Jay y Gio llevan juntos tanto tiempo que ya podrían escribir un manual de matrimonio... o al menos una lista de reglas para sobrevivirlo. Casados desde hace años, su vida es una montaña rusa de momentos caóticos, peleas absurdas y risas interminables. Como alfa dominante, Gio es paciente, aunque eso no significa que siempre tenga el control y es un alfa que disfruta de alterar la paz de su pareja. Jay, por otro lado, es un omega dominante con un espíritu indomable: terco, impulsivo y con una energía que desafía cualquier intento de orden.
Su matrimonio no es perfecto, pero es suyo, y aunque a veces parezca que están al borde del desastre, siempre encuentran la forma de volver a elegirse
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### **Capítulo 3: Medidas y Maldades**
Jay estaba de rodillas en el suelo, sujetando con precisión la cinta métrica alrededor del muslo de Gio. Intentaba concentrarse en su trabajo, pero el alfa no se lo estaba poniendo nada fácil. Cada vez que su omega tocaba su piel, Gio se movía ligeramente, lo suficiente como para desestabilizarlo.
—¡Por el amor de Dios, quédate quieto! —exclamó Jay, alzando la vista con una mirada asesina.
Gio sonrió con inocencia fingida, inclinándose levemente hacia él.
—Lo siento, amorcito, pero eres tú quien me está tocando. No puedo evitar reaccionar.
Jay rodó los ojos con fuerza antes de ponerse de pie.
—Tsk, eres imposible, no debí haberte comprado café. Y además, con toda esa ropa encima, medir con precisión es un fastidio.
Gio llevaba un suéter grueso de cuello alto y una chaqueta de cuero sobre él. Jay chasqueó la lengua y le hizo un gesto con la mano.
—Fuera. Todo.
Gio alzó una ceja con diversión.
—¿Todo?
—Todo, menos la ropa interior —especificó Jay con impaciencia, si no lo hacía; Gio se iba a quitar todo—. Necesito tomar medidas exactas, y con esas capas pareces un maldito oso.
Gio sonrió de lado, claramente disfrutando la situación.
—Si querías verme en poca ropa, solo tenías que pedírmelo, cariño.
Jay suspiró, llevándose dos dedos al entrecejo.
—Gio. No estoy de humor para tus estupideces.
—¿Seguro? Porque te veo un poco rojo.
Jay le lanzó una mirada afilada antes de dar un par de pasos hacia su escritorio y tomar su libreta.
—¡Gabo! —llamó con tono autoritario.
La puerta se abrió al instante, y un beta joven entró con la tablet en la mano, listo para tomar notas.
—¿Sí, señor?
Jay ignoró por completo a Gio, que ya se estaba quitando la chaqueta con movimientos exageradamente sensuales.
—Necesito que vayas a la bodega y saques las telas de terciopelo burdeos, azul noche y negro mate —ordenó con profesionalismo—. También las sedas de patrón discreto en tonos fríos.
El asistente asentía rápidamente, tomando notas mientras Gio, en el fondo, se desabrochaba el cinturón con toda la intención de llamar la atención. Jay fingió que no lo veía, pero el beta sí lo notó y desvió la mirada con incomodidad.
—¿Algo más, señor?
—Sí. También los rollos de tela con bordado dorado, pero tráelos solo si ves que combinan con el terciopelo —añadió Jay mientras le lanzaba una mirada fugaz a Gio, que ya se había quitado el suéter y estaba quitándose la camiseta ajustada debajo.
Jay sintió un escalofrío recorrerle la espalda al ver cómo los músculos del alfa quedaban al descubierto. No es que fuera la primera vez que veía a su esposo así, pero ver a Gio quitándose la ropa en su oficina, con esa mirada de puro entretenimiento y picardía, era otra historia.
El asistente carraspeó.
—E-Entendido. Iré por las telas de inmediato.
Salió rápidamente, cerrando la puerta tras de sí, y Jay se giró en el mismo instante en que Gio se terminaba de quitar la camiseta, dejando a la vista su torso definido.
—Eres un desgraciado —murmuró Jay, sintiendo el calor subirle al rostro.
Gio sonrió con total descaro, dejando caer su ropa sobre una silla.
—¿Por qué? Solo estoy cumpliendo órdenes. Tú fuiste quien me dijo que me quitara todo.
Jay suspiró, ignorándolo con todas sus fuerzas y estiró la cinta métrica con la precisión de un cirujano antes de rodear el torso de Gio con ella.
—Pecho, ciento diez centímetros —murmuró, anotando en su libreta.
Gio sonrió con aire de suficiencia.
—¿Te gusta lo que ves?
Jay se tensó por un segundo, pero de inmediato lo golpeó con la libreta en el estómago.
—¡Cierra la boca, animal!
Gio se rió y mientras Jay se inclinaba un poco para medirle la cintura, el alfa aprovechó la cercanía para inclinarse y darle un beso fugaz en la mejilla
Jay se quedó congelado por un segundo antes de chasquear la lengua y darle un codazo en las costillas.
—¿Qué haces? ¡No te muevas!
—Nada, solo un beso inocente —respondió Gio con una sonrisa traviesa.
—"Inocente" mis huevos —gruñó Jay, pasándole la cinta métrica por la espalda con más fuerza de la necesaria—. Cintura, ochenta y cuatro. Ahora, piernas.
Gio alzó una ceja con picardía.
—¿Me vas a medir todo, amorcito?
Jay le dio un golpe con la libreta en el pecho.
—Cállate.
Se arrodilló para medir la circunferencia de los muslos de Gio, pero apenas pasó la cinta alrededor, el alfa aprovechó la oportunidad y exhaló lentamente, liberando una pizca de sus feromonas dominantes.
Jay se detuvo al instante.
—Gio…
—¿Sí?
—Deja de hacer eso ahora mismo.
—¿Hacer qué?
Jay alzó la mirada con un brillo peligroso en los ojos.
—Tus malditas feromonas.
Gio sonrió con total inocencia.
—¿Te afectan, amor?
Jay le recogio el metro y lo azotó, ¿que demonios?, hace menos de 2 horas el maldito alfa estaba a punto de hacer que sus cejas se besaran de tanto fruncir el ceño y ahora era como un perro en celo, no debió haber comprado nada.
—Voy a hacerte un traje con estampado de ositos bebés, maldito.
Gio soltó una carcajada, pero antes de que Jay pudiera retroceder, lo atrapó por la cintura y lo pegó contra su pecho desnudo.
—¡Gio!
—Solo un beso más —murmuró el alfa contra sus labios, antes de robarle un beso lento y profundo.
Jay, sin poder evitarlo, se dejó llevar por un segundo antes de reaccionar y darle un mordisco en el labio inferior.
Gio gruñó en placer, sonriendo contra su boca.
—Eres un pequeño salvaje.
Jay se soltó de su agarre y lo empujó de vuelta a su sitio, con las mejillas ardiendo.
—Ya acabé con las medidas. Ahora vístete antes de que alguien entre y te vea en calzones.
Gio suspiró, burlón, mientras se ponía la ropa con toda la calma del mundo.
—Me encanta cuando te pones así.
—Y a mí me encanta cuando cierras la boca —replicó Jay, dándole la espalda mientras anotaba las medidas.
Gio se acercó una última vez, inclinándose sobre su escritorio.
—Nos vemos en casa, mi omega malhumorado.
Jay ni siquiera lo miró.
—Si llegas a casa y no hay cena, ya sabes por qué.
Gio sonrió, besándole la coronilla antes de salir de la oficina.
Jay se dejó caer en su silla con un suspiro, sintiendo sus feromonas aún revueltas.
Ese maldito alfa iba a volverlo loco.