No Soy Un CEO Despiadado

Mientras veía a Fernanda comer con la cabeza gacha, sin atreverse a encontrarse con mi mirada, no pude evitar pensar en lo que había ocurrido la noche anterior.

Cielos, debía ser un santo para soportar todo lo que ella hizo y no echarla de mi casa a patadas. Solté un suspiro al pensar en su vómito. Nunca antes me había pasado algo tan asqueroso. Por enésima vez me pregunté si simplemente debía echarla.

— Te vas a atorar si sigues comiendo de esa manera. Nadie te va a quitar la comida — dije en cuanto me percaté que la tonta mujer delante de mí casi se atora con un trozo de pancake.

— Estoy bien — tosió tres veces antes de tomar un poco de jugo de naranja. Todo esto lo hizo sin siquiera darme una mirada, sus ojos seguían esquivando los míos.

¡Sospechoso! ¿Acaso ella recuerda lo que hizo anoche?

— ¿Por qué no me ves? — la miré de manera inquisitiva — ¿Acaso recuerdas lo que hiciste anoche?

— No, no es eso — contestó rápidamente Fernanda. Lo que me hizo recordar las palabras de Alejandro. Eso de que dos negativos hacen un positivo. — Solo estoy avergonzada, me siento apenada por las cosas que no recuerdo que hice y por todas las molestias que le he causado, jefe — añadió.

¡Sospechoso! Su actitud esquiva y ansiosa me hacía creer que ella recordaba. Pero también, incluso si lo hacía solo sería vergonzoso para ella y para mí.

La forma en la que intentó seducirme, sus palabras de confesión, no eran precisamente el mejor tema de conversación que un jefe y su asistente debían tener. Eso iba en contra de mis principios. Ya que siempre me he abstenido de mezclar los negocios con lo personal. Así que decidí dejar el tema de lado, ya sea que Fernanda diga la verdad o una mentira.

Pero, aun así no pude evitar sentir una sensación de pérdida. Toqué mi corazón con algo de confusión antes de dejar aquellos pensamientos atrás y mirar mi reloj de mano.

— Ya es un poco tarde. Terminé de desayunar para poder ir a la oficina — me levanté de la mesa y me dirigí al estudio a buscar algunos documentos importantes.

«Sí, así es mejor. Quizás eso de que le gustaba solo eran palabras vacías de una borracha que ni siquiera sabía dónde estaba su casa. No debía tomarlo tan a pecho. No debe importarme»

Aunque pensé de esta manera. Me importaba. Quería saber si realmente le gustaba a Fernanda de una manera romántica. Me estaba volviendo loco. Hasta ayer solo la consideraba como mi desastrosa asistente que necesitaba de manera urgente que le ajusten los tornillos de su cabeza. Pero en este momento, luego de lo que sucedió, anoche: la forma en la que me miró y dijo que le gustaba.

Cielos.

No podía dejar de pensar en ello. Y eso me estaba volviendo loco. Ni siquiera tenía la remota idea de la razón por la que esto me estaba enloqueciendo.

¿Quizás ella me gustaba? No. Es una loca que me ha hecho pasar por muchos desastres. No podía gustarme alguien como ella.

Pero…

Al recordar su risa, sus lágrimas, sus chistes malos, su manera de hacerme sentir indefenso a pesar de lo único que a veces deseo es abrir su cabeza para ver si tiene aserrín en vez de cerebro.

No, no podía gustarme. Apenas la conocía, es ridículo.

Ella me vomitó.

Toc. Toc. Toc.

— Ya estoy lista, jefe — dijo Fernanda desde la puerta haciendo que mi corazón se acelere.

— Está bien — le dije mirando su rostro.

Sí, era bonita, eso no lo podía negar. Tenía unos ojos hermosos que parecían siempre estar sonriendo, su nariz era un poco ñata, sin embargo, combinaba muy bien con su rostro, en cuanto a sus labios; eran carnosos y parecían suaves al tacto.

Pero también había visto muchas mujeres hermosas y ninguna de ellas captó mi atención, ¿qué era lo que la hacía especial?

— ¿Tengo algo en el rostro? — cuestionó haciendo que me diera cuenta de que la había estado siendo grosero al verla de manera tan directa — Sí, sé que tengo un cachete más ancho que el otro, no soy deforme, es solo que he estado durmiendo demasiado de un solo lado. Pero deje nomás que el mewing haga su efecto y romperé un par de corazones — añadió risueña.

¿Mewing? Sí, al parecer su personalidad era lo que la hacía especial. Con Fernanda nunca se sabía lo que estaba pensando ni lo que diría a continuación, era una caja de sorpresas.

Pero, aún me negaba a aceptar que ella me atraía.

— ¿Acaso es un gato? ¿Mewing? Deje de parlotear. Vamos a llegar tarde por su causa.

— Pero usted es el jefe. No importa si llega tarde — sonrió de manera brillante haciendo que quisiera sonreír. Rápidamente, volví a mis sentidos.

— Por lo mismo, ya que soy el jefe debo dar el ejemplo.

— Usted no es para nada divertido.

— Si busca diversión vaya a un circo.

— Tal vez lo haga, pero si usted me acompaña — comentó Fernanda risueña — Me dan un poco de miedo los payasos, pero si estoy a su lado creo que no tendré miedo.

Al escuchar sus palabras no pude evitar mirarla con expectativa. Sí, a ella también le gustaba, ¿cierto? Después de todo, soy guapo, millonario, soltero, uno de los hombres más codiciados del país. Por Dios, ¿a quién no le gustaría?

— ¿Por qué no tendrá miedo? — le pregunté.

Es porque soy una persona confiable, respetuosa y responsable, ¿cierto?

— Por qué su sola presencia da miedo, jefe. Usted tiene este tipo de mirada cortante que hace que los que están a su alrededor parecen insectos. Además, su rostro no muestra expresiones, a veces parece un robot o androide. Pero incluso si se ríe hace que los demás se sientan tensos, ya que no saben si usted se ríe porque algo le causa gracia, porque está enojado o porque desea matar a alguien. Su risa tiene tantos significados.

Crash

Si ese fue el sonido de mi corazón rompiéndose o mi paciencia.

— ¡Oh!

— Creo que hablé demasiado. Pero eso es para los demás, para mí usted es el mejor, el más guapo, confiable, respetuoso y confiable. Por eso me encantaría ir al circo con usted, a la luna o a una casa embrujada.

Max en estos momentos: