EL LEGADO DE HELENA

—¡Campos, da la vuelta! —ordenó Montero con urgencia—. La casa está comprometida. Diana Krüger está ahí. Es una trampa.

La teniente reaccionó instantáneamente, ejecutando un giro brusco que los alejó de la línea directa de visión desde la casa. Montero observó cómo Carlos, el otro agente, desenfundaba su arma con movimientos precisos.

—¿Diana Krüger? —inquirió Campos mientras conducía—. ¿La agregada cultural alemana?

¿Estás seguro?

—La vi en la ventana. Velasco acaba de confirmar que Margarita vive sola —Montero revisó su arma mientras hablaba—. Lo que significa que nos tendieron una emboscada perfecta.

A menos de un kilómetro, el todoterreno se detuvo en un recodo oculto entre pinos. Carlos desplegó rápidamente un pequeño dron de vigilancia que transmitía imágenes en tiempo real a una tableta. La escena confirmó las sospechas de Montero: tres vehículos negros se aproximaban a la casa desde diferentes direcciones.

—Equipo táctico profesional —murmuró Carlos—. Probablemente ex-militares.

Velasco contactó por radio, su voz tensa pero controlada.

—Aborten la operación. No podemos enfrentarnos a ellos sin refuerzos adecuados. Prioridad: proteger el Protocolo y al inspector.

Mientras se alejaban por carreteras secundarias, Montero conectó la memoria USB que Margarita —o quien fuera realmente— le había entregado. Necesitaba verificar si contenía información auténtica o era parte de la trampa.

—Esto no tiene sentido —murmuró, revisando las fotografías—. ¿Por qué me entregarían información real si era una emboscada?

—Para ganar su confianza —sugirió Campos—. O quizás el encuentro tenía un doble propósito: obtener información sobre lo que usted sabe mientras le proporcionaban datos seleccionados cuidadosamente.

Montero consideró la posibilidad. Las fotografías parecían auténticas, mostrando conexiones entre personas que efectivamente formaban parte de la investigación. Pero ahora no podía confiar en nada de lo que había escuchado. ¿Existió realmente Alejandro Montes? ¿Era "Venus1482" la verdadera segunda contraseña para el Protocolo Alejandría?

Solo había una forma de averiguarlo.

—Necesito un lugar seguro con acceso a internet —solicitó Montero—. Y quiero hablar con la verdadera Margarita Solís.

Tres horas más tarde, en un apartamento franco de la policía ubicado en un edificio anónimo del centro urbano, Montero enfrentaba a una mujer de sesenta años, robusta y de cabello canoso, que nada tenía que ver con la falsa Margarita.

—Nunca he vivido en la costa —afirmó la auténtica Margarita Solís, mostrando su documentación—. Soy profesora de instituto jubilada en Madrid. Conocí a Helena en la universidad, sí, pero perdimos contacto hace más de quince años.

—¿Recuerda a alguien llamado Alejandro Montes? ¿Un estudiante de Bellas Artes que salió con Helena?

La verdadera Margarita frunció el ceño, esforzándose por recordar.

—Alejandro... sí. Un chico encantador, muy talentoso. Tenía un estilo bohemio inconfundible. Helena estaba loca por él —sonrió con nostalgia—. Recuerdo que viajaron a Italia un verano. Helena volvió fascinada con Botticelli.

Montero sintió un escalofrío. La falsa Margarita había mezclado mentiras con verdades, lo que hacía todo más confuso y peligroso.

—¿Sabe qué ocurrió con él?

El rostro de Margarita se ensombreció.

—Un accidente horrible. Su coche se salió de la carretera cerca de El Escorial. Helena quedó devastada. Nunca la había visto así —hizo una pausa reflexiva—. Fue poco después de eso cuando empezó a cambiar. Se volvió más... intensa. Determinada. Como si tuviera una misión.

Velasco, que había estado observando en silencio, intervino:

—¿Mencionó Helena alguna vez algo sobre fotografías que Alejandro hubiera tomado? ¿O sobre una operación llamada "Minerva"?

—Minerva... —repitió Margarita lentamente—. No directamente. Pero recuerdo una noche, meses después del accidente. Helena había bebido más de lo habitual. Dijo algo como "La diosa de la sabiduría me guiará hasta la verdad". No le di importancia entonces.

La confirmación parcial del relato aumentó la confusión de Montero. "Venus1482" podría ser efectivamente la contraseña correcta, incluso si había sido entregada bajo circunstancias engañosas.

Tras despedir a Margarita con la promesa de protección policial, Montero se enfrentó al disco duro de Helena. En la carpeta "Minerva - Acceso Restringido", introdujo la contraseña "Venus1482".

La pantalla parpadeó. Acceso concedido.

—Funcionó —murmuró Velasco, incredulidad tiñendo su voz.

—Lo que significa que Diana Krüger no quería impedir mi acceso al archivo —dedujo Montero—. Quería confirmar que yo lo conseguiría.

Dentro de la carpeta restringida, encontraron un laberinto meticulosamente organizado de documentos, fotografías y grabaciones de audio. Helena había construido una red de evidencias tan compleja como la propia organización que investigaba.

Un archivo llamó la atención de Montero: "Génesis - Operación Minerva.doc". Al abrirlo, las primeras líneas los dejaron sin aliento:

"La Operación Minerva fue concebida en 2004 como una iniciativa conjunta hispano-alemana para facilitar la venta de tecnología militar avanzada a países bajo embargos internacionales. Klaus Müller, Lorenzo Vidal y Ernesto Saldivar constituyeron el núcleo original, con el respaldo tácito del entonces Secretario de Estado de Defensa, ahora Ministro del Interior."

Mientras leían, el teléfono de Velasco sonó. Su rostro palideció visiblemente.

—Han encontrado el cuerpo de Clara Quintero en su habitación del hospital —informó tras colgar—. Aparentemente un fallo cardíaco, pero...

—Sabemos que no fue natural —completó Montero, la rabia creciendo en su interior—. Están eliminando testigos.

Velasco asintió gravemente.

—Hay más. Miguel Ángel Durán ha desaparecido. Su departamento muestra signos de lucha.

La situación se deterioraba por momentos. Montero necesitaba un enfoque diferente, algo que La Hidra no esperaría.

Regresó al archivo de Helena, buscando pistas. Entre los documentos del Protocolo, encontró una carpeta etiquetada como "Contingencia" que contenía un único archivo: "Si estás leyendo esto, Montero.pdf".

El mensaje era claro y conciso, típico de Helena:

"Si has llegado tan lejos, significa que yo ya no estoy. También significa que has descubierto la verdad sobre Alejandro y la conexión con Botticelli. Confío en que hayas verificado la autenticidad de la información antes de proceder.

Si La Hidra está cerrando el círculo, hay una persona que puede ayudarte, alguien cuya existencia mantuve en secreto incluso en mis diarios personales. Su nombre es Sara Linares, fue estudiante de Alejandro y posteriormente se convirtió en periodista de investigación. Ella posee copias de seguridad de todo el Protocolo y, lo más importante, conoce la identidad de 'El Ingeniero'.

Contacto: Galería Aurora, exposición permanente, sala tres. Pregunta por 'El amanecer de la verdad'. El código es: 'Los ojos de Minerva todo lo ven'.

No confíes en nadie más. Ni siquiera en quienes parecen estar de tu lado. La Hidra tiene muchas cabezas, y algunas llevan uniforme."

Montero sintió un nudo en el estómago mientras leía la última línea. Miró de reojo a Velasco, quien revisaba otros archivos, ajena al mensaje que acababa de descubrir.

¿Podía confiar realmente en ella? ¿En Campos? ¿En alguien?

—Necesito aire fresco —anunció, guardando discretamente una copia del mensaje en su teléfono—. Demasiada información para procesar.

Velasco asintió distraídamente.

—No te alejes demasiado. Este edificio es seguro, pero no podemos garantizar lo mismo para el exterior.

En la azotea del edificio, Montero contempló el atardecer sobre la ciudad mientras reorganizaba sus pensamientos. Helena había previsto casi todo, incluso la posibilidad de un topo en la policía. Necesitaba encontrar a Sara Linares sin alertar a nadie.

Sus reflexiones fueron interrumpidas por pasos suaves tras él. Se giró, tenso, encontrándose con la teniente Campos.

—Informe de último minuto —comunicó ella—. Diana Krüger ha sido localizada tomando un vuelo a Berlín. Velasco ha solicitado la cooperación de las autoridades alemanas, pero...

—Pero ambos sabemos que no la detendrán —completó Montero—. Tiene protección de alto nivel.

Campos se acercó, bajando la voz.

—Inspector, hay algo que debe saber. No debería decírselo, pero... —dudó, mirando nerviosamente hacia la puerta—. He estado revisando los registros de comunicaciones de la comisaría central. La filtración sobre la casa segura no vino del vehículo de Velasco.

Montero contuvo la respiración.

—Vino desde dentro del equipo táctico —continuó Campos—. Específicamente, del teléfono de Carlos.

La información confirmaba las advertencias de Helena. La Hidra tenía agentes en todas partes.

—¿Por qué me dices esto? —preguntó Montero, estudiando cuidadosamente las reacciones de Campos.

—Porque mi hermano menor trabajaba en el caso Ribera con Helena —respondió ella, sus ojos brillando con una emoción apenas contenida—.

Fue encontrado ahogado en el pantano de San Juan tres días después de entregarle cierta documentación. Un "trágico accidente durante una excursión en solitario", según el informe oficial.

La revelación sorprendió a Montero. Nunca había conectado a Campos con aquel caso.

—Mi nombre de soltera es Javier —añadió ella—. Cambié mis apellidos después de lo de mi hermano. He estado esperando una oportunidad como esta durante años.

Montero dudó momentáneamente, pero algo en la intensidad de la mirada de Campos resonaba con autenticidad.

—Necesito ir a un lugar —dijo finalmente—. Sin que nadie más lo sepa. Ni siquiera Velasco.

Campos asintió.

—Puedo arreglarlo. Pero necesitaré tiempo para preparar una distracción creíble.

Mientras regresaban al apartamento, Montero sintió el peso de la memoria USB contra su pecho, donde la había ocultado. Las fotografías entregadas por la falsa Margarita, aunque parte de una trampa, contenían verdades que necesitaba descifrar.

Y ahora, en algún lugar de la ciudad, Sara Linares esperaba en una galería de arte, custodiando la pieza final del rompecabezas: la identidad de "El Ingeniero", el arquitecto en las sombras de toda la operación.

El juego de ajedrez mortal que había comenzado con la muerte de Helena estaba llegando a su fase decisiva. Montero sabía que el siguiente movimiento determinaría quién pronunciaría finalmente las palabras que tanto él como Helena habían perseguido durante años:

Jaque mate.