Cheryl solía ser una chica común, adicta a las novelas románticas y a una vida sin sobresaltos… hasta que murió. Ahora ha despertado en el cuerpo de la mujer más odiada de su historia favorita. Pero ella no piensa repetir el final.
Entre seducción, traición y poder, Cheryl jugará con las reglas del imperio para cambiar su destino. Porque esta vez, la villana no está dispuesta a caer.
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Rescate
Los gritos resonaban en el bosque cercano, donde los árboles secos eran testigos de una costumbre manchada de crueldad. Los nobles reían, montados en caballos de sangre pura, armados con flechas talladas en huesos y arcos decorados con joyas. Los prisioneros corrían, descalzos, heridos, intentando escapar de un destino imposible. Entre ellos iba un anciano que una vez enseñó a Aery a luchar, una mujer que la había protegido como una madre durante la guerra, y un joven soldado que le juró lealtad hasta el último aliento. Uno a uno, fueron cayendo. Flechas atravesaron carne. Gargantas silenciadas. Sangre en la tierra seca.
Aery observaba desde el centro de la explanada, aún encadenada a un enorme poste de piedra. Su respiración era errática, su cuerpo herido, pero algo dentro de ella ardía. No era miedo. Era rabia. Rabia viva. Cuando vio al último de sus aliados morir con un flechazo en la espalda, algo crujió. No fue la madera. Fueron las cadenas. Con un rugido que no parecía humano, Aery tiró de los grilletes con tanta fuerza que los eslabones de hierro chirriaron y se quebraron. Los soldados cercanos no tuvieron tiempo de reaccionar. Ella tomó la cadena rota y la usó como un látigo mortal, reventando el cráneo de uno, rompiendo las piernas de otro. Un noble intentó huir, pero Aery lo alcanzó y le hundió la cadena en la garganta. Los caballos relinchaban. Los nobles gritaban confundidos.
—¡Deténganla! —bramó un general.
Aery levantó la mirada. Su cabello revuelto, su cuerpo cubierto de sangre y tierra. Pero sus ojos... sus ojos ardían como los de un demonio despierto.
—¡VENID! —gritó con furia, alzando los brazos— ¡VAMOS! ¡HACEDME MORIR COMO UNA GUERRERA!
Y entonces, en medio del caos, descendió el emperador. Ataviado con su armadura ceremonial negra, montado en su caballo de guerra, descendió con un aura oscura, como si la sombra del mismísimo infierno lo cubriera. Los soldados se apartaron. La mirada de Aery y la de su padre se cruzaron. No hubo palabras. Solo el crujir del aire. Solo dos fuerzas antiguas enfrentadas.
—¿Hasta dónde piensas llegar, Aery? —dijo él, bajando de su montura.
—Hasta el final —respondió ella, con voz ronca—. Hasta quemar tu imperio.
El emperador uso su magia de sangre, cuando eran pequeños el emperador se encargo de que Aery y Kaelion estuvieran bajo su voluntad, puesto que el necesitaba siempre tener el control, por esto uso magia de sangre.
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La noche había caído, cubriendo el Imperio de Diamond con un manto oscuro, apenas interrumpido por el fulgor de las antorchas. El emperador descendió los escalones de su trono de piedra negra, sosteniendo una antorcha encendida con solemnidad. La plaza estaba repleta. Gritos y cantos, celebraciones por la inminente ejecución de la princesa traidora. Aery, con la sangre seca pegada a su piel, apenas se sostenía de pie. Sus ojos miraban al horizonte sin esperanza. No había cadenas esta vez. No hacía falta. El cansancio era suficiente prisión.
—¡Preparen! —ordenó un general. Las decenas de arqueros alzaron sus flechas al cielo. Todo estaba listo.
Silencio. Un silencio que quebró la euforia como una hoja rasgando la carne. Entonces... el viento cambió. Un aire seco y pesado como una tormenta sobre el desierto. Se escuchó el primer relincho. Luego otro. Luego una docena.
—¿Qué…? —el emperador frunció el ceño, girando lentamente.
Un relámpago iluminó el cielo y lo que parecía la noche... rugió. Desde las colinas al norte descendían cientos de jinetes. El estandarte del trueno ondeaba en el aire, brillante con los rayos del cielo. Al frente, dos figuras. Una, montada en un caballo negro como la obsidiana, rodeada de fuego. La otra, sobre un corcel blanco, la capa ondeando como alas, y los ojos ardiendo en dorado.
—¡Nos atacan! ¡¡ES EL IMPERIO DEL DESIERTO!! —gritó alguien.
Y entonces, cayó el primer trueno. Una lanza de relámpago impactó la torre más alta del castillo, haciéndola temblar hasta los cimientos. El caos estalló. El cielo pareció abrirse mientras los soldados imperiales corrían intentando organizarse. Pero era tarde. Uriel, con sus manos envueltas en fuego, lanzó una bola ígnea que barrió las primeras líneas defensivas. El fuego se propagaba como un infierno desatado. Rhazir, el emperador del desierto, descendió con su espada envuelta en electricidad pura. Cada tajo, cada movimiento, era un rugido celestial. Los rayos caían donde él apuntaba. Los soldados volaban por los aires. Aery, aún de pie, miró hacia el cielo y por primera vez… sonrió. El fuego lo devoraba todo.
Uriel, el guerrero de las llamas, danzaba entre las columnas de humo y ceniza, reduciendo escuadrones enteros a montones de armaduras calcinadas. Nadie podía detenerlo. La magia de Rhazir corría por su cuerpo como una segunda piel, y sus ojos ardían con la intensidad de una estrella moribunda. Pero Rhazir no se detuvo a mirar.
A pasos firmes, atravesaba el palacio imperial. Sus botas resonaban sobre los mármoles manchados de sangre. Los rayos se estrellaban detrás de él con cada respiración. En sus ojos dorados solo existía una imagen: Aery. El emperador lo aguardaba. Vestido con su armadura ceremonial, espada en mano, lo miró con incredulidad.
—Tú... tú eras mi esclavo.
Rhazir no contestó. Levantó su mano y un relámpago descendió desde el techo, rompiendo el suelo entre ellos.
—Y ahora soy el dios que sellará tu condena.
La batalla comenzó. Chispas volaban con cada choque de espadas. El trueno rugía con cada golpe de Rhazir. El emperador era un guerrero veterano, pero ni su experiencia ni su magia bastaban ante la furia de un hombre que venía por su reina.
Aery, aún de rodillas, vio todo entre cadenas. La oscuridad que la tenía sumida se deshacía con cada impacto. El control, esa neblina que le robaba el juicio, comenzaba a resquebrajarse. Y en un instante, cuando Rhazir arrojó al emperador contra los pilares del salón, sus cadenas se iluminaron con rayos. Se quebraron.
Rhazir se acercó. La tomó de la cintura con fuerza y sin importar el fuego, la sangre ni los gritos de muerte a su alrededor, la besó. Un beso brutal. Devastador. El beso de dos almas que habían sobrevivido al infierno. Cuando se separaron, Aery jadeaba, con las manos sobre su pecho. Lo miró a los ojos.
—Kaelion... y Almudena —susurró—. No permitas que les pase nada. Kaelion es noble, y Almudena… leal hasta el final.
Rhazir asintió. Su mirada era fuego y tormenta.
—Lo prometo.
Sacó una espada corta de su cinturón. El acero brillaba con energía ancestral.
—Entonces… —dijo Aery, al tomarla— vamos a empezar.
Se giró, y sin esperar, corrió por los pasillos. Sabía exactamente a dónde ir. Las criadas que antes reían mientras le lanzaban agua sucia y sobras de comida, ahora corrían gritando. Pero Aery no les dio tiempo de rogar. Una tras otra, cayó la justicia por su filo. Y mientras el palacio ardía, el trono temblaba. La sangre del tirano estaba por ser derramada.
Esta novela está muy buena
Gracias por el capítulo 🤩🫶🏻
De ahí en fuera ese imperio debía desaparecer ya que así es la vida real cuando atacas no hay compasión
Gracias por los capítulos, espero más 🤩 muy buena esta esta novela
Ahora veremos como le irá a aery en el imperio de rhazir
Gracias por la actualización
Que bueno que volviste 😊 es una gran historia 💪🏻y ahora está mucho más interesante 🫶🏻😬
dudo que muera pronto, porque su bombón la rescatará tal cual una princesa en aprietos.