Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
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Capítulo 20: Fuego cruzado
Brendan no había dormido bien en toda la noche. Algo no cuadraba. Los últimos movimientos en Hamburgo, las filtraciones en el puerto, las caras demasiado tranquilas en la reunión con Viktor… Era como si alguien estuviera esperando el momento perfecto para darle el golpe más certero.
A la mañana siguiente, mientras revisaba documentos en su estudio, Dakota entró sin tocar, con un café en la mano y esa sonrisa descarada que lo desarmaba.
—¿Siempre te levantás con cara de asesino o es porque no dormiste? —preguntó, dejando la taza sobre la mesa.
Brendan levantó la mirada, sus ojos verdes más oscuros que nunca.
—Hay algo en el aire, Adams. Un olor a traición que no me gusta nada.
—Entonces dejá de pensarlo y averigüemos quién está jugando sucio —respondió ella, sentándose en el escritorio con una naturalidad irritante y encantadora—. A menos que tengas miedo de lo que pueda encontrar.
Brendan frunció el ceño, pero no pudo evitar una sonrisa.
—Sabés que este mundo no es para vos.
—¿Otra vez con eso? —replicó, cruzando los brazos—. Ayer te probé que puedo estar en tu mesa de negocios. Hoy te voy a probar que puedo estar en el campo si hace falta.
Brendan la miró durante unos segundos, evaluando si de verdad estaba listo para ver hasta dónde podía llegar esa mujer.
—Te voy a dar una oportunidad, Adams. Pero me obedecés en todo. ¿Entendido?
—Eso está por verse —respondió ella con una sonrisa que era un desafío.
El aviso llegó en cuestión de horas. Un mensaje corto de Viktor:
"El club Red Velvet está siendo atacado."
Brendan sintió la sangre hervir. El Red Velvet no era solo uno de sus locales más rentables, sino un punto clave de sus operaciones en Berlín.
—Nos vamos —ordenó, agarrando su chaqueta y un arma del estante.
—¿Qué pasa? —preguntó Dakota, siguiéndolo.
—Ataque en uno de mis locales. No te metas, Adams. Esto no es un juego.
—Si me dejás en la mansión me las arreglo para llegar igual —dijo ella, tomando una Glock 19 de la mesa con total naturalidad. Brendan levantó una ceja, sorprendido de lo cómoda que se veía con un arma.
—¿Sabés disparar?
Ella sonrió con descaro.
—¿Querés comprobarlo?
El Red Velvet era un caos cuando llegaron. Las luces de neón parpadeaban, las puertas estaban abiertas de par en par y el sonido de los disparos cortaba el aire como un látigo. Brendan salió primero del coche, disparando contra los hombres encapuchados que habían tomado el club.
—¡Dakota, quedate atrás! —gritó, pero ella no lo escuchó.
En cuanto uno de los atacantes se asomó por una de las columnas, Dakota levantó el arma y disparó con una precisión que hizo que el hombre cayera al instante. Brendan la miró por encima del hombro, atónito y fascinado al mismo tiempo.
—¡¿Qué carajo estás haciendo?! —gritó, mientras ella tomaba otra pistola de uno de los hombres caídos.
—Cubriéndote las espaldas, Thompson —respondió ella, y disparó con ambas manos, volteando a dos enemigos que intentaban rodearlos.
La imagen quedó grabada en su mente: Dakota, con el cabello revuelto, los ojos celestes ardiendo y las dos armas brillando bajo las luces rojas del club. Era como ver a un ángel del caos, y Brendan supo en ese instante que no había marcha atrás con esa mujer.
Los minutos siguientes fueron un infierno. Brendan y Dakota avanzaban juntos, cubriéndose el uno al otro. Había vidrios rotos, gritos, y el olor metálico de la pólvora impregnando el aire.
—¡Cuidado! —gritó Brendan cuando vio a un hombre apuntar desde una de las escaleras. Se lanzó hacia Dakota, cubriéndola con su cuerpo mientras disparaba en dirección al enemigo. El atacante cayó al suelo con un ruido seco.
Ella lo miró, jadeando, con una mezcla de adrenalina y deseo en los ojos.
—Si querías impresionarme, vas por buen camino.
Brendan soltó una risa corta, casi animal.
—Te juro que sos un problema, Adams.
Finalmente, el club quedó en silencio. Los atacantes habían huido o estaban tirados en el suelo, incapacitados. Brendan guardó el arma y miró a su alrededor con rabia contenida.
—Esto fue un mensaje. Alguien quiere que sepa que viene a por mí.
—Entonces vamos a descubrir quién —dijo Dakota, limpiando el sudor de su frente, sin perder ni un gramo de valentía.
Brendan la miró fijo, como si la viera por primera vez.
—¿Sabés que hoy podría haberte perdido?
Ella dio un paso hacia él, levantando la barbilla con desafío.
—Y sin embargo, acá estoy.
Brendan la atrapó por la nuca y la besó con fuerza, sin importarle la sangre ni el caos a su alrededor. Fue un beso de rabia, de deseo, de todo lo que no podía decir en palabras.
En una bodega subterránea de Berlín, el traidor sonreía mientras escuchaba el reporte.
—¿Causamos suficiente ruido?
—Sí —respondió uno de sus hombres—. Thompson va a estar ocupado tapando agujeros.
—Perfecto —dijo el traidor, encendiendo un cigarrillo—. Ahora vamos a ir por lo que realmente importa.