En un mundo roto por criaturas sin alma, un chico despierta en un bosque, su mente vacía, con solo un cuaderno para anclar su existencia. Rescatado por Ana, una joven arquera, y su hermano León, se une a su peligrosa búsqueda de un refugio seguro en Silverpine.
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Sombras de Esperanza Capitulo 23
El campamento rebelde está envuelto en un silencio tenso, roto solo por el murmullo de los sobrevivientes y el crujir de las ramas bajo el viento del mediodía. Ana, Emma, Liam y Robb llegan a la puerta, sus figuras exhaustas destacando bajo la luz implacable del sol. Ana, aun vibrando con la esperanza de reencontrarse con su hermano, escanea el campamento con ojos brillantes. Mark, que salió a recibirlos, se detiene al verla, su rostro endureciéndose con una tristeza que no puede ocultar. Sus ojos se encuentran con los de Ana por un instante, y el peso de la noticia sobre León lo golpea como un puñetazo. Con un gruñido bajo, se gira hacia Liam, su voz ronca y cargada de urgencia:
—Tú diles. Tengo que hablar con Joel.
Sin esperar respuesta, se aleja con pasos pesados hacia la carpa de Joel, su hacha arrastrándose ligeramente en la mano, dejando un rastro de polvo que refleja su culpa y determinación.
Liam, con un suspiro profundo, se vuelve hacia Emma, su expresión sombría ensombreciendo el alivio del reencuentro. Emma, notando el cambio en su rostro, frunce el ceño, un nudo formándose en su estómago.
—¿Qué pasa? —pregunta, su voz temblando ligeramente.
Liam la toma del brazo con suavidad, apartándola de Ana y Robb, y murmura con voz quebrada:
—Es León... Lo llevaron los Cuervos. Está con el Capitán ahora, junto con Zoe. No sabemos si está vivo o...
Su voz se apaga, incapaz de pronunciar el resto, mientras Emma palidece, sus manos temblando al procesar la noticia. A pocos pasos, Ana sigue buscando a León entre la multitud, ajena al peso de la verdad que está a punto de desplomarse sobre ella. Robb, a su lado, permanece en silencio, los ojos fijos en el suelo, la culpa apretándole el pecho como una garra.
El murmullo del campamento crece mientras Ana, aún inmersa en su esperanza, se acerca a Robb con una sonrisa radiante que contrasta con la tensión a su alrededor.
—¡Qué bueno que estás bien, tú y tu padre! —dice, riéndose suavemente mientras lo observa de arriba abajo—. Has crecido un poco, ¿no?
Su tono es ligero, casi juguetón, un eco de días más simples antes del caos. Robb, atrapado en su silencio, la mira fijamente, su rostro congelado en una máscara de dolor. Sus manos tiemblan a los lados, y sus ojos, cargados de culpa, evitan los de Ana. La risa de ella resuena en sus oídos como un eco cruel, amplificando el peso de la verdad que aún no se atreve a revelar. Solo asiente débilmente, su garganta cerrada, incapaz de articular palabra.
Liam, notando la tensión en Robb, interviene con un gesto práctico para romper el momento.
—¡Robb, vamos a la cocina con los conejos! —dice, su voz forzando un tono ligero mientras señala los animales cazados que aún llevan consigo.
Robb y Ana asienten, un alivio tácito cruzando sus rostros agotados. Con un movimiento tentativo, Robb ofrece su brazo a Ana, su expresión suavizándose ligeramente.
—Vamos —murmura, su voz baja pero amable.
Ana, sonriendo sin sospechar nada, acepta su brazo, y los tres —Liam, Robb y Ana— se dirigen hacia la cocina improvisada del campamento, el crujir de la tierra bajo sus pies marcando un ritmo frágil. Emma, desde la distancia, los observa con el rostro aún marcado por la noticia de León, su corazón dividido entre el alivio de estar con ellos y el dolor de la verdad que aún debe compartir.
Mientras el trío se aleja, Emma, con el rostro endurecido por la urgencia, acelera el paso y alcanza a Ana. Con suavidad, pero firmeza, le agarra el brazo, deteniéndola.
—Vamos a hablar en la cabaña de suministros —dice, su voz baja pero cargada de urgencia, sus ojos buscando los de Ana con una mezcla de tristeza y resolución.
Ana, sorprendida, frunce el ceño, pero asiente, dejando que Emma la guíe. Liam y Robb se detienen, intercambiando una mirada preocupada mientras las dos mujeres se alejan hacia la cabaña de suministros, un pequeño refugio al borde del campamento donde cajas y sacos apilados ofrecen un espacio privado. El sonido de sus pasos sobre la tierra seca se desvanece, absorbido por el murmullo del campamento, mientras la tensión en el aire anuncia una verdad que cambiará todo.
En la cabaña de suministros, la penumbra envuelve el espacio, con la luz del mediodía filtrándose apenas por las rendijas de las paredes de madera, proyectando sombras temblorosas sobre el suelo. Ana, aún tomada del brazo por Emma, se detiene de golpe, su sonrisa desvaneciéndose. Un frío inexplicable le recorre la espalda, y sus ojos, llenos de una súbita inquietud, se clavan en Emma.
—¿Qué pasa? —pregunta, su voz temblando, como si un presentimiento oscuro hubiera echado raíces en su pecho—. ¿Por qué me trajiste aquí?
Emma traga saliva, su rostro pálido y sus manos temblando mientras suelta el brazo de Ana. Baja la mirada, incapaz de sostener la de su amiga por más tiempo.
—Ana, yo... —empieza, su voz quebrándose—. Es sobre León.
El silencio que sigue es un peso insoportable. Ana siente que el suelo se hunde bajo sus pies, su corazón latiendo con un pánico creciente.
—¿Qué pasó con León? —insiste, su voz subiendo de tono, un borde de desesperación cortante como un cuchillo—. ¡Dímelo, Emma, dímelo ahora!
Emma se cubre la cara con las manos por un momento, como intentando contener el dolor, y luego las deja caer, revelando un rostro devastado.
—Lo llevaron los Cuervos, Ana —murmura, su voz un susurro roto—. Junto con Zoe. Los vimos subir a la camioneta del Capitán... No sabemos si está vivo.
Su voz se apaga, incapaz de pronunciar la palabra "muerto", pero el significado cuelga en el aire como una sentencia. Ana retrocede, tropezando con una caja, su rostro desfigurado por una mezcla de incredulidad y horror.
—¡No! —grita, su voz un alarido desgarrador que resuena en la cabaña—. ¡Eso no puede ser verdad!
Se lleva las manos al pecho, como si pudiera detener el dolor que le atraviesa el corazón, las lágrimas brotando como un río incontenible.
—León, mi hermano... él no... —Su voz se quiebra en sollozos, cayendo de rodillas sobre el suelo sucio, las manos arañando la tierra mientras su mundo se desmorona—. Es lo único que me queda, Emma, lo único... ¿Por qué? ¿Por qué él?
Emma se arrodilla junto a ella, las lágrimas corriendo por sus mejillas, y la abraza con fuerza, pero Ana la empuja, su desesperanza convirtiéndose en furia.
—¡Tienes que hacer algo! —grita entre hipos, su rostro rojo y empapado—. ¡No puedo perderlo!
Su cuerpo tiembla violentamente, el llanto convirtiéndose en un lamento que parece no tener fin, un eco de pérdida y abandono que llena la cabaña con una tristeza abismal. Emma, sollozando, la sostiene de nuevo, susurrando palabras vacías de consuelo.
—Lo siento, Ana, lo siento tanto...
Pero la desesperanza de Ana es un abismo que ni el abrazo de Emma puede llenar, y el silencio que sigue está cargado de un dolor que parece eterno.
La penumbra de la cabaña se vuelve asfixiante mientras Ana, aún de rodillas, levanta la vista hacia Emma, sus ojos enrojecidos transformando el dolor en una furia abrasadora.
—¡Me prometiste que él estaría bien con los rebeldes! —grita, su voz temblando de rabia y desesperación—. ¡Yo habría llegado antes si no hubiera perdido tanto tiempo en la cabaña! ¡Tuve que haber salido de una vez hacia la base rebelde!
Su pecho se agita con cada palabra, las lágrimas cayendo como ríos mientras apunta un dedo tembloroso hacia Emma.
—¡Es tu culpa!
Emma, con el rostro empapado en lágrimas, se queda inmóvil, el peso de las acusaciones clavándose en su corazón como dagas. Su boca se abre para responder, pero las palabras se ahogan en su garganta. No dice nada, solo baja la mirada, el silencio de su culpa llenando el espacio entre ellas. Con un movimiento lento y derrotado, se pone de pie, sus manos temblando mientras se limpia las lágrimas. Se da la vuelta y sale de la cabaña, dejando a Ana sola, el sonido de sus pasos perdiéndose en la distancia.
Ana se queda allí, sollozando desconsoladamente, su cuerpo temblando de tristeza y enojo. Golpea el suelo con los puños, la tierra manchando sus manos mientras grita el nombre de León una y otra vez, un lamento que resuena en las paredes de madera. La cabaña, ahora un santuario de su dolor, parece cerrarse a su alrededor, atrapándola en un abismo de desesperanza donde el tiempo se detiene, y la culpa de Emma se mezcla con su propia autocrítica.
Mientras tanto, al borde del campamento, el bosque está sumido en una quietud inquietante, los árboles proyectando sombras largas bajo el sol de mediodía. Mark avanza con pasos pesados, su hacha en el hombro, buscando a Joel para discutir el plan secreto. De pronto, un sonido desgarrador rompe el silencio: un grito ahogado seguido de golpes sordos contra la tierra. Al acercarse, encuentra a Joel tirado en el suelo, las manos golpeándose la cabeza con furia, la frente raspada y manchada de tierra y sangre.
—¿Por qué? —grita Joel, su voz rota por el llanto, el cuerpo temblando mientras se golpea una y otra vez, como si intentara expulsar el dolor que lo consume.
Mark suelta el hacha y corre hacia él, cayendo de rodillas a su lado.
—¡¿Qué haces?! —grita, su voz un rugido de frustración y urgencia—. ¡Te necesito! ¿Cómo planeamos el ataque secreto?
Su tono es una mezcla de súplica y mando, intentando sacar a Joel de su colapso. Joel levanta la vista, los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas, su rostro una máscara de desesperación.
—¡No sé! ¡No lo sé! —balbucea, su voz quebrándose en sollozos—. ¡No soy un líder! ¡No soy! ¡No puedo ayudar a la gente! Todo sale mal desde que desperté en ese maldito bosque...
Su cuerpo se sacude, las manos aferrándose a la tierra mientras grita:
—¡No sé qué hacer! ¡No entiendo qué tengo que hacer! ¿Por qué me pasa esto?
Llorando desconsoladamente, se cubre el rostro y murmura entre hipos:
—¿Quién soy?
Mark lo observa, su propia dureza desmoronándose ante la vulnerabilidad de Joel. Se queda en silencio por un momento, respirando hondo, antes de poner una mano firme pero gentil sobre su hombro.
—No sé quién eres todavía —dice con voz grave—, pero eres lo más cercano a un líder que tenemos. Tienes que levantarte, Joel. No por mí, sino por ellos... por Ana, por León.
Su tono se endurece.
—Llorar no los salvará. Planea conmigo, o todo se pierde.
El bosque permanece en un silencio opresivo, el suelo manchado por la tierra removida donde Joel se golpeaba la cabeza, su llanto aún resonando entre los árboles. Mark, arrodillado a su lado, aprieta el hombro de Joel con más fuerza, su voz cortante pero cargada de urgencia.
—¡Te necesito! —dice, su tono firme—. Eres malo peleando y no matas personas, pero eres el más inteligente en la base, mucho más que yo, mucho más que cualquiera, y te necesito.
Sus palabras son un reconocimiento crudo, casi desesperado. Joel, con el rostro aún enterrado en sus manos, levanta la mirada lentamente, los ojos hinchados y llenos de duda. Mark se inclina hacia él, su expresión endurecida por la determinación.
—Tú sabes qué hacer, yo sé que sí —insiste, su voz subiendo de volumen—. ¡Yo te dije que nos vayamos! Si no querías ayudarlos antes, ahora...
Se detiene, respirando hondo, y luego grita:
—¡Levántate y ayúdame a ayudarlos!
Su voz resuena como un trueno, un llamado a la acción que sacude el aire. Joel se queda inmóvil por un momento, las palabras de Mark calando hondo. Las lágrimas siguen cayendo, pero un brillo de resolución comienza a formarse en sus ojos. Con un esfuerzo tembloroso, se apoya en sus manos y se pone de pie, tambaleándose pero erguido.
—Está bien —murmura, su voz ronca pero decidida—. Ayúdame a pensar... por ellos.
Mark asiente, levantándose también, y juntos miran hacia el campamento, listos para forjar un plan en medio del caos.
Nota 23
La base es un hervidero de ruido y nervios, todos moviéndose como si pudiéramos detener lo que viene. Hoy vi a Liam y Edward revisando cuerdas y armas, sus manos rápidas, sus voces bajas, como si cada palabra fuera un plan para sobrevivir. Hay algo en ellos, una calma que no entiendo, como si hubieran visto este infierno mil veces y aún creyeran que pueden ganarle. Liam con su risa fácil, Edward con esa mirada que corta como un cuchillo. ¿Qué los mantiene así? Luego está Mark, siempre a un paso del resto, afilando su hacha como si fuera a cortar el pasado mismo. Él y el Capitán eran uno solo alguna vez, dicen, pero ahora es puro hielo, un hombre que carga más de lo que muestra. Los miro a los tres y me pregunto qué los une, qué los rompió. Mi cabeza sigue vacía, pero sus silencios me gritan que saben más de este mundo que yo.