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PERTENECES A MI

PERTENECES A MI

Status: Terminada
Genre:Completas / Mi novio es un famoso
Popularitas:3.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Deanis Arias

Perteneces a Mí

Una novela de Deanis Arias

No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…

Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.

Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.

Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.

Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.

NovelToon tiene autorización de Deanis Arias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 12 – El Precio del Nombre

El amanecer llegó con un tono diferente. Ayleen aún dormía, aferrada al brazo de Eiden como si necesitara anclarse a algo más que su propio cuerpo. Sus facciones relajadas contrastaban con la intensidad con la que vivía despierta. Eiden la miró en silencio, sin moverse. Por primera vez en semanas, la sintió vulnerable. Humana. Como si todo su universo estuviera sostenido por un hilo invisible que sólo él conocía.

Pero la calma era frágil. Y esa mañana, iba a romperse.

Un mensaje llegó a su teléfono cerca de las 7:00 a.m. No tenía texto. Solo una ubicación marcada con coordenadas. Ningún remitente, ningún símbolo, solo un punto en el mapa. Ayleen no lo vio. Dormía profundamente, agotada. Eiden se levantó con cuidado, se vistió y salió del apartamento con el corazón latiendo como si supiera que lo que estaba por suceder no era un encuentro… sino una sentencia.

El lugar lo sorprendió. No era un sótano oscuro ni una oficina de lujo. Era una iglesia vieja en las afueras de la ciudad. Sus muros de piedra parecían sostener siglos de secretos, y la puerta de hierro estaba abierta, como si esperara su llegada.

Dentro, el aire olía a incienso y humedad. El eco de sus pasos era el único sonido hasta que una voz profunda, casi inhumana, lo rompió.

—Eiden D’Silvan.

Eiden se giró.

Y allí estaba ÉL.

Baltazar Rivas. El hombre del que todos hablaban en susurros. El que no aparecía en fotografías, el que no concedía entrevistas. El arquitecto de una red de poder tejida con sangre, miedo y contratos silenciosos. Alto, imponente, vestido de negro. Su mirada era hielo puro. Pero lo más perturbador era la calma con la que lo observaba. Como si ya supiera todo sobre él.

—Gracias por venir —dijo Baltazar, caminando hacia el altar.

—No tenía mucha opción, ¿cierto?

—Siempre hay opción, Eiden. Solo que no siempre hay salida.

Eiden lo siguió hasta una banca. Baltazar se sentó y le indicó que hiciera lo mismo.

—Mi hija está encariñada contigo —empezó, como si hablaran de una mascota.

Eiden mantuvo la compostura.

—Y yo con ella.

Baltazar soltó una breve risa. No burlona. Casi… decepcionada.

—El afecto es un lujo en nuestro mundo, muchacho. Un lujo que rara vez sobrevive al poder.

—¿Y por eso ha vivido toda su vida con miedo?

Los ojos del hombre se entrecerraron.

—Ayleen no vive con miedo. Vive con conciencia. De lo que somos. De lo que tenemos. De lo que podemos perder.

—Ella no es como tú.

—Eso crees ahora. Espera a verla decidir entre ti y su legado.

Eiden frunció el ceño.

—No voy a hacerla elegir.

—Pero el mundo lo hará por ustedes.

Un largo silencio se instaló entre los dos. Luego, Baltazar sacó un sobre de su abrigo. Se lo entregó a Eiden.

—Lee. Después decide si seguir con mi hija vale lo que cuesta.

Eiden abrió el sobre. Dentro, fotografías. Documentos. Contratos. Rostros marcados. Huellas de decisiones que Ayleen había firmado. No con tinta, sino con su presencia.

—¿Qué es esto?

—Es su mundo. El que protegió con uñas y dientes mientras tú creías que bastaba con abrazarla para entenderla. Ella no necesita protección, Eiden. Pero tú… sí la necesitas si vas a estar a su lado.

—¿Y esto qué es? ¿Una advertencia?

—Un test. Si después de ver eso, aún la eliges, te daré mi palabra de que nadie tocará un cabello tuyo sin que enfrente mi furia. Pero si dudas… si una sola parte de ti tiembla… te pido que te alejes hoy. Ahora.

Eiden miró las fotos otra vez. En ellas, Ayleen estaba en reuniones que él no conocía, con personas que hacían negocios fuera del sistema. Tomando decisiones que jamás le contó. Pero su rostro era el mismo. Frío por fuera, contenido por dentro.

Baltazar se levantó.

—Tienes hasta esta noche. No quiero verte cerca de mi hija si no estás dispuesto a perderlo todo por ella.

—¿Eso hiciste tú por su madre?

Baltazar se detuvo en seco. Giró lentamente.

—Ella murió porque yo no lo hice a tiempo.

Y salió.

Eiden se quedó solo.

Con las fotos. Con la duda. Con una verdad que no esperaba: Ayleen no era solo su amor. Era un campo de batalla.

Esa tarde, Ayleen no mencionó nada. Como si supiera lo que había pasado y esperara que él decidiera solo. Cocinó. Habló poco. Evitó mirarlo directamente. Eiden notó el leve temblor de sus manos cuando colocó los platos sobre la mesa.

—Tu padre me buscó —dijo él, directo.

Ayleen no se sorprendió.

—Lo sé. Siempre lo hace cuando algo le importa.

—Me dio un sobre.

—¿Y lo viste?

—Sí.

Ella dejó los cubiertos. Por fin lo miró.

—¿Y?

Eiden se levantó, caminó hacia ella y colocó el sobre sobre la mesa.

—Vi todo. Y aún así, te elijo.

Ayleen cerró los ojos un segundo. No lloró. Pero cuando lo miró, su expresión ya no era dura. Era la de alguien que por fin bajaba la espada.

—Entonces te lo advierto yo ahora —susurró—. Amar a alguien como yo no te da derecho a intentar salvarme. Solo a sostenerme cuando caiga.

—Estoy listo para caer contigo.

—¿Y para levantarte conmigo también?

—Siempre.

Ella lo besó.

Pero esa vez… fue un beso sin dominio. Sin fuerza.

Fue un beso de igual a igual.

Mientras tanto, Baltazar observaba desde una pantalla lejana, con Helena a su lado.

—¿Crees que resista?

Helena sonrió.

—Es más fuerte de lo que parece.

Baltazar bebió un trago de whisky.

—Entonces que venga la tormenta.

Porque lo que venía… no era amor.

Era la guerra.

1
Yesenia Pacheco
Excelente
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