Evans llevaba una carga enorme sobre sus hombros, como si no fuera suficiente hacerse cargo de todo, también debía asumir las deudas de sus padres. Los mismos que le impusieron el peso que ahora soporta.
En medio de este camino, el dueño del préstamo quiere recuperar su dinero, una suma altísima imposible de pagar.
En esta trama se entrelazarán sentimientos, traumas, conflictos y un recorrido que Evans deberá seguir para recuperar su felicidad.
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Capítulo 22
Evans
Cuando Ricardo me puso al mando con respecto a las criadas, me sentí como un pez gordo.
— Sus vidas van a depender de mí ahora.
Hablé en tono burlón, las ridículas encontrando horrible la idea casi ni me miraban a la cara.
— Vamos, muévanse, deshagan esta mesa.
Me sentía casi dueño de esta casa ahora que estoy en una relación con Ricardo. Pensaba que él sería un hueso duro de roer incluso estando juntos, pero me di cuenta de que eso no era verdad. Al contrario, era increíblemente tierno.
Me quedé tan perplejo al ser llamado "amor" que creí estar soñando despierto. Las pequeñas cosas me dejaban extremadamente feliz, con ganas de vivir aún más la vida que llevaba ahora.
En mi celular, añadí el contacto de Ricardo con tres emojis de corazones delante. Esta sensación de que me gustara alguien era buena, aún más tratándose de alguien dispuesto a protegerme y cuidarme.
Podría ser que me estuviera haciendo ilusiones, pero no por nada él era la primera persona que me había enamorado así.
Una conversación subida de tono surgió desde afuera, por curiosidad le pregunté a Felipe qué era pero no supo responder. Juntos fuimos hasta la puerta de la mansión.
— ¡Déjenme entrar!
Una mujer de cabellos rubios hablaba agitada y estresada. Me preguntaba quién sería esa arpía.
— ¿Quién es usted?
Preguntó Felipe sin conocerla.
— Soy Gaby, por nombre Gabriela, la mujer prometida por los consejeros para casarse con Ricardo Guzmán. Entonces, ¿dónde está mi amorcito?
— ¿Amoricito? ¡¿Estás loca para llamarlo así?!
Protesté con rabia.
— Sí, sordo, ¿cuál es el problema? Ricardo no se siente atraído por los hombres, para tu información.
Ella sonrió de una forma tan sarcástica, que me hirvió la sangre. Sentí ganas de estrangularla hasta la muerte. Solo mantuve la calma formulando las palabras correctas para decir algo. Ricardo no me había hablado de ninguna mujer prometida para casarse con él.
Alguien tendría que explicarme esto bien en cuanto volviera del trabajo. Suspiré hondo.
— No sé cómo ha sucedido esto, pero no puede entrar sin autorización.
Dije por fin.
Ella sonrió y cogió el celular mostrando un mensaje de Ricardo confirmando su llegada. ¿Por qué demonios no me dijo nada mientras aún estaba en casa?
Sentí como mi rabia aumentaba en ese momento, más aún cuando esa mujer entró en la mansión y se tiró encima del sofá como si fuera suyo.
— Tráeme un vaso de agua, sirviente.
Se refirió a mí con cara de desprecio.
— No soy ningún maldito sirviente, las criadas están justo ahí. Que te diviertas.
Fui a mi habitación, después de un rato hice una visita a la habitación de Ricardo. Cuando iba entrando, la arpía ya estaba tumbada encima de su cama.
— ¿¡Qué demonios estás haciendo ahí, plaga!?
Me miró con odio.
— ¿Quién eres tú para llamarme plaga? Yo soy la prometida de Ricardo por los consejeros. Ve a cuidar el jardín, que es mejor para tu triste vida.
¿Quién se creía que era esta mierda?
— Para tu información, el "Señor Ricardo" se acostó conmigo anoche demostrándome todo su amor. Y esta mañana dijo que yo estaba al mando hasta que él volviera. Te guste o no, maldita prometida.
Se levantó de la cama, y por como me miraba parecía que quería pegarme. La sujeté de sus finos brazos, demostrándole quién de los dos tenía la fuerza ahí.
— ¡Suéltame, maldito cretino de mierda, no puedes hacerme nada! Por muy fuerte que seas, Ricardo me va a elegir a mí para casarse. Además, ¿de qué le serviría otro cuerpo masculino aparte de para follárselo por el culo y por la boca?
Cuando pronunció esas palabras, mi cabeza explotó. Todo resto de paciencia que me quedaba se esfumó. La agarré del pelo con fuerza.
— Mira, arpía, por mucho que yo no tenga las cosas que tú tienes, tres agujeros, a Ricardo aún así le gusta follárseme a mí. Deja ya tu estúpida ilusión. Él me va a elegir a mí, puedes apostarte 100 millones.
Sus ojos se llenaron de odio, incluso apretaba los dientes. Nos quedamos en una tensa disputa, mirándonos el uno al otro como dos perros acorralados.
Solté a la perra, que ya estaba impregnando mis manos de su olor. Pues bien, si quería quedarse en la habitación, la dejaba. Pero en cuanto llegara Ricardo, le ordenaría que limpiara todas las huellas que esa zorra había dejado en nuestra futura habitación.
Me quedé esperando su regreso fuera, se estaba retrasando una barbaridad. Me quedaba menos paciencia con cada minuto que pasaba. Una de las cosas que más odiaba era esperar. Piensa en algo extremadamente irritante, pues además estaba esa arpía.
Ya anocheciendo, fue la hora en la que vi llegar el coche de Ricardo. Corrí a esperarlo a la puerta del coche, en cuanto bajó fui a abrazarlo.
— ¿Ya me echabas tanto de menos solo por el rato que he estado fuera?
— Sí.
Froté mi cabeza contra su pecho. Sus manos rodeándome hacían que mi cuerpo se sintiera cómodo y anhelante de más contacto. Parecía un gato necesitado de atención. Me daban miedo estas facetas mías que iba descubriendo poco a poco cuando estaba con Ricardo.
— ¡Ricardito!
La voz de la mujer infernal acabó con nuestro momento.
— ¿Por qué estás abrazando a este peso muerto cuando tu prometida está justo aquí? ¿Deliciosa y radiante?
Miré al rostro de Ricardo, que frunció el ceño y enseguida puso una expresión de rabia.
— ¿Quién demonios te ha dicho que vinieras? — Dijo mirando fríamente a los guardias — ¿Y quién diablos te ha permitido la entrada?
La arpía se acercó y me apartó de mi querido Ricardo. Oh, la rabia que sentí cuando lo hizo.
— Aquí está — Mostró el mismo mensaje que antes — Tú me permitiste venir, ¿no te acuerdas? Tu prometida por el consejo. No por nada el mafioso necesita a alguien para darle más poder a la mafia.
— Para eso tengo a Miguel, nadie más fiable que él.
Respondió Ricardo tan cortante, que se me escaparon algunas sonrisas internas.
— Vamos a entrar, y así hablamos mejor.
Dijo la arpía cogiendo del brazo a mi Ricardo, y por un instante él apartó su brazo bruscamente mientras con el otro me atraía hacia él.
— No te atrevas a ponerme tus zarpas encima sin mi permiso nunca más.
Cuando pasamos delante de ella, giré la cabeza hacia atrás haciéndole una mueca, Ricardo me elegiría a mí mil veces. Pero aún seguía enfadado porque no me hubiera dicho nada sobre esto.
Nos sentamos en el sofá del salón, me senté al lado de Ricardo, bien pegado a él, mientras que ella se sentaba en el otro sofá enfrente de nosotros. Me miraba con ganas de cortarme la cabeza, mientras que yo ponía cara de satisfecho.
— ¿Ahora te acuerdas del mensaje?
Le preguntó la zorra a Ricardo, que miraba los mensajes en su celular. No por nada incliné mi cabeza intentando echar un vistazo.
— Te dije que vinieras — Ella sonrió — Pero no dije que sería hoy y mucho menos que entraras en mi casa.
Enseguida su sonrisa se desvaneció.
— Pero…
— Sin peros — Dijo Ricardo con brusquedad — Vete de mi casa, si tenemos que hablar lo haremos en otro lugar.
Miró a Felipe.
— Acompáñela hasta la salida y no la dejes volver a poner un pie aquí. Y dile al consejo que me casaré con quien yo quiera, independientemente de su sexo.
Ricardo me miró, me cogió la cara y me besó en los labios ahí mismo, delante de la arpía. Nos dimos un beso de lengua bien caliente.
— ¡Váyanse a la mierda los dos!
Dijo con odio.
— Eso es justo lo que estamos a punto de hacer.
Dije entre besos viéndola retorcerse de rabia mientras subía a por sus cosas a la habitación.
Me separé de Ricardo.
— Y ahora me vas a explicar qué demonios ha sido esto. ¿Por qué no me habías dicho nada sobre esta arpía?
Él suspiró.
— Primero cálmate… Ah…
Dejó escapar un gemido de dolor.
— ¿Ricardo?
— No es nada, primero lo que querías saber…
Algo me decía que Ricardo no estaba bien por culpa del gemido que había soltado. Le levanté la camisa y me di cuenta de que tenía una herida de bala en el abdomen. Me puse totalmente nervioso.
— ¡¿Cómo ha pasado esto?! ¿Estás bien? ¡Tenemos que ir al hospital!
Me levanté alarmado, totalmente preocupado por él.
— Tranquilo, Evans — Me atrajo hacia su regazo — Es solo un pequeño rasguño. Estoy bien.
— ¡Aun así, Ricardo, estoy preocupado!
— No lo estés. Esa mujer que ha estado aquí forma parte de la elección del consejo de una esposa para los mafiosos. Pero no es obligatorio que nos casemos con quien ellos elijan, y si lo fuera desobedecería la norma, ya le he dicho a esa mujer que se vaya porque la persona que yo quiero a mi lado eres tú. No te lo he contado porque no he tenido tiempo, eso es todo.
Ahora todo estaba más que claro. Si él decía que solo me quería a mí, mi rabia desapareció. Besé a Ricardo con precisión, sintiéndome mejor.