Tras haber ganado la guerra entre los tres reinos y revivido al loto blanco, Liú Huó, rey del inframundo , se verá envuelto en una nueva travesía lleno de obstáculos en sus camino.
Nuevos enanemigos amenazara la paz de la corona en busca de venganza y poder. Pero esta ves será la prueba del Loto Blanco, quien tendrá que tomar el poder que por sangre siempre le correspondió y, poner fin a las calamidades de atormentan la tranquilidad y el equilibrio entre los imperios.
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Sin trato especial. 2/2
Imperio Hēiyù.
La mañana transcurrió demasiado rápido para mi gusto. Hacía dos horas que Huó-Er me había llevado a una biblioteca, donde tres maestros se encargarían de instruirme completamente en la historia que transcurrió en esos mil años en los que me encontré en un profundo sueño. Pasé dos infernales horas escuchando sobre aburridas guerras y problemas políticos que, en vez de involucrar reinos humanos, trataban sobre imposiciones divinas. Aunque no era muy diferente de lo que pasé aprendiendo durante mis dieciséis años como príncipe heredero en WūYā.
Suspiré resignado mirando por la ventana. Huó-Er entrenaba arduamente justo enfrente de mí. Su voz resonaba en mis oídos como música, y no podía evitar sonreír soñadoramente mientras lo imaginaba abrazándome con esos fuertes brazos. Claro que él lo sabía. Enrollar su túnica a media cintura y descubrir su torso bajo los ardientes rayos de sol era una forma muy descarada de llamar mi atención. Con ello, logró que los ancianos frente a mí me reprendieran más de treinta veces en las dos horas que llevaba aquí adentro. Reí negando y miré fijamente el libro en la mesa. Los tres ancianos hablaban a la par y discutían entre sí sobre temas que realmente no me interesaba escuchar. Me estremecí cuando sentí el aire colarse dentro del salón, la ventana había sido abierta, y Huó-Er me miraba sonrientemente. —Su Alteza ya está cansado de estudiar tan diligentemente, ¿por qué no viene conmigo? Ya es hora de su práctica en combate.
Sonreí asintiendo ansiosamente, pero justo cuando hice el amague por levantarme, uno de los ancianos posó sus manos en mis hombros y me impidió salir de mi asiento. Lo miré con el ceño fruncido, y Huó-Er hizo lo mismo. —Su Majestad, siento rebatir sus palabras, pero fue usted mismo quien nos ordenó que los estudios de su Alteza no fueran interrumpidos por nadie durante cuatro horas diarias y...
Otro de los ancianos se acercó, inclinándose respetuosamente, y puso un libro en mi mesa. —Majestad, usted ha estado distrayendo a su Alteza deliberadamente el día de hoy. No hemos avanzado nada, y aún queda mucho por inculcar. Son mil años de historia imprescindible que su Alteza tiene que aprender si planea gobernar.
El primer anciano que impidió mi salida se inclinó formalmente y miró a Huo-Er con seriedad. —Por favor, majestad, nosotros mismos llevaremos a su Alteza al patio de entrenamientos una vez hayamos terminado con sus estudios del día de hoy.
El tercer anciano se acercó, saludando con una respetuosa inclinación. —Rey Liu, le ruego deje a su Alteza sin distracciones. Cuanto antes terminemos, menos martirio será para él. Si no es muy osado de mi parte pedir que lleve a los hombres a entrar al patio de práctica, le aseguro que en este estudio no hay nada que pueda lastimar a su Alteza.
Huó-Er resopló y negó resignado. Me miró, dedicándome una leve sonrisa, e imité el acto dándole a entender que estaba bien. —Ve, una vez termine iré directo a ti.
Huó-Er acarició mi mejilla y dio una última mirada a los ancianos, que miraban los sucesos con algo de contrariedad. —Solo dos horas más, ni más, ni menos, ¿entendieron?
El anciano mayor resopló indignado, pero asintió cortésmente inclinándose. Huó-Er dio media vuelta y con una voz impotente ordenó a todos sus hombres ir al patio de entrenamiento. Uno de los ancianos se acercó a la ventana y la cerró asegurándola por dentro, resopló, me dio una última mirada y los tres caminaron nuevamente hasta el pizarrón. Las dos horas próximas fueron un martirio. Huó-Er los había ofendido, y que yo no fuera de su agrado era muy notorio. Podía comprenderlos; soy un intruso en este reino. Huó ha reinado durante mil años y jamás tomó a ninguna mujer por esposa o siquiera tuvo interés en algún ser. Ahora, de la nada, estoy yo, y él no tiene el mínimo decoro por mostrar su afecto. Incluso en aquella conferencia con los reyes y el canciller, Huó simplemente hace y deja de hacer como le place, y todos creen que yo soy parte de un capricho del rey, un capricho con tinte de enemigo que prontamente se convertirá en un emperador. Ocuparé el lugar del enemigo más odiado en el imperio infernal, pero aunque todos me odien, no bajaré mi cabeza; tomaré todo el poder que pueda y lo usaré para defender a los que amo.
Suspiré caminando lentamente tras los ancianos. Su porte alto y su aura imponente, aun a su edad, son causa de temor. Pero no pude evitar reír con suavidad recordando las veces que caminaba de la misma forma a mis clases en mi juventud. Yang Měi y Li Song me seguían escurridizamente, intentando no ser notados, pero siempre eran descubiertos y reprendidos por los profesores. Han pasado tantos años, pero justo ahora siento que todo es tan igual y diferente a aquel tiempo. No me di cuenta cuán perdido estaba en mis pensamientos hasta que el viento frío chocó contra mi piel, y un sonoro resoplido de garganta se hizo presente. —Alteza, hemos llegado al patio de entrenamiento. Debería apurarse; a su majestad no le gusta la impuntualidad.
Negué con suavidad e incliné la cabeza sin protestar. Ellos simplemente no querían dejar pasar ni un solo momento en recalcar el disgusto que causaba mi presencia. Caminé con lentitud y me detuve unos pasos antes de llegar a Huó-Er. Ahí estaba, entrenando arduamente, justo en medio de una ronda de soldados, uno a uno. Huó se movía con agilidad y destreza; su espada parecía bailar entre su mano, y la sonrisa en su rostro era hipnotizante. Caminé con sigilo hasta la multitud; no quería ser notado, no aún; quería verle, quería verle detalladamente mientras entrenaba con tanta gracia. Llegué hasta la muchedumbre de hombres y, haciendo una señal de silencio, me hice espacio hasta quedar en primera fila. No podía evitar sonreír; era deslumbrante.
El aire estaba frío, pero los rayos del sol chocaban en su piel blanca, y el arduo trabajo en su cuerpo era notorio, convirtiendo la vista en una obra de arte digna de admirar. El sonido del metal golpeando hacía que mi corazón saltara, al igual que él cada vez que daba un giro en el aire. Luchaba arduamente, incluso cuando solo era un entrenamiento. Era notorio que solo era un juego para él, pero la pulcritud de sus movimientos lo hacían ver tan formal ante estos encuentros, que nadie se podría negar a un combate con él. Era simplemente un honor hacerlo. El fin del entrenamiento dio paso cuando Huó saltó en el aire dando una vuelta y aterrizando tan fina y elegantemente en la punta de la espada de su contrincante, y con su espada en el cuello del mismo. Una sonrisa socarrona apareció cuando me miró guiñándome el ojo. Saltó impulsándose suavemente de la punta de la espada y tomó mi mano besándola frente a todos alrededor. —¿Lo hice bien, Alteza?
Lo miré sorprendido y totalmente sonrojado; todos silbaron y causaron sonoros ruidos mientras Huó se comportaba tan indecorosamente frente a ellos, demostrando sin pudor aquellos actos de afecto íntimos en una pareja. Retiré mi mano de la suya, pero aun así estaba congelado ante la situación. —¿Desde cuándo sabes que estoy aquí?
Él sonrió y me jaló de la cintura, apegándome a él, como marcando propiedad frente a todos aquellos hombres. —Desde que entraste por la puerta, su Alteza siempre tiene toda mi atención. ¿Cómo podría no darme cuenta de su llegada? Estaba esperando que esos viejos te dejaran venir pronto...
Estaba avergonzado; todos nos miraban atentamente y reían gritando cumplidos a Huó-Er, pero aun así no pude evitar sonreír tímidamente ante sus palabras. —También quería venir, así que terminé rápidamente.
Huó besó mi frente y soltó mi cintura, tomando mi mano para guiarme un poco más alejado de todos. Miró a sus hombres y ordenó que siguieran entrenando. —¿Ha sido difícil para su Alteza?
Negué con suavidad y sonreí ante su mirada de preocupación. —Mm, no, no tienes que preocuparte, no es nada con lo que no pueda. Recuerda que fui criado desde que nací como un heredero; no es muy diferente a lo que ya he pasado.
Huo acarició mi mejilla suavemente y suspiró en derrota. —Lo sé, su Alteza es la persona más fuerte e inteligente que conozco. Pero aun sabiendo aquello, me gustaría que solo viviera en tranquilidad, no pensando en tener que guiar un imperio lleno de hipócritas a su alrededor.
Tomé su mano y la acaricié, mirándole a los ojos. —Nada me pasará. Puedo hacerlo y quiero hacerlo. Quiero ayudarte, Huó-Er. Déjame serte de ayuda; puedo hacerlo, y te lo demostraré.
Huó me abrazó hundiendo su cabeza entre mi cuello y mi hombro, suspiró pesadamente y dejó un pequeño beso sobresaltándome. —No hay nada que demostrar; sé mejor que nadie que su Alteza es incluso más fuerte que yo. Yo jamás podría haber aguantado lo que su Alteza aguantó durante tantos años.
No pude evitar sonreír; sentía un calor abrazador en mi pecho cada vez que Huó hablaba de esa forma de mí, cada vez que él reconocía abiertamente mi fuerza. Sabía muy bien que él jamás me vería como un ser inferior que necesitaba protección; sus cuidados y dedicación eran simplemente muestra del afecto que tenía hacia mí. —Huó-Er, vamos a entrenar.
Me acerqué a su oído sonriendo y susurré. —Estoy ansioso de que me entrenes personalmente; cuando te vi entrenar, todo mi cuerpo vibró ante tu presencia...
Dejé un escueto beso en su mejilla y caminé rápidamente hacia la grada de entrenamiento. —¡Vamos! No demores, Huó-Er.
Huo se quedó petrificado, tragó grueso y me miró con seriedad por un momento para luego soltar una sonrisa engreída y caminar rápidamente hacia mí, negando con suavidad. —Su Alteza va a matarme uno de estos días, diciendo esas cosas tan descaradamente...
Rei por lo bajo, escuchando sus riñas en susurros. Tomé los protectores en la mesada y los até lentamente. Él se acercó y ayudó atándome firmemente cada una de las protecciones. —No podré moverme bien con todo esto, ¿no es un poco exagerado?
Huó negó con seriedad y reafirmó cada nudo de las protecciones. —Solo un rasguño en tu piel y no vuelves a tocar la espada.
Lo miré sorprendido y reí ante su mirada contrariada y demandante. Durante los dos años que volví a su lado, había notado esa parte infantil que portaba cada vez que algo le preocupaba y no sabía cómo expresarlo. Llevé mis manos a sus mejillas y dejé un pequeño beso en sus labios. —Lo que su Majestad ordene, ahora vamos a entrenar...
Él asintió y me tendió una espada de práctica; la madera se veía liviana, pero era realmente pesada para maniobrarla. Mis brazos se fueron abajo con facilidad al primer agarre, y lo miré con sorpresa. —Lo sé, es el doble de pesada que una espada normal, pero por ello practicamos con ellas. Si logras moverte fluidamente con esta espada, entonces ninguna otra arma será difícil de maniobrar en el futuro; además, te dará equilibrio y destreza.
Asentí entusiasmado y corrí a posicionarme en la zona de práctica libre. —¿Estoy listo? ¿Qué haremos para empezar?
Huo sonrió y tomó una de las mismas espadas en la mesilla. Caminó con lentitud y se paró frente a mí con la misma sonrisa socarrona y petulante que da cuando entrena. —Con Su Alteza tratando de golpearme, si logras siquiera darme un golpe, solo uno, prometo saltar todo lo básico y aburrido. Si no, Su Alteza solo practicará postura y equilibrio durante las próximas dos semanas.
Abrí mis ojos con asombro y no pude evitar fruncir el entrecejo. Empezar desde cero era algo inaceptable, no luego de pasar tanto tiempo entrenando en mi juventud. —¿Entonces solo debo dar un golpe? Lo has prometido.
Huo asintió y dejó la espada en el piso. —Totalmente, solo un golpe y entrenaré seriamente a Su Alteza.
Suspiré y tomé mi espada con fuerza entre ambas manos. Separé levemente mis piernas inclinándome un poco y me impulsé con rapidez hacia Huó. Pero solo hizo falta que pestañeara una vez para ver que él ya se encontraba tras de mí, y con su dedo golpeó suavemente mi hombro por detrás. —Un punto a mi favor, tres más y Su Alteza perderá.
Fruncí el entrecejo y me volteé rápidamente para intentar golpearle con la espada. Pero al terminar de girar, ya no se encontraba tras de mí, y solo le vi cuando su dedo golpeó con suavidad mi cabeza. —Segundo punto a mi favor, solo quedan dos, Alteza.
No entendía por qué, pero de alguna forma empezaba a irritarme, y cada vez que daba vuelta o me movía hacia él para golpearle, él ya me había dado a mí. —¡Liu Huó! ¡Eso es trampa!
Él rio traviesamente y se paró frente a mí, golpeando con ternura mi nariz. —Quinto punto a mi favor, Su Alteza perdió.
No pude evitar fruncir los labios y tirar con frustración de la espada de madera. Pesaba, y mis brazos dolían, aun cuando no habían pasado ni treinta minutos. Girar con ella era realmente difícil, y mantener el equilibrio fue todo un reto; más de una vez caí provocando yo mismo mi derrota. —Su Alteza, no me mire de esa forma, yo solo estoy viendo cuánto sabe para poder darle el mejor entrenamiento posible. De cualquier forma, Su Alteza lo hizo realmente bien. Es la primera vez que entrena con esta espada, y dado que pesa el triple que una normal, es realmente de admirar que Su Alteza se moviera con tanta precisión y ligereza. Es realmente asombroso.
Huó rodeó mi cintura y besó mi frente. —Solo lo dices para consolarme; fui un desastre.
No pude evitar reírme recordando cómo caí solo intentando dar una vuelta. —Es tan pesada; es como levantar mi propio peso.
Huó rio y asintió, acariciando mis brazos. —Realmente lo es. Su Alteza tendrá que comer mucho más para entrenar.
Negué totalmente en contra de sus palabras. —Claro que no; puedo hacerlo así, puedo hacerlo.
Huó rio sonoramente y besó mi mejilla, dándome de nuevo la espada. —Su Alteza, no sabía que era tan pretencioso con su apariencia, pero incluso con un poco más de peso, seguiría siendo el ser más perfecto y hermoso en la existencia de este mundo.
Rei negando y tomé la espada para seguir con el entrenamiento. —Huó es realmente bueno con las palabras, pero no caeré. Vamos a entrenar; aún queda mucho tiempo...
—No digo nada que no sea verdad, Su Alteza; lo sabe...
Negué con suavidad, intentando desviar la mirada de la timidez que él siempre despertaba en mí. No podía evitar sentirme feliz; desde que desperté, me sentía como en un largo sueño lleno de miel y felicidad, uno del cual jamás querría despertar.