Alessandra Ferrari, una mujer de 41 años, se casó joven en un matrimonio arreglado con Roberto Fiorucci para salvar su empresa. Aunque lo amaba profundamente, su vida de lujos y eventos sociales se desmorona tras la muerte de sus padres y la absorción de su empresa por Roberto.
En su cumpleaños, descubre la infidelidad de Roberto con una joven de 20 años. Desgarrada, enfrenta el divorcio y queda sin apoyo financiero, con la mansión como único refugio.
Su hija de 16 años se va con su padre, mientras que Alessandra queda con su hijo de 19 y su pequeña de 12. Roberto la deja sin nada y le cierra oportunidades cuando ella se niega a ser su amante.
Rechazada por su círculo social y enfrentando deudas, Alessandra deberá hacer lo que sea para sacar a sus hijos adelante hasta ir a trabajar a un antro de lujo de bailarina donde se cruza con el arrogante CEO jefe de su nuevo empleo, quien la mira tal como es y le ofrece un trato que les conviene a ambos, pero ella se niega a venderse.
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Nuevo trabajo.
Alessandra respiró hondo antes de cruzar las puertas de cristal de Barbieri Modas, la prestigiosa empresa de modas y publicidad. El vestíbulo era un despliegue de elegancia minimalista, con paredes blancas y suelos de mármol que reflejaban la luz natural. Se ajustó la chaqueta y avanzó hacia la recepción, donde una joven con un impecable peinado recogido le sonrió amablemente.
—Bienvenida a Barbieri. —¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la recepcionista.
—Soy Alessandra Ferrari, empiezo hoy —respondió, tratando de ocultar su nerviosismo.
La recepcionista asintió y le indicó que esperara un momento. Mientras Alessandra aguardaba, observó a su alrededor. Las paredes estaban adornadas con fotografías de campañas publicitarias exitosas y portadas de revistas de moda. Era evidente que Barbieri era un lugar donde se respiraba creatividad y éxito.
Un grupo de mujeres pasó junto a ella, susurrando entre ellas. Alessandra captó fragmentos de su conversación.
—¿Has oído? Va a trabajar para él. Dijo una joven.
—Pobre, no sabe en lo que se mete.
—Dicen que es un desgraciado. Susurra otra.
Alessandra sintió un nudo en el estómago. ¿Quién sería ese hombre del que hablaban? Antes de que pudiera reflexionar más, una mujer de mediana edad, con un aire de autoridad y elegancia, se acercó a ella.
—Alessandra, soy Marta, la directora de recursos humanos. Ven, te mostraré tu oficina y te presentaré al equipo.
Mientras caminaban por los pasillos, Marta le dio una breve introducción sobre la empresa y sus expectativas. Finalmente, llegaron a una puerta de madera con una placa dorada que decía “Francesco Barbieri, Presidente”.
—Aquí estamos —dijo Marta, tocando suavemente la puerta antes de abrirla. —Francesco, te presento a Alessandra Ferrari, tu nueva asistente. Fue todo lo que pediste —dice y él levanta una ceja con ironía hacia la mujer de recursos humanos y ella se encoge de hombros.
—Bueno, solo faltó una cosa de tu petición —vuelve a decir la mujer. Francesco había tenido muchas asistentes, pero eran jovencitas sin cerebro; lo único que buscaban era meterse en su cama y, de hecho, lo hicieron, pero cuando se ponían intensas, las despedía. Le pidió a Marta, amiga de su familia, que consiguiera una mujer de cuarenta o más; si era fea y tenía anteojos y una verruga en la nariz, sería mejor.
—Puedes retirarte, Marta. —Habló firme, mirando a la mujer de recursos humanos, y ella se va de la oficina.
Francesco levantó la vista de su escritorio; sus ojos azules y penetrantes se encontraron con los de Alessandra. Su rostro era serio y la mirada desarmaba. Cualquiera, pero había algo en su mirada que la hizo sentir una inquietud inexplicable, sin hablar de su cuerpo fuerte y marcado que apretaba su traje; su cabello oscuro y una barba con algunas pocas canas lo hacían ver sexy.
Francesco Barbieri 45 años
—Bienvenida a Barbieri, Alessandra. Espero que hagas un excelente trabajo aquí; no me gusta la impuntualidad, la ineptitud, la irresponsabilidad y el desorden. Necesito a alguien activo y que se ajuste a mi estilo estricto —dijo Francesco, extendiendo su mano.
Alessandra estrechó su mano, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo, aunque no lo demostró. Sabía que este era solo el comienzo de un nuevo capítulo en su vida, uno que prometía darle una vida estable a sus hijos y sin tener que esconder su trabajo por miedo al qué dirán.
—Así será, señor Barbieri, no tendrá quejas de mí. —Dijo dispuesta a aprender, aunque nunca había trabajado antes.
—Tu oficina está por allá; ve y me traes la tablet que está en el escritorio, díctame mi agenda de hoy y luego llama a los contactos que están allí guardados con Textilera Rossi y Gracci Publicidad. Les dirás que necesito reunirme con ellos mañana. También me traes un café negro con uno de azúcar.
Ella se quedó un segundo impactada, pero luego reaccionó y se fue a hacer lo que pidió.
Alessandra le dictó su agenda y llamó a la textilera y al cliente; luego trajo su café y Francesco estaba complacido con ella. Era una mujer madura y Edo solo lo sabía porque fue lo que dijo Marta, ya que no lo aparentaba. No tenía nada que envidiarle a una jovencita; era hermosa, inteligente y tenía algo que la hacía ver interesante, aunque no sabía lo que era.
Alessandra ese día pasó de un lado para el otro haciendo mandados, rechazando llamadas y excusando al señor. También presenció cómo le gritaba a todo el mundo; un cliente había rechazado una propuesta y culpó al director creativo y le gritó horrible.
—No pudiste crear algo mejor; ese hombre es muy exigente, no voy a permitir errores como estos, o lo arreglas o te largas. Dijo molesto y Alessandra solo lo observaba; tenía un carácter insoportable.
Su turno terminó y salió de la empresa para dirigirse al club donde bailaba. Aún no lo podía dejar hasta que llegase la quincena y le pagaran en la empresa; según le explicaron, la paga era excelente, no debía preocuparse por dinero de nuevo, aunque tampoco se volvería millonaria, claro.
Alessandra llegó y todos la saludaron. Corrió a cambiarse mirando su reflejo en el espejo; odiaba hacer eso, aunque no era nada malo más que bailar. Le mostraba su cuerpo a muchos hombres para su placer y eso le daba vergüenza de ella misma, aunque recordaba por qué lo hacía y eso la hacía seguir.
Terminó de colocar su última prenda y salió a la tarima, la luz tenue enfocándola a ella.
“Con ustedes, Hada, porque hace magia a través del baile”, anunció el presentador y ella comenzó su baile meneando su cuerpo al don de la música suave, enloqueciendo a todos cada vez que giraba en el tubo y les mostraba toda su sensualidad. Ella era hermosa y seductora; ella misma lo sabía.
Bailo cada vez que le tocó esa noche para luego retirarse e ir con sus hijos; su pequeña Alessia la esperaba con ansias para contarle cómo le había ido.
—¡Mamita, llegaste! —corrió y la abrazó para luego abrazarla; Alessandra la alzó en sus brazos.
—¿Cómo estamos, dulce princesa, que te dieron de comer hoy piedras? —dijo colocándola en el suelo y dándole besos.
—Mami, papi, fue a verme hoy y dijo que me daría un regalo si me iba con él, pero le dije que no te dejaría sola —le cuenta con una sonrisa. Roberto no hallaba formas para dejar a sus hijos de Alessandra, pero por su cuenta y no por un juez; sería más duro para ella que sus hijos la despreciaran.
—¿Eso dijo? Alessandra frunció el ceño.
—Sí, pero igual me dio esta hermosa computadora. —Le dije que lo extrañaba mucho —dijo y Alessandra sonrió.
—Hola, mamá, sí, papá también me visitó en la universidad y me prometió un regalo. Alessandra no dijo nada, solo saludó a su hijo; ella quería darles todo, pero no podía, aunque haría lo posible por no afectar su estilo de vida.