*Sinopsis:*
_Alejandra despierta en un hospital con la memoria intacta de su vida pasada, marcada por el dolor y la desesperación por el amor no correspondido de Ronan. Decidida a cambiar su destino, Alejandra se enfoca en sí misma y en su bienestar, pero Ronan no cree en su transformación. Mientras tanto, Víctor, un poderoso enemigo de Ronan, pone sus ojos en Alejandra y comienza a acecharla. ¿Podrá Alejandra superar su amor por Ronan y encontrar la felicidad sin él, o su corazón seguirá atado a él para siempre? ¿O será víctima de los juegos de poder de Víctor? "Renacimiento en Silencio". Una historia de amor, redención y autodescubrimiento en un mundo de pasiones y conflictos.
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Entre charlas y verdades.
***NARRADO POR RONAN***
—Vamos al comedor —me dice mi madre, y espero a que pasen Alejandra con mi abuela al frente.
La observo caminar y cuando se sienta.
Me siento igual y no puedo evitar observarla. Está tan distinta... Se ríe sin pena, sin tratar de encajar, como si ya no tuviera la necesidad de quedar bien con nadie. Como si, por fin, se sintiera libre. Y debo aceptar que se ve bien.
—Está muy rico —le dice a mi madre, y lo hace con una sonrisa auténtica.
—Gracias, nuera. Es la comida favorita de Ronan —responde mi madre, orgullosa.
Ella solo sonríe con gentileza, sin agregar más. Esa mujer que solía callar y tensarse con cada palabra ahora come con tranquilidad, como si nada pudiera afectarla.
Mi celular vibra. Es Isabela. Me dice que ya llegó y está en su departamento. Me manda fotos de sus maletas y un mensaje: “Compré muchas cosas, puedes venir a verlas.”
Siempre me escribe lo mismo cada vez que vuelve de viaje. Nunca respondo.
Suspiro, guardo el celular en el bolsillo y al alzar la mirada noto cómo mi madre y mi abuela me observan con reprobación. Ya ni siquiera Alejandra, quien sigue comiendo como si temiera que alguien le quitara el plato. No parece afectarle nada.
Como poco. Planeo irme pronto al departamento para cambiarme. Alejandra y mi madre se adelantan hacia la sala, y no sé por qué mis ojos la siguen. Últimamente cada vez que ella está cerca... algo en mí reacciona. Y eso no me gusta.
—Abuela, ¿mandaste a alguien a mover mis cosas? —le pregunto.
Ella asiente con naturalidad.
—Sí, me dijeron que tus cosas están en el cuarto de huéspedes. ¿Y ahora qué pasa con ustedes?
—Fue tu querida nieta quien las puso ahí —respondo con irritación.
Mi abuela suelta una carcajada, lo cual me molesta aún más.
—Ahora sí la hiciste enojar —dice con satisfacción.
—¿Sabias que se lleva muy bien con Víctor?
—no, ¿a caso la estás acusando?
—no, solo que ella dice todo lo que yo hago Pero no lo que ella hace.
Camino hacia la sala y noto que las fotos que antes estaban en el departamento… ahora están aquí. Colgadas en las paredes de mi abuela. Acelero el paso a la salida, algo dentro de mí arde, pero me obligo a controlarme.
Mi madre se acerca, me rodea con los brazos y deja un beso en mi mejilla.
Aprieta mi mano.
—Te amo, hijo.
Solo le sonrío asintiendo.
Salgo y subo al carro. En el camino pienso en el amor que se respiraba en mi casa cuando era niño. Mi madre siempre vio a mi padre como el único hombre de su vida. Lo amaba tanto, que cuando él murió, su mundo se vino abajo.
Y yo me alejé.
No quería convertirme en su única razón de vivir. No quería ser su ancla. Porque sé que el día en que yo le falte, ella se romperá del todo. Por eso la empujo a rehacer su vida, a que busque una nueva motivación, pero ella sigue esperando como si el fuera a revivir.
Mi padre…
Un hombre que decía amar mientras tenía amantes en cada esquina.
Yo nunca haría eso. Prometí nunca ser como el.
Jamás traicionaría a la mujer que eligiera.
Y aunque mi matrimonio sea una farsa, nunca la he engañado.
No hay amor. No hay lazos. Y está bien que ella ya lo haya entendido.
Así será más fácil para ambos. Aun que ya no estoy tan seguro de ello mas cuando la veo a lado de victor y otro hombre.
Llego al departamento y en cuanto entro, todo me parece distinto.
El aire ya no huele como antes.
Ya no hay aroma a comida recién hecha.
Ya no hay rastro de que alguien me esperara aquí.
Subo a la habitación principal donde siempre han estádo mis cosas. Me quito el reloj que perteneció a mi padre, al suyo y a las cinco generaciones anteriores. Me cambio lentamente.
Me enoja lo que hizo mi abuela.
Ella sabe cuánto odiaba ver cómo mi padre juraba amor eterno mientras tenía otra mujer en la cama.
Yo no quiero repetir esa historia.
Me baño, salgo con una bata y me visto: pantalón oscuro, camisa abierta en los primeros botones, zapatos, perfume. Me acomodo el cabello. Me veo al espejo.
Silencio.
No hay nadie observándome.
Por primera vez en mucho tiempo... no hay ojos siguiéndome.
Meto mi cartera en el pantalón y justo cuando estoy por salir, la puerta del dormitorio se abre.
Entra Alejandra, bostezando.
Pasa a mi lado como si no existiera, se quita las zapatillas y se deja caer sobre la cama.
Termino de arreglarme y cuando me acerco, escucho su respiración pausada.
Se ha quedado dormida.
Con la ropa del trabajo puesta.
—Alejandra —susurro—, despierta. Báñate antes de dormir.
Ella hace una mueca sin abrir los ojos.
—Déjame dormir…
—Vas a ensuciar la cama.
—No me importa.
Estoy por decir algo más, pero ella chista con los labios y lleva su dedo índice a los suyos, como ordenándome callar… sin abrir los ojos.
—Grosera. Malcriada.
—Imbécil. Amargado —responde con voz dormida, como si peleara conmigo en sueños.
Me acerco para acomodarla ya que está con los pies fuera de la cama, la acuesto viéndola muy de cerca y sus pestañas son largas, su boca me llama pero me alejo antes de cometer una tontería de la que me arrepentíre luego.
De por sí tengo que luchar con los deseos masculinos todos los días, Isabela siempre provocandome, pero mi mente últimamente me está jugando sucio ya que trae imágenes de alguien más.
Me ayuda el que tenga mil cosas en que pensar eso me distrae.
Es como si no pudiera alejarme de ella, antes podía pero ahora es como si fuera un imán y todo este tiempo que me rehuse parece que ahora se multiplicó.
Cierro la puerta con cuidado y bajo.
Subo al auto y manejo hacia el club donde me espera Darío.
Llego.
Entro por la parte de arriba, donde el ruido es menor.
Darío me saluda con un gesto y señala hacia una mesa.
Ahí está Víctor.
Tres años menor que yo. Uno de los más rápidos en escalar. A la par conmigo.
Pero todos saben que no lo logró solo. Lo impulsaron. En cambio yo lo hice solo aún que mi abuela diga que fue por el padre de Alejandra solo lo dice para desastibilizarme.
Al verme, se levanta y se acerca con esa sonrisa hipócrita que bien conozco.
—¿Cómo sigue la señora Castillo? —pregunta. Sé que habla de Alejandra.
—¿Cómo está tu madre? O debo decir… una de las amantes de mi padre.
Su expresión cambia. La vena de su frente se marca. Señal de que está a punto de explotar.
—Le contaba a mis socios que al paso que vas, nos vas a dejar sin mujeres hermosas. Ya tienes a dos de las mejores —dice, cambiando de tema.
Pero yo lo conozco demasiado bien. Se está conteniendo.
—Estás equivocado —respondo con frialdad—. Y si quieres un consejo… pídeselo a tu madre, que se metió con un hombre con familia.
—Tu padre fue quien la buscó.
—Y ya tuvo su castigo.
—¿Eso fue una amenaza?
Sonrío mirándolo directo a los ojos.
—Tómalo como quieras.
Él se aleja. Pero antes de irse, gira el rostro por encima del hombro y me lanza con burla:
—Salúdame a la señora castillo, perdón, se me olvidaba que ya usa su apellido de soltera, la señorita Herrera.
Dice y se aleja riéndose.
Asi que Alejandra ya empezó a usar su apellido de soltera.
Eso no lo ví venir.