Primer libro de la saga colores
Eleana Roster es hija de un fallecido conde, su hermano queda a cargo de su tutela y la de su hermana. La única preocupación es conseguirle esposos adecuados, pero la vida de Eleana no a sido del todo plena, debido un accidente que sufrió de pequeña a tenido que sobrellevar sus veinte años con una discapacidad, soportando muchos desprecios y cuando su hermano decide presentarla en sociedad recibe un desplante que le cambiará la vida por completo.
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UN COSTO NAUSEABUNDO
...DORIAN:...
Al llegar al castillo me recibieron como siempre, ya me conocían y por eso mismo me trataban con una extrema seguridad, expiando cada movimiento y apuntando sus lanzas. Los soldados me quitaron las armas y me escoltaron por los pasillos. El castillo parecía más bien una mazmorra, de piedras grises y armaduras como adornos, las antorchas creaban sombras como si hubiese almas atrapadas dentro y el eco de mis pasos era el susurro de sus gritos.
Llegué al salón y uno de los soldados empujó mi hombro cuando me detuve frente al trono. Le di una mirada de amenaza, apretando mis puños para no cometer un asesinato. Me arrodillé en una reverencia a la perra sentada en el trono, con una corona de oro y diamantes reposando sobre su cabeza, su cuello tenía innumerables joyas, al igual que cada uno de sus dedos, por si no bastaba el vestido también tenía incrustaciones de piedras.
Sonrió ampliamente cuando me levanté, sus labios rojos se ensancharon. El gesto era como un lobo mostrando sus dientes antes de atacar.
A su lado se encontraba el príncipe, no parecía un rey, sino una mascota, la misma que había sido yo desde que me convertí en duque. El príncipe se quedó inmóvil, silencioso, con una ropa tan ostentosa como la de la reina.
— Señor Dorian, muy puntual como siempre — Dijo la reina, tomando un mechón negro brillante de su cabello.
— Majestad, ¿En qué le puedo servir? — Dije la frase por milésima vez, era tan ensayada que podría decirla hasta dormido.
— Justo al grano, como me gusta — Cruzó sus piernas largas y entrelazó sus manos, desbordando pura sensualidad, juventud y belleza, pero obviamente no quería volver a estar en en el lugar del príncipe — Pero, esta vez será diferente.
Tensé mis hombros, algo me interior se preparó para lo que saliera de sus labios.
— Usted dirá.
— Quiero que se quede unos días en el castillos.
— ¿Qué tendría que hacer aquí? — Me apresuré, el enojo comenzando a elevarse y negó con la cabeza.
— Escuché que se casó — Dijo y evité apretar mi mandíbula, desde esa frase me intuía algo malo, se frotó la barbilla — La noticia me tomó por sorpresa, me pareció un poco drástica.
Me mordí la lengua para no responder que ese no era su problema, que mis asuntos personales no eran de su incumbencia, pero la reina creía que sí y tal vez no me había librado de ella como pensé, seguiría usándome como su juguete a pesar de que tenía uno nuevo.
El supuesto rey de mantuvo como un perro obediente, con los labios quietos, esperando que le aflojaran la correa.
— ¿Quién es la afortunada? — Sus ojos parecían los de una víbora, ¿Para eso había solicitado mi presencia? ¿No habría misión? Si le decía el nombre de Eleana podría encontrarla muerta cuando volviera al palacio, la reina tenía muchos hombres sin escrúpulos trabajando para ella, yo no era el único.
Era muy posesiva conmigo y estaba enfadada por mi casamiento.
— Solo es la hermana de un conde — Evadí su pregunta, jamás le diría su nombre, si me torturaba tampoco lo haría, moriría sin pronunciarlo.
Elevó una ceja — ¿La hermana de un conde? — Se rió cantarina — Me sorprende que eligieras a alguien de una posición más baja para ser tu esposa — Golpeó sus uñas contra el reposa brazos — ¿No me digas que te casaste por amor?
— No, no lo hice, necesitaba una esposa para que se ocupara de los asuntos de la casa, nada más — Dije, a la reina no le importaba en lo absoluto que los soldados y su esposo supieran que yo era su juguete, hacía el trabajo sucio, pero también era un muñeco para complacerla.
Nadie se atrevía a hablar de ello o terminaría con su cabeza en una lanza como exhibición afuera del castillo.
Sentí náuseas, no quería que me tocara, pero eso a ella no le importaba, me obligaría, eso era seguro.
— Debido a que tienes muy poco tiempo de casado, quisiera tenerte para mí un rato — Sonrió, con su mirada de buitre en la carroña — Por eso he solicitado tu presencia en cuanto me he enterado.
No pude evitar fruncir el ceño.
— ¿Solo me llamó para perder el tiempo? — Escupí, los soldados a mi alrededor apuntaron sus lanzas, la reina borró su sonrisa y me pareció ver una gota de sudor corriendo por la frente del príncipe.
Ella sonrió nuevamente e hizo un gesto hacia los soldados, decidiendo pasar por alto mi ofensa. Los títeres volvieron a sus posturas erguidas.
— Señor Dorian, siempre tan directo, pero eso me gusta — Su lengua se arrastró por sus dientes rectos y blancos — Le diré las razones por las que he decidido que se quedará... Me hubiera gustado que me hubiese invitado o por lo menos ponerme al tanto de que se iba casar tan pronto — Ronroneó y mis guantes crujieron cuando apreté los puños, me evaluó, notando mi enojo — Debe recordar que usted me pertenece y que aún no he desistido de usarlo como place, es mío hasta que yo diga basta y yo no he pronunciado esas palabras, solo le di un descanso y no se preocupe, a mi esposo no le importará — Extendió su mano y apretó la rodilla del príncipe, este se tensó, pálido y aterrado, suplicando la muerte — Tal vez se una a nosotros — Quería escupirle en el rostro, me sentía tan indignado y asqueado.
— ¿Cuánto tiempo estaré aquí? — Pregunté.
Gimió, pensativa y luego me dirigió una expresión malévola.
— Hasta que me dé la gana de soltarlo, Señor Dorian, entienda, usted estará castigado por ocultar información — Chasqueó los dedos y los soldados me tomaron de los brazos — Lleven a mi mascota al cuarto de juegos, estaré allí en un momento... No creas que no se me olvida lo del nombre de tu esposa, pero descuida, pronto lo sabré... Los rumores no dejan de correr.
Me tensé, dando un paso para atacar, pero ella hizo un gesto.
Me sujetaron fuertemente, no forcejeé, ni nada. Si me oponía sería peor para mí y Eleana, aumentaría mi castigo y no me convenía pasar más tiempo del sentenciado. Maldita lunática. Me preparé mentalmente para lo que me esperaba.
Haría cualquier cosa para mantenerla entretenida y alejara su atención de mi esposa. ¿Cómo no lo ví venir? La reina me había tomado por sorpresa, jamás la creí tan obsesiva para amenazarme indirectamente, para creerse dueña de mi vida y mis decisiones.
Tenía tantas ganas de acabar con su vida, quería ver su sangre correr por el suelo. La Reina Vanessa formaba parte del enorme grupo de parásitos humanos, tal vez nadie la podría superar y sabía que esto me rompería nuevamente.
Me llevaron a ese lugar, en el sótano del castillo, bajé tantas escaleras que pensé que llegaría al centro de la tierra. Mi sangre estaba helada cuando entramos en ese paraje.
Parecía una cámara de tortura y si lo era.
Me encadenaron a la fría pared después de desnudarme. Dejé a un soldado con el ojo hinchado y a otro con la nariz rota. Me permití ese regalo de aligerar un poco mi furia, pero recibí unos cuantos puñetazos cuando me dejaron inmóvil con los grilletes.
Los días serían largos para mí.
...ELEANA:...
El tiempo pasaba y el duque no aparecía. Me llené de angustia, pero también de mucho enojo. ¿Y si se había encontrado con su amante? Tal vez la misión no era de verdad y se había fugado con ella. Seguramente la vieja no era la única.
El duque había decidido olvidarse de mí y abandonarme. Lira intentaba consolarme, pero no había nada que me sacara de la mente lo que podría estar haciendo el duque y que su ausencia significaba algo malo.
El otoño llegó y el frío se hizo más denso. Me ocupaba todo el tiempo, ayudando a Lira y haciendo cualquier cosa, incluso fui al salón de entrenamiento y entrené por muchos días. Mi puntería cada vez era más efectiva, en ocasiones anhelaba que el duque estuviese allí para que admirara mi progreso, casi podía hacerlo con los ojos cerrados, pero luego recordaba a esa vieja y me enojaba tanto que acribillaba a los muñecos de tantas dagas y flechas.
Por fortuna la desgraciada no volvió a aparecer. Estaba preparada para aventarle una daga si se atrevía a volver, pero no lo hizo.
Lira contrató más personal, unas tres sirvientas, afortunadamente no era como las otras. Eran amables y atentas.
Por las tardes ayudaba al jardinero, un joven delgado, pero atento en instruir en el arte de la jardinería. Al principio se opuso, pero después de mucha insistencia aceptó a enseñarme a plantar flores, podar arbustos y recoger las hojas secas.
Lo hacía arrodillada en el césped y no me cansaba tanto.
Estuve al pendiente de los animales también. Los cachorros ya no eran unos cachorros, habían crecido lo suficiente para tener que separarlos y formaban tanto alboroto que era difícil mantenerlos tranquilos.
En cuanto a mi familia, los fui a visitar dos veces. Mi madre lloró la primera vez que me observó afuera de la mansión y mi hermano no dejó de interrogar, preocupado por mi bienestar. Repetidas veces les aclaré que estaba bien y que el duque estaba de viaje. Nada sirvió para calmarlos.
Le escribí muchas cartas a mi hermana, pero no fueron respondidas. Le expliqué incontables veces y le pedí permiso para ir a visitarla, solo respondió una vez, rechazando mi propuesta con un no contundente.
Estaba aburrida y me sentía tan sola en aquel palacio, el tiempo se me hizo tan eterno que parecía haber pasado muchas décadas en ese lugar, cuando apenas llevaba unos meses.
Muy en el fondo esperé cada día, la llegada del duque.
Hasta que a comienzos de invierno volvió.
Estaba en mi habitación, con demasiado frío para salir. Mi lesión dolía más con aquella estación.
Observé desde mi ventana como el capataz había la reja, recibiendo a un hombre a caballo.
El vidrio estaba empañado, así que no pude observarlo bien, pero su figura me indicaba que era él.
Me levanté del sillón en el que me hallaba y me coloqué un abrigo de lana, una bufanda y unos guantes.
Salí apresuradamente y abrí la puerta de la entrada.
El frío helado me golpeó cuando bajé los escalones, pero el duque no se hallaba allí, solo estaba su caballo y el capataz que lo sostenía por las riendas.
— ¿Dónde está el duque? — Le pregunté al capataz.
— Fue a la playa — Dijo, dí un paso hacia las rejas, pero él me detuvo — No, espere a que vuelva, no le recomiendo bajar por el acantilado, el camino está difícil y más por la nieve.
Asentí, pero esperé a que se marchara hacia los establos y abrí la puerta para salir.
Seguí las huellas del duque con mucho cuidado, hundiendo mi bastón en el hielo antes de atreverme a pisar. Había un camino con pequeños escalones de tierra y en cada uno se marcaba las botas del duque.
El camino fue largo y peligroso.
El helado mar hacía estruendo y el viento agresivo casi me arranca la bufanda, arrastrando copos de nieve.
Casi resbalé, pero me agaché rápidamente y arrastré mis botas con forro de lana por cada escalón.
Hasta que llegué a la playa y observé la empinada ruta detrás de mí. El palacio no alcanzaba a verse desde allí.
No pensé que quedara tan retirado.
Caminé por la arena gris y las huellas del duque me llevaron a una pila de ropa amontonada en el suelo. Eran las ropas de cuero que llevaba el duque cuando se marchó a la misión.
Observé el mar y me recorrió el pánico. Viajé mi mirada a todas partes, imaginando lo peor. ¿Cómo era capaz de lanzarse a ese helado mar? ¿A caso pretendía morir congelado?
Caminé hacia la orilla, considerando gritar su nombre.
Me agaché y me saqué un guante, toqué el agua. Solté un gemido de dolor cuando el frío me quemó la piel. Definitivamente, estaba demente para nadar con ese clima. Volví a colocarme el guante y me incorporé. Ajustando la bufanda nuevamente.
Unos pasos se escucharon detrás de mí y me giré bruscamente.
El duque se hallaba ante mí, completamente empapado de pies a cabeza y con la piel erizada. Contuve el impulso de abrazarlo.
Bajé mi mirada por sus músculos y abrí mis ojos de par en par cuando lo encontré desnudo ante mí, sin nada cubriendo sus partes privadas.
Aparté la mirada enseguida, al hallarme con algo demasiado complejo para mi inocencia, jamás había visto un hombre desnudo y la impresión hizo que el frío se disipara por unos segundos. Me ardieron las mejillas y observé el mar antes de volver mis ojos a su rostro.
Sus ojos avellanas estaban opacos y su barba estaba más larga que la última vez que nos vimos, había algo diferente en él.
Me observó por tanto tiempo que me quedé plantada sobre mis pies, con el corazón a trote.
— Señorita Eleana ¿Cómo llegó aquí? — Me preguntó, una nube de humo salió de su boca.
Su tono un poco desconcertado, como si fuera yo la que estuviera nadando sin nada de ropa en pleno invierno.
— Lo seguí — Dije, un poco enojada de que no mostrara ninguna emoción al verme nuevamente.
— No debió hacerlo, el camino es peligroso — Apartó los mechones mojados, arrastrándolo hacia atrás, no mostró ningún indicio de que se estuviera congelando.
— Dígamelo cuando me rompa el otro tobillo, pude llegar hasta acá — Dije, evitando a toda costa observar su cuerpo.
— ¿Por qué me siguió? — Su mirada se enfrascó en las olas.
— Podría pasarle algo nadando solo en pleno invierno, vine a cerciorarme de que las olas no hubiesen arrastrado su cuerpo sin vida — Metí mis manos en los bolsillos de mi chaqueta.
— No se hubiera molestado, conozco perfectamente estás aguas y ellas a mí — Infló su pecho con arrogancia.
Allí estaba el duque que yo conocía.
Siguió mi mirada y me observó de forma pícara.
Me alejé en seguida, dándole la espalda.
— ¿A caso usted no sufre de frío? Maldición, debe estar loco para nadar en esas aguas tan heladas — Gruñí, nerviosa.
— Ambos nos observamos desnudos, supongo que ya estamos a mano — Dijo con tono divertido.
— Debería vestirse antes de pescar un resfriado — Lo observé de reojo.
No pude evitar darle otra mirada mientras caminaba hacia sus ropas. Tenía un trasero tan firme y abundante, pero fruncí el ceño ante las extrañas marcas de rasguños en su espalda. No eran marcas antiguas, sino recientes.
Mis ojos se desviaron a mis guantes cuando hizo ademán de agacharse a tomar la ropa.
Se vistió en silencio, esperé hasta que se colocó los calzones y la camisa para volver a observarlo.
Me alarmé cuando noté el extraño escozor rojizo en cada muñeca. Eso también era nuevo.
Me acerqué mientras se colocaba los pantalones cuando estuvo completamente vestido tomé su muñeca suavemente. Su piel estaba tan helada que quise aferrarme a él para darle calor.
Se quedó quieto y me observó con expresión confundida.
— ¿Qué sucede?
Toqué su muñeca con sutileza, recorriendo la herida. Su mandíbula se tensó cuando elevé mis ojos hacia él.
— ¿Qué le pasó?
Sus ojos se opacaron más.
— No es nada — Se zafó de mi toque y escondió las heridas debajo de sus mangas — Solo fue un percance en la misión — Me dió una expresión despreocupada, pero no le creí en lo absoluto, parecía como si hubiese estado encadenado por mucho tiempo.
¿Qué le hicieron?
Algo había sucedido, por su incomodidad y sus pupilas atormentadas podía percibir que no estaba bien.
Me acerqué, sin saber que más hacer, rodeé sus hombros y lo abracé.
Se quedó desconcertado cuando hundí mi rostro en su pecho y me aferré a su cuerpo helado. Cerrando mis ojos con fuerza, dándole un poco de consuelo.
¿Cayó en manos de algún enemigo? ¿Alguien lo torturó?
Me rodeó la espalda y me apretó con tanta fuerza que me cortó la respiración, pero no lo solté.
Respiró el aroma de mi cabello y soltó un jadeo.