Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro
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Estrategia de Combate
Segunda estrategia: control del terreno.
Comenzó a usar la guadaña como ancla. Cada vez que golpeaba el suelo, el arma liberaba corrientes de energía que deformaban el campo de batalla: levantaba pilares de lodo endurecido, generaba zanjas, e incluso atrapaba momentáneamente al guardián. No era suficiente para detenerlo por completo, pero sí para ralentizarlo y marcar un ritmo.
El lobo entendió el peligro. Sus ojos brillaron con una luz feroz y su cuerpo se duplicó en tres siluetas etéreas, todas cargando desde diferentes ángulos.
Tora frunció el ceño. No podía detenerlas todas.
Tercera estrategia: sincronía con el arma.
Respiró hondo y dejó de luchar contra el peso de la guadaña. En lugar de cargarla, se dejó llevar por ella. Giró sobre su propio eje, dejando que el filo trazara un círculo perfecto. La guadaña liberó un resplandor carmesí que barrió el espacio a su alrededor.
Dos de las ilusiones fueron destrozadas al instante. La tercera —el verdadero lobo— se lanzó contra él, pero Tora ya esperaba el movimiento. Con un giro final, detuvo las fauces a un centímetro de su rostro.
El arma tembló en sus manos. El lobo lo miraba con furia, pero también con un extraño respeto.
—Lo está forzando… —dijo Rebecca desde la rama donde observaba—. La guadaña lo está obligando a reconocer a Tora como un oponente digno.
El aire se cargó de tensión. La batalla aún no terminaba; el guardián solo estaba entrando en serio.
De pronto, el cielo retumbó y sobre la cabeza del lobo comenzaron a caer fragmentos de luz, como si el campo de batalla se hubiera sellado.
Tora apretó los dientes.
—Bien… entonces, la siguiente fase.
De su garganta surgió un rugido, pero ya no era un simple estruendo sónico: el espacio mismo vibró. El aire se quebró en ondas concéntricas, visibles como círculos que distorsionaban la visión.
Tora apenas tuvo tiempo de reaccionar. El primer pulso lo lanzó hacia atrás, estampándolo contra un fragmento de roca. Su cuerpo ardía, como si miles de agujas le atravesaran la piel.
—¡Eso no es sonido común! —gritó Marina, cubriéndose los oídos.
Rebecca frunció el ceño.
—Está manipulando las frecuencias del maná… su rugido altera la materia y el flujo interno del cuerpo.
El campo de batalla cambió.
Cada aullido del lobo deshacía el terreno, derritiendo el barro y endureciéndolo al instante en formas impredecibles: columnas que brotaban como lanzas, fosas que se abrían bajo los pies, muros que se desmoronaban antes de ser usados
Entonces, el lobo se lanzó hacia Tora con sus garras extendidas, intentando desgarrarlo. Tora respondió con rapidez: giró su guadaña y desvió cada embate, haciendo resonar el choque del metal contra la fuerza brutal de las zarpas. La criatura no se detuvo; entre embestidas, abrió su hocico y liberó un ladrido sónico que sacudió el aire y lanzó a Tora varios pasos atrás, haciéndolo crujir de dolor en el pecho.
El lobo se abalanzó de nuevo, pero esta vez Tora reaccionó de manera distinta. Golpeó el suelo con la guadaña, y de la tierra brotó un muro que creció vertiginosamente, elevando al lobo hacia las alturas. La criatura se retorció sobre aquella prisión improvisada, rompiéndola con su fuerza bruta, pero en ese instante Tora ya había creado una serie de escaleras de tierra que ascendían en espiral. Subió por ellas con agilidad, esquivando la lluvia de escombros que caía.
—Así que puedes crear tierra… —gruñó el lobo mientras el muro se resquebrajaba bajo su peso.
En el momento exacto en que el muro colapsó y el lobo comenzó a caer, Tora saltó al vacío, guadaña en mano. Con un movimiento limpio, la hoja oscura atravesó el aire y le asestó un corte certero al enemigo. Luego, para no estrellarse, modeló el terreno a sus pies en un tobogán de tierra, deslizando su propio cuerpo hasta aterrizar con control.
El lobo impactó contra el suelo con un estruendo seco, levantando polvo y fragmentos. Por un segundo pareció vencido, pero entonces se incorporó lentamente. Su pelaje volvió a brillar y, para sorpresa de todos, soltó una leve risa grave.
—Esta pelea fue espectacular, chico… te has ganado un anfitrión más.
Ante los ojos de Tora apareció la notificación:
“El espíritu lobo ahora es tu anfitrión.”
El lobo se inclinó con solemnidad, apenas bajando la cabeza, y añadió:
—Espero que te sirva el arma que te regalé. Debías estar conmigo para que el envío funcionara.
Apenas la notificación se desvaneció de su vista, Tora sintió un pulso extraño recorrerle la nuca y luego todo el cuerpo. La guadaña vibró en su mano como si respondiera a un llamado secreto, y de pronto su visión se nubló. Cuando abrió los ojos de nuevo, ya no estaba en el cráter de la runa central, sino en un espacio oscuro, inmenso, cubierto de neblina gris.
Delante de él se alzaba el lobo, majestuoso y mucho más grande de lo que había visto en la pelea. Sus ojos brillaban como lunas dobles, y su voz resonó sin necesidad de abrir el hocico.
—Bienvenido a mi zona alma, chico… —dijo, y su tono retumbó como un eco eterno en la penumbra—. Ahora compartiremos alma y destino.
Tora apretó los puños, sintiendo todavía el calor de la batalla.
—¿Así que eres mi anfitrión ahora? ¿Qué significa eso exactamente?
El lobo ladeó la cabeza, como si sonriera sin labios.
—Significa que puedes llamarme. Que mi fuerza, mi instinto y mis dones estarán a tu alcance… pero también significa que cargamos juntos. Lo que sientas, lo sentiré. Lo que pierdas, también lo perderé
—Escucha, Tora… pronto existirán los Despertados. Gracias a la red espiritual, habrá individuos capaces de interactuar con los espíritus sin necesidad de las brujas. —Las palabras se deslizaron como un eco ancestral, cargadas de certeza—. Hace poco, uno de ellos llegó hasta mí. Su nombre es… Madto.
Tora apretó los dedos en torno a la guadaña, sintiendo un leve temblor en el filo, como si el arma respondiera al nombre recién mencionado.
—¿Despertados…? —repitió en voz baja, intrigado. Su mente se llenó de imágenes vagas: humanos tocando fuerzas invisibles, sin el estigma ni el precio de la sangre de una bruja.