompañe.
—Si señor, su baño está listo. Si necesita algo más no dude en llamarme. Le aviso a Neo.
Bellerose se camina con paso tranquilo, pero en su rostro había un rastro de nerviosismo. El vestido que las gemelas habían escogido para ella era sencillo pero elegante, de un tono azul suave que armonizaba con el ambiente natural del jardín. Las zapatillas cómodas le permitían moverse con soltura por el césped, y aunque dudaba de cómo Dylan recibiría su presencia, la calidez en las miradas de las niñas la alentaba a seguir adelante.
—Las niñas, Carlos y la señorita de pelo rubio están delante a varios metros, señor— comunica Neo, uno de sus guardias de seguridad
—Describe cómo están vestidas mis dos hijas y la señorita Bellerose, junto a ellas—le ordenó Dylan.
Neo observaba con detenimiento la escena ante ellos, mientras Dylan, aún en su mundo de oscuridad, escuchaba atentamente las palabras de su amigo. El sol brillaba suavemente, y la brisa fresca de la tarde acariciaba la piel de todos, pero para Dylan, el mundo seguía siendo un lugar sin color, un lugar en el que la luz nunca llegaba.
—Dylan, escucha —comenzó Neo, con su tono suave pero lleno de emoción—. Las tres están allí, alegres, bajo ese árbol frondoso que tiene siglos. Bellerose está sentada, y las gemelas... Meredith y Marina, están jugando cerca. Las pequeñas con sus vestidos coloridos y su cabello recogido en coletas. Están atrapando mariposas, pero no las mantienen mucho tiempo en la red. Las dejan ir rápido, como si entendieran la libertad de esos pequeños seres.
Dylan, que escuchaba con atención, se esforzó por imaginar la escena. Aunque no podía ver, se sentía transportado por las descripciones de Neo, sintiendo el aire fresco y el sonido de las risas de las niñas en su mente.
—Y Bellerose —continuó Neo, señalando a la figura central—, ella está radiante. Ahora se puso de pie. Lleva un vestido azul, largo, que se mueve con el viento, y su cabello dorado cae de manera natural, con ondas suaves. Es difícil de explicar, pero hay algo en ella que te tranquiliza solo al estar cerca. Es como si toda la naturaleza a su alrededor la abrazara.
Dylan asintió, tratando de visualizar todo lo que su amigo le describía, pero no era lo mismo que verlo por sí mismo. A pesar de la calidez de las palabras de Neo, la oscuridad era su única compañía constante, y aunque la descripción lo conmovía, no podía evitar sentir una cierta desesperanza. ¿Qué tan diferente sería todo si pudiera ver esas escenas? Si pudiera ver a Bellerose, las gemelas, la vida misma que parecía tan llena de color, pero que para él, estaba fuera de alcance.
El cálido sol de la tarde iluminaba el jardín, mientras Bellerose y las gemelas se dedicaban a una actividad que siempre les había encantado: atrapar mariposas con una delicada red. Las niñas corrían por el césped, riendo, mientras Bellerose las observaba con una sonrisa en el rostro. Aunque se divertían con las mariposas, siempre las dejaban ir antes de que pudieran atraparlas completamente, dejando que volaran libres al viento.
—Mira, Bellerose, ¡esta tiene colores preciosos! —exclamó Marina, mientras intentaba capturar una mariposa que danzaba en el aire cerca de ella.
Bellerose observaba a las gemelas con cariño, disfrutando de su entusiasmo juvenil, mientras el sonido del viento y el murmullo de las hojas creaban una atmósfera tranquila y serena.
—No las atrapemos demasiado, niñas —dijo Bellerose con una sonrisa—. Déjenlas ir, para que puedan seguir su camino.
—¡Claro, claro! —respondió Meredith, con una risa traviesa—. Nos gusta verlas volar antes de que las atrapemos.
Finalmente, después de un rato de juegos, las mariposas volaron libremente, mientras las gemelas se acercaban a la manta donde habían colocado el picnic.
De repente, una voz conocida se escuchó a lo lejos.
—¿Cómo está todo aquí? —preguntó Dylan, con un tono cálido pero algo cansado.
Las gemelas se giraron al escuchar la voz de su padre, y corrieron hacia él con sonrisas brillantes.
—¡Papá, llegaste tarde! —dijo Marina, mientras lo abrazaba con entusiasmo.
Dylan, aunque no podía ver las caras de sus hijas, podía percibir la energía en su voz y el sonido de sus pasos.
—Lo siento, chicas —dijo con una ligera risa en su voz—. El trabajo no me deja descansar, pero ya estoy aquí.
Bellerose, que había estado observando el reencuentro, se caminó lentamente y se acercó a saludarlo. Sabía que Dylan no podía verla, pero ella sentía una conexión especial con él. Al acercarse, solo le dijo algunas palabras.
—Me alegra que hayas llegado —dijo Bellerose con una sonrisa cálida en la voz.
Dylan, sintiendo su cercanía, la saludó con un tono amigable y cordial.
—Gracias por esperar, Bellerose. —Su tono reflejaba sinceridad, y aunque no podía verla, percibía la calma en su voz.
Las gemelas, felices de ver a su padre y a Bellerose interactuar, rápidamente se sentaron en el césped, señalando el picnic que habían preparado para él.
—Papá, ¿quieres algo para beber? —preguntó Meredith, con su tono característico de dulzura.
—Claro, ¿qué hay en el menú?—pregunta Dylan mientras Neo lo ayuda a acomodarse en la manta en medio de Bellerose y Marina.
—Tenemos té —interviene Marina.
—Una taza de té sería perfecta —respondió Dylan mientras Neo se alejaba hasta donde se encontraba Carlos.
Bellerose se acomodó el vestido, observando cómo la atmósfera se volvía más relajada con la presencia de Dylan. Aunque él no podía ver, siempre había algo en su tono y en la forma en que interactuaba con todos los que lo rodeaban que lo hacía sentir presente en cada momento.
—¿Cómo has estado? —le preguntó Bellerose, mientras observaba cómo las niñas seguían conversando animadamente.
Dylan, mientras se acomodaba, respondió con tranquilidad.
—He estado ocupado, pero siempre es un gusto venir a disfrutar de estos momentos. —Hizo una pausa, como si pensara en sus palabras—. No hay nada como el aire libre para despejar la mente.
Las gemelas reían y murmuraban entre ellas, mientras Bellerose observaba a Dylan con una sonrisa de comprensión. Aunque él no podía ver el jardín ni a las niñas, su presencia se sentía profundamente en el aire, y eso hacía que todo pareciera completo.
Me encanta tu novela
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