¿Crees en el destino? ¿Alguna vez conociste a alguien que parecía tu alma gemela, esa persona que lo tenía todo para ser ideal pero que nunca pudiste tener? Esto es exactamente lo que le ocurrió a Alejandro… y cambió su vida para siempre.
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El susurro del destino
Luna despertó sobresaltada, su respiración agitada. Había soñado nuevamente con Alejandro. Esta vez, ambos estaban en un baile antiguo, sus manos entrelazadas mientras una melodía melancólica llenaba el aire. Cuando ella miró hacia abajo en el sueño, llevaba un collar con un dije en forma de luna creciente, idéntico al que su abuela le había dejado años atrás. Pero lo más extraño era que Alejandro, en ese mismo sueño, sostenía otro collar con el mismo diseño.
“¿Qué significa esto?” pensó Luna, mientras se incorporaba y tocaba el dije que colgaba de su cuello. No podía ignorar la sensación de que algo mayor estaba en juego.
Horas después, un mensaje llegó a su teléfono. Era de Alejandro:
“Necesitamos hablar. Café Mirador, 6 PM.”
Ella dudó por un momento, pero la curiosidad fue más fuerte que el miedo. Algo la empujaba hacia él, como si resistirse fuera inútil.
Cuando llegó al café, Alejandro ya estaba allí, sentado junto a una ventana que daba al parque. Parecía perdido en sus pensamientos, pero al verla, sus ojos se iluminaron, aunque había algo de nerviosismo en su expresión.
—Gracias por venir —dijo él, poniéndose de pie y ofreciéndole asiento.
—No podía decir que no. Siento que hay muchas cosas que necesitamos entender —respondió Luna mientras tomaba asiento.
El silencio entre ellos era palpable, lleno de preguntas que ambos tenían miedo de formular. Finalmente, Alejandro rompió la tensión.
—Sé que suena extraño, pero... he estado soñando contigo. En esos sueños... estamos juntos, pero no en esta vida. Es como si... —su voz se quebró por un momento—. Como si nos hubiéramos amado antes.
Luna asintió lentamente, sus manos temblaban mientras alcanzaba el collar en su cuello.
—Yo también he tenido esos sueños. Y siempre llevo esto conmigo —dijo, mostrando el collar. Su diseño intrincado brilló bajo la tenue luz del café. Alejandro sintió un escalofrío al verlo.
—Es idéntico al mío —murmuró, sacando un pequeño estuche de su bolsillo. Al abrirlo, reveló un collar con el mismo dije de luna creciente.
Luna lo miró, incrédula.
—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—Era de mi abuela. Dijo que perteneció a una mujer que fue el amor de mi vida, pero que nunca logré alcanzar.
El aire se cargó de una electricidad palpable. Los dos se miraron fijamente, como si intentaran descifrar un rompecabezas que sus corazones ya comprendían. Antes de que pudieran decir algo más, el camarero llegó con sus pedidos, rompiendo la atmósfera tensa.
Cuando el camarero se retiró, Alejandro tomó aire y dijo:
—Esto no puede ser coincidencia. Tenemos que saber más. ¿Has sentido como si alguien, algo, nos estuviera guiando?
Luna asintió, pero antes de responder, su teléfono vibró sobre la mesa. Lo miró con el ceño fruncido. Era un mensaje de un número desconocido:
“El tiempo corre. Si buscan respuestas, cuidado con lo que desentierran.”
Los dos leyeron el mensaje en silencio, y una sensación de peligro inminente los envolvió. Alejandro apretó su collar con fuerza. Sabía que habían cruzado un umbral del que no podían volver. Algo más grande los esperaba.
Luna levantó la vista del teléfono y encontró la mirada de Alejandro, sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y determinación.
—¿Quién crees que pudo enviar esto? —preguntó ella, apenas en un susurro.
Alejandro negó con la cabeza, frunciendo el ceño.
—No lo sé, pero alguien sabe lo que estamos haciendo... o soñando.
Luna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Instintivamente, miró hacia la ventana del café. Un hombre con una gabardina oscura estaba al otro lado de la calle, aparentemente hablando por teléfono. Sin embargo, su postura rígida y el modo en que sus ojos se deslizaban hacia ellos cada pocos segundos delataban otra intención.
—Creo que nos están siguiendo —murmuró, inclinándose hacia Alejandro.
Él giró disimuladamente la cabeza y también lo vio.
—No es posible... —dijo Alejandro, su voz teñida de incredulidad—. Ese hombre estaba en el evento donde te conocí.
Luna se tensó.
—¿Estás seguro?
—Completamente. Recuerdo su rostro porque estaba junto a la salida cuando nos fuimos.
El ambiente se volvió sofocante. Luna se levantó de repente.
—Tenemos que salir de aquí. No podemos quedarnos sentados esperando a ver qué pasa.
Alejandro dejó un billete en la mesa y siguió a Luna hacia la salida trasera del café. Salieron a un callejón angosto, donde el aire fresco contrastaba con la tensión que ambos sentían.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Luna, abrazándose a sí misma mientras Alejandro escaneaba el área en busca de señales de peligro.
Antes de que él pudiera responder, un gruñido metálico resonó a sus espaldas. Una puerta oxidada se abrió, y de ella salió una mujer mayor con una mirada penetrante. Llevaba un chal oscuro y un aire de misterio que parecía envolverla.
—Así que finalmente se encontraron —dijo, con una voz profunda y cargada de significado.
Luna dio un paso atrás, alarmada.
—¿Quién es usted?
La mujer no respondió directamente. En su lugar, extendió una mano hacia el collar de Luna.
—Ese dije... y tú también lo tienes, ¿verdad? —dijo, mirando a Alejandro. Él asintió lentamente.
—Ustedes dos son las piezas finales de un ciclo que se ha repetido durante siglos. Cada vez que se encuentran, algo se desata, algo que no debería ser recordado —continuó la mujer, sus ojos oscuros fijos en ambos.
Alejandro sintió un nudo en el estómago.
—¿Qué está diciendo? ¿Quién es usted?
La mujer lo miró con compasión mezclada con severidad.
—Soy alguien que ha estado esperando este momento. Sus vidas están entrelazadas de una forma que desafía las leyes del tiempo y del destino. Pero, les advierto: hay quienes harán cualquier cosa para evitar que recuerden la verdad.
Luna apretó el collar con fuerza, intentando comprender las palabras de la mujer.
—¿Qué verdad?
La anciana dio un paso más cerca, susurrando:
—En su vida pasada, ustedes dos desencadenaron una catástrofe. Si recuerdan todo, el mundo que conocen podría colapsar nuevamente.
Antes de que pudieran procesar lo que ella decía, un estruendo interrumpió la conversación. El hombre de la gabardina oscura apareció al final del callejón, con la mano dentro de su abrigo.
—Corran —dijo la mujer, empujándolos hacia una puerta lateral—. No tienen tiempo.
Sin pensar, Alejandro tomó la mano de Luna, y ambos se lanzaron al interior del edificio. El sonido de pasos apresurados y voces desconocidas resonaban detrás de ellos. Luna respiraba con dificultad mientras Alejandro cerraba la puerta tras ellos.
—¿Qué está pasando? —preguntó ella, al borde del pánico.
Alejandro la miró fijamente.
—No lo sé... pero ahora no podemos detenernos. Tenemos que descubrir la verdad antes de que ellos nos encuentren.
El eco de los pasos se acercaba, y ambos supieron que el juego había comenzado. La cacería estaba en marcha.