Todo el mundo reconoce que existen diez mandamientos. Sin embargo, para Connor Fitzgerald, héroe de la CIA, el undécimo mandamiento es el que cuenta:
" No te dejaras atrapar"
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CAOITULO 3
Larry Harrington no respondió. No pensaba que fuera responsabilidad suya señalar que la mayor parte de los estadounidenses tampoco podía localizar Vietnam en un mapa. Salió de la oficina oval sin decir una palabra.
El presidente abrió el expediente azul marcado PARA ATENCIÓN INMEDIATA que Andy le había dejado muy temprano esa mañana. Comenzó a revisar la lista de preguntas que su jefe de asesores consideraba que tenían mayor posibilidad de formularse en la conferencia de prensa del mediodía: ¿ Cuánto dinero de los contribuyentes prevé usted que se ahorrará con esta medida ? ¿ Cuántos estadounidenses perderán su empleo como consecuencia de ella ?
Lawrence pasó el dedo por la lista de las preguntas planeadas.Se detuvo en la número siete: ¿No es este otro ejemplo de que Estados Unidos está perdiendo su predominio ? Alzó la vista hacia su jefe de asesores.
-- En ocasiones creo que todavía vivimos en la época del Lejano Oeste, Andy, por la manera en que algunos miembros del Congreso han reaccionado a este proyecto de ley para la reducción de armamento.
-- Estoy de acuerdo, señor. Sin embargo, como usted, sabe cuarenta por cuento de los estadounidenses todavía consideran que los rusos constituyen nuestra mayor amenaza, y alrededor de treinta por ciento están seguros de que vivirán para vernos ir a la guerra contra Rusia.
Lawrence prefirió una maldición y pasó la mano por el cabello grueso y prematuramente gris, mientras continuaban estudiando la lista de preguntas. Se detuvo otra vez cuando llegó a la diecinueve.
-- No hay ninguna posibilidad de que Víctor Zerimski sea el próximo presidente de Rusia, ¿o sí?
-- Virtualmente no -- repuso Andy Lloyd --, pero ascendió al tercer lugar en la última encuesta; y, aunque todavía está muy lejos de alcanzar la popularidad del primer ministro Chernopov del general Borodin, su postura en contra del crimen organizado está empezando a hacer mella en la ventaja que le llevan.
-- Gracias a Dios que todavía faltan dos años para las elecciones. Si hubiera indicios de que el fascista de Zerimski tiene la más remota posibilidad de convertirse en presidente de Rusia, un proyecto de ley para la reducción de armamento no pasaría ni la primera lectura en ninguna de las cámaras.
Lloyd asintió mientras el presidente Lawrence continuaba leyendo las preguntas.
-- Estoy seguro de que, si Chernopov dijera a los votantes rusos que se propone invertir más recursos en la atención médica que en la defensa del país, alcanzaría el éxito sin dificultad -- observó Lawrence al terminar de leer.
-- Tal vez tenga razón -- apuntó Lloyd --. Sin embargo, también puede estar seguro de que, si Zerimski resulta electo, empezará a reconstruir el arsenal nuclear de Rusia mucho antes de considerar siquiera la edificación de nuevos hospitales.
-- De eso no me cabe la menor duda -- dijo Lawrence --. Pero como no hay posibilidades de que ese demente resulte electo...
Andy Lloyd guardó silencio.
Connor Fitzgerald estaba consciente de que su destino se decidiría en los siguientes veinte minutos. Cruzó la habitación con rapidez y observó el televisor. La multitud huía de la plaza en todas direcciones. El regocijo estridente se había convertido en pánico absoluto.
Fitzgerald sacó el cartucho usado y lo colocó en su compartimento dentro del estuche de cuero. ¿ Notaría el propietario de la casa de empeño que una de las balas había sido usada?
Fitzgerald desprendió la mira y la colocó en el hueco correspondiente. Luego destornilló el cañón, lo colocó en su sitio y, por último, guardó la culata en el estuche de cuero.
Miró la pantalla del televisor por última vez y observó que gran cantidad de policías llegaban a la plaza. Tomó el estuche del arma, guardó en el bolsillo una cartera de fósforos que estaba en un cenicero sobre el televisor, cruzó la habitación y abrió la puerta.
Recorrió con la mirada del pasillo de un lado a otro y caminó de prisa hacia el ascensor de servicio. Oprimió varias veces el pequeño botón blanco que estaba en la pared. Cuando las pesadas puertas se abrieron, se encontró cara a cara con un joven camarero que llevaba una bandeja atiborrada de platos para la comida.
-- No, señor... Perdone, no puede entrar -- intentó explicar en español el camarero. Pero Fitzgerald lo hizo a un lado con brusquedad y oprimió el botón marcado planta baja. Las puertas se cerraron mucho antes de que el camarero pudiera explicarle que ese ascensor en particular llevaba a la cocina.
Cuando llegó el sótano, Fitzgerald maniobró con destreza entre las mesas de acero inoxidable cubiertas por hors d' eouvres. Se abrió paso a empellones hasta las puertas abatibles localizadas al otro extremo de la cocina, antes de que cualquiera de los empleados tuviera oportunidad de pensar siquiera en protestar. Corrió por un pasillo débilmente iluminado, pues él había quitado la mayor parte de las bombillas eléctricas la noche anterior, hacia una pesada puerta que daba al estacionamiento subterráneo del hotel.
Fue hacia un Volkswagen negro estacionado en el rincón más oscuro. Sacó una llave del bolsillo de la chaqueta, abrió la portezuela del automóvil, se puso al volante, guardó el estuche de cuero debajo del asiento del pasajero y encendió la marcha. El motor cobró vida, y Fitzgerald condujo sin apresuramiento por la rampa empinada que salía a la calle. En la parte superior de la pendiente giró a la izquierda y se alejó con calma de la plaza de Bolívar.
Entonces oyó el sonido ululante detrás de él. Miró por el espejo retrovisor y vio que dos autos patrullas se le venían encima. Las luces destellaban al máximo. Se hizo a un lado cuando la escolta policíaca y la ambulancia que transportaba el cuerpo sin vida de Guzmán pasaban como bólidos junto a él.
Dio vuelta a la izquierda en la siguiente esquina para continuar su camino por una calle secundaria y empezó a seguir una larga ruta en círculos hacia la casa de empeño, doblando a menudo por donde ya había pasado. Veinticuatro minutos después llegó al callejón que quedaba detrás de la tienda y se estacionó. Sacó el estuche de cuero maltratado de debajo del asiento del pasajero y bajó del automóvil sin cerrarlo. Planeaba estar de regreso al volante en menos de dos minutos.