Un Omega miembro de una manada de lobos de las nieves, huye con su hijo Alfa tras haber asesinado al Alfa de la manada en defensa.
En su huída por tierras nevadas, encuentran a un Alfa exiliado que vive en los bosques, y que cambiará sus destinos.
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El suave aullar de la ventisca
Muchas veces, era más común que el Alfa pudiera tener cachorros sin formar un lazo con los Omegas con el fin de tener más lobos Betas en la manada; y aunque el hecho de que un Omega formará una familia con un Beta era un poco inusual, no hubo real negativa o crítica para cuando intimaron por primera vez, o cuando se supo de su embarazo.
Fausto aún recordaba con una sonrisa cómo esos de trozos de carne ocasionales que uno de los mejores Betas cazadores en la manada le traía, se convirtieron en largas conversaciones; en acurrucarse debajo de algún árbol durante los días de buen clima, o correr juntos jugando en las épocas donde la nieve daba paso a algunas pasturas a mostrarse entre el indomable blanco.
Dimitri no dudo en mostrarle que había construido una tienda con tela y madera que había ido reuniendo, con una sonrisa enorme le dijo: ¡Mira nuestro hogar! Y Fausto con un nudo en la garganta no necesito que le preguntara otra cosa para saber que aquel lobo era el que quería cómo su compañero para toda la vida.
Un momento que sintió cómo un sueño tan breve, que a veces dudaba que hubiera ocurrido. El ser feliz y sentirse protegido por Dimitri no parecía más que un recuerdo lejano, quien había construido su reputación de tal manera que incluso se mostraba cómo un líder influyente entre los cazadores y rastreadores Betas.
—Mi tesoro —le dijo a Fausto tras su primera noche juntos. Y lo volvió a decir cuando en sus brazos temblorosos cargó a su pequeño hijo, un bebé con cabellos plateados como los de él.
Mi tesoro…también tú eras el mío, pensó Fausto cuando acunaba a su cachorro solo, en ausencia de quien lo amó.
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Una mañana nevada, con el semblante serio, uno de los Betas que fueron a cazar con su compañero, le dijeron sin mayor ceremonia: «Murió durante la caza.» De eso, hacía los suficientes años para que su cachorro, en ese entonces era casi un bebé, fuera un adolescente cerca de los dieciséis años: contrario a la probabilidad, resultó ser un joven Alfa.
La manada estaba principalmente compuesta de Betas, pocos Alfas, y todavía menos Omegas; podría considerarse una manada fuerte, que dominaba las tierras nevadas altas.
Ahora que veía a su hijo sano, y posiblemente un Alfa que sería prolijo, todo lo que padeció durante su crianza, lo valió.
—Madre —le dijo al Omega su joven hijo, Konstantine, con una sonrisa, y el rostro rojo por el frio golpeándole la cara; su alborotado cabello rubio cenizo le caía desordenado sobre los ojos—, pude quedarme con unas presas pequeñas que te traje, ¡siempre comes muy poco!
Konstantine entró a la pequeña tienda de pieles de color marrón a ver a su madre confeccionar algo, probablemente para fortalecer las otras tiendas.
—Oh, Kotine—llamó con un diminutivo a su hijo, de forma cariñosa y un poco apenado—. Es normal, no estoy acostumbrado a comer mucho —contestó
"Si supieras, Kotine." Lo que Fausto padeció durante su crianza, era un secreto que jamás le dijo a su hijo: siempre últimos en tener alimento, los Omegas recibían muy poca comida, y uno que perdió a su pareja; los días en que podía comer algo de buena manera, no volvieron hasta que su hijo comenzó a dejar la niñez—aunque seguían dejándolo último—, y en particular, cuando el joven resultó ser un Alfa.
Kotine al ser todavía considerado un cachorro camino a ser un lobo joven, y sabiéndolo un Alfa, se le daba buena porción de comida; la cual el joven siempre guardaba un poco en secreto para su madre, porque realmente no dejaban mucho para los Omegas.
También el hecho de tener un hijo Alfa, hizo al menos que ya no lo metieran en peleas con tal de sacar la tensión de los miembros de la manada; un Omega estaba para eso, y si bien nunca ganaban, en realidad eran resistentes al dolor, además que estaba prohibido matarlos.
Cuando veía a su hijo, le traía la viva imagen de su fallecido compañero, quien—como su hijo hacia—, buscaba protegerlo.
—Por eso también te guarde carne de la caza, ya todos comieron así que puedes comerla junto a lo que te traje —insistió Kotine.
Eso siempre conmovía a Fausto, veía tanta de la nobleza de Dimitri en su hijo que era doloroso, a pesar de los años.
Le sorprendía haber sobrevivido tanto tiempo sin nadie a su lado para interceder por él: Dimitri siempre le decía que él, aun siendo un Omega, era más fuerte de lo que pensaba. Tuvo que usar su ingenio muchas veces, como era usar algunas hierbas para aminorar los síntomas de su celo, esconderse y rodearse de pieles mientras pasaba.
En otras circunstancias, Kotine se plantaba en la entrada de su tienda esos días sin moverse, para alejar a otros; no obstante eso le preocupaba, como Alfas, guiar la caza era fundamental, así que esos días en que no iba, Bastian—el líder Alfa—, parecía enfurecerse.
Aunque eso le preocupaba, había algo que últimamente le inquietaba más: el trato de los líderes con Kotine estaba volviéndose condescendiente, habiendo pocos Alfas jóvenes, entendía la situación.
Realmente comenzaba a temer por su porvenir, sin Dimitri a su lado...Se odiaba pensar así, porque mientras su hijo aun no fuera lo suficientemente fuerte, el tenía que aguantar, como lo hizo tantos años atrás.
Mucho tiempo vivió alimentándose de la carroña a escondidas—los desechos de la caza que nadie se comía—: su porción se la destinaba a su hijo a quien no le daban suficiente alimento; ya que al ser progenie de un Beta, y un Omega, no sería raro un niño enfermizo, u otro Omega.
Así que al ver al bebé muy pequeño, el alimento que le daban no era suficiente, pensando la casta que podría heredar. Había días que no comía; lo cual podía aguantar, los Omegas eran resistentes, aunque no fuertes; pudo salir de las condiciones precarias.
Sin embargo, Fausto no podría evitar involucrar a su hijo en los eventos que cambiarían su vida.