Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
NovelToon tiene autorización de R Torres para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
20. Mensajes no enviados
El reloj del celular marcaba las once y cuarenta cuando Valeria por fin cerró el último cuaderno.
El silencio de su habitación era casi exagerado, como si todo el edificio estuviera conteniendo la respiración.
Solo se oía el zumbido del ventilador y el sonido suave de las teclas cuando desbloqueó el teléfono.
Tenía notificaciones de todo tipo: mensajes del grupo de clase, memes de Lucía, recordatorios de tareas.
Pero su dedo no fue hacia ninguno de esos chats.
Terminó, sin saber bien por qué, en el de Gael Sotelo, quien en la universidad siempre había sido su desafío intelectual.
El cursor parpadeó unos segundos.
Ella escribió: “No eras tan insoportable hoy.”
Luego lo releyó y pensó “demasiado directo”, así que lo borró.
Valeria intentó de nuevo: “Gracias por no burlarte de mí en el debate.”
Lo pensó y lo borró también.
“Bueno, solo un poco”, fue el siguiente mensaje que escribió y lo volvió a borrar.
Valeria dejó el teléfono sobre la almohada y suspiró. Era absurdo. No tenía por qué escribirle nada. Y, sin embargo, la pantalla seguía llamándola como una pequeña trampa luminosa.
Cuando volvió a tomar el celular, ya estaba en otro chat. Aquel que compartían con Iker Terranova. El último mensaje era de él: “Prometo no lanzarte más botellas (por ahora). Buenas noches, Torres.”
Valeria sonrió sin querer; y escribió: “Gracias por hoy.”, luego lo borró. Para escribir “Eres fácil de querer, ¿sabías?” sonrió y al volver a leerlo lo borró tan rápido que se sonrojó a solas.
- “Estás delirando, Torres”, murmuró para sí, dejándose caer de espaldas en la cama.
El techo parecía burlarse. Intentó distraerse con cualquier cosa, una playlist, una app de notas, incluso revisar los pendientes, pero todo la devolvía al mismo punto.
A Gael y a Iker. Y ese pequeño desastre emocional en forma de corazón que no sabía qué hacer con tanta información.
Abrió el chat de Gael otra vez. “No sé si felicitarte o demandarte por estrés emocional”, lo dejó escrito y miró con atención la frase.
Valeria rió bajito, para luego pensar “demasiado honesto”, y lo borró.
Apagó la pantalla, pero esta se encendió segundos después, como si tuviera vida propia. Valeria se cubrió la cara con una almohada.
“Perfecto. Ahora mi celular conspira conmigo”, dijo entre risas ahogadas.
Fue entonces cuando sonó un ping. Era un audio de Lucía.
Su joven amiga decía “Torres, si estás despierta, recuerda hidratarte, respirar profundo y dejar de escribir mensajes que no mandas”. Para luego agregar “y sí, te estoy leyendo la mente”.
Valeria se quedó quieta unos segundos. Luego soltó una carcajada tan espontánea que hasta el ventilador pareció vibrar con ella.
- “¿Cómo lo hace?”, susurró, sin esperar respuesta.
Dejó el teléfono a un lado. Esta vez, no lo tocó más. Pero antes de dormirse, alcanzó a pensar que quizá algún día enviaría uno de esos mensajes. Tal vez no hoy, ni mañana. Solo cuando pudiera entender lo que realmente quería decir.
Porque, aunque las palabras se habían borrado de la pantalla, quedaban escritas en su cabeza. Y esas, sabía bien, no se borraban tan fácil.
En otra habitación, el reloj digital del escritorio marcaba las doce en punto. Gael seguía frente a su laptop, rodeado de apuntes que ya no estaba leyendo.
La pantalla mostraba un documento abierto, pero la mente estaba en otro lugar. En el debate, y sobre todo en ella.
Repasó cada detalle sin querer, la forma en que Valeria alzó la voz cuando pidió orden, la manera en que su ceño se fruncía cuando lo interrumpía, y ese instante, breve, casi invisible, en el que creyó verla disfrutar el juego dialéctico tanto como él.
- “Torres, Torres” murmuró, con una sonrisa medio incrédula. “No te das cuenta, pero eres adictiva”.
Tomó el celular, abrió el chat. El cursor parpadeó con una paciencia insoportable. Escribió: “Buen trabajo hoy. Aunque te tembló la voz”.
Se dijo a él mismo que “No”, porque sonaba arrogante y lo borró.
“Fue divertido debatir contigo”, escribió y también lo borró porque pensó que era demasiado simple.
“Te ves bien cuando discutes”, ese lo borró de inmediato, diciendo que era “demasiado”.
Gael dejó el teléfono a un lado, se pasó una mano por el cabello y soltó una risa baja.
- “Ridículo”, se dijo. “Ni en los exámenes orales me complico tanto”.
El teléfono vibró. Era una notificación. No era de ella. Solo Lucía, subiendo un meme sobre “triángulos amorosos y daños colaterales”.
Gael negó, divertido. Cerró la laptop, apagó la luz, pero el sueño no llegó. Imaginó el debate de nuevo, con otro final. Uno donde, en lugar de un aplauso, Valeria se quedaba mirándolo con la misma sonrisa con la que lo había desafiado. Y, fue así que en mucho tiempo, Gael Sotelo, el tipo que siempre tenía la última palabra, se quedó sin ninguna.
Por otro lado, la habitación de Iker estaba en penumbra. Una luz cálida provenía del escritorio, donde había dejado un libro abierto. La música sonaba baja, eran acordes de guitarra, que parecían casi un susurro.
El celular vibró a su lado. Nada nuevo. Solo el silencio entre mensajes que no llegaban. Y, sin embargo, él miró la pantalla más de una vez.
El último chat con Valeria seguía allí. Había querido agregar algo más, algo que rozara lo personal, pero prefirió no hacerlo.
Porque Iker Terranova sabía reconocer cuando alguien necesitaba espacio. Y Valeria, pensó, no era de las que se dejaban apresurar.
Apoyó la cabeza en la almohada y miró el techo. Le gustaba la forma en que ella pensaba, cómo discutía sin perder la calma, al menos en apariencia, cómo usaba la ironía como escudo.
Pero también había algo más. Una especie de vulnerabilidad que asomaba cuando bajaba la mirada o se quedaba en silencio más de lo necesario.
- “Demasiado pronto”, murmuró, girándose hacia un lado.
Pero sonrió igual. Le escribió: “Espero que estés descansando.” Y antes de darle enviar, lo borró.
- “Ya lo diré cuando sea el momento”, susurró.
El celular quedó boca abajo, pero la sonrisa siguió ahí, ligera, inevitable.
Y mientras el sueño lo alcanzaba, pensó, sin escribirlo, sin decirlo, que a veces la mejor manera de acercarse a alguien es simplemente esperar en silencio.