Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 19
Aunque el lugar no había luz del sol, y hacía bastante calor debido a su cercanía con la cocina, era mucho mejor que los comedores de otros barcos. Así, aunque todos estaban cansados de la corta jornada de descanso que tenían, pudieron desayunar de manera tranquila.
Cuando el reloj dio las cinco de la mañana, las mucamas en turno, incluyendo Corinne, comenzaron a subir dos pisos más hasta el vestíbulo de empleados, donde la esperaba la jefa de Doncellas.
Su jefa, una bella mujer de cabello rizado y cuerpo voluptuoso, caminaba con descaro viendo con altivez a todas sus subordinadas.
—Cecilia les dará la lista de funciones del día de hoy—dijo Esmeralda—espero que nadie se acerque al primer piso, ya saben que ninguna es digna de atender al capitán.
—¡Sí, señora!—respondieron todas al unísono.
Al observar que Corinne era la única que no habló, supo enseguida que ella era la protegida que recién había ingresado.
Tenía entendido que había sordos que podían hablar, por lo que le daba curiosidad si aquella sorda podía hacerlo. Después descubriría aquello, por ahora estaba alegre de que la nueva no era ni una cuarta parte de lo bella que era ella.
—Tú te encargarás de lavar los sanitarios masculinos—respondió frente a ella—del tercer piso.
Sabiendo que aquel lugar era desastroso, puesto que eran los sanitarios que quedaban al lado del casino, Marina decidió ofrecerse para ayudar a su protegida.
Luego de eso, la anciana ayudó orientando a Corinne hasta el carrito del aseo y con ayuda de esta caminaron hasta la rampa que usarían para llegar al tercer piso.
—Escucha, Corinne—susurró Marina—mira siempre hacia abajo, no dejes que ningún hombre te mire directamente.
Corinne asintió un poco asustada, al parecer aquella zona no era muy buena para las mujeres. Aquello lo confirmó al llegar al casino, donde hombres pudientes salían no solo enaltecidos sino muy borrachos.
—Cabeza abajo—repitió la anciana.
Una vez que Corinne arrastró el carrito hasta los baños al final del pasillo, Marina suspiró tranquila. No era la primera vez que una mucama era violentada por algún pasajero y que debían callar debido al dinero.
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Cuando el reloj marcó las cinco y media de la mañana, un hombre se levantó en uno de los camarotes más costosos del primer piso. Siendo tan grande, contaba hasta con un gran balcón en donde tenía un pequeño gimnasio para mantener sus músculos.
Tomando un poco de agua, y después de hacer sus necesidades, comenzó a estirar para luego levantar un poco de pesas. Duró hasta que el reloj marcó las seis de la mañana, escuchando así unos golpes en la puerta.
—¡Adelante!—habló el hombre.
Esmeralda, antes de ingresar, soltó su cofia y dejó libre su bella cabellera. Entrando con un movimiento de caderas bastante seductor, arrastró el carrito de comida hasta la cama del capitán.
Observando como este entraba sin camisa, cubierto en sudor y sus músculos bastante definidos, nadie jamás pensaría que este fuera mayor de los 30 años.
—Colócate tu cofia—ordenó secándose con una toalla—debes de respetar el uniforme, ¿por qué está tan ajustado a tu cuerpo?
Esmeralda palideció, jamás pensó que esa fuera la actitud del capitán, luego de ella haberse entregado el día anterior a este.
—Virgil...—susurró temerosa.
—Capitán Lasky para ti—respondió tomándose su café—no tengas confías que no te he dado.
—Pero... Pero... yo solo quiero atenderlo—tartamudeó—yo lo amo... le di mi virginidad.
—¿Eso es todo?—se sentó en la cama—ahora vete y recuerda, no vuelvas a tutearme.
Dolida, Esmeralda salió casi llorando del camarote. Luego de quedar solo, Virgil suspiró cansado, aún tenía mucho sueño.
No obstante, debía arreglarse para su día de trabajo y antes de ello sacó de un pequeño cofre un pedazo de tela con sangre. Caminando hasta la chimenea, lanzó la tela y observó mientras se quemaba.
Desde que había salido de la pobreza, haciendo un pacto con el maligno, ofreciéndole la sangre virginal de una mujer hipócrita como Esmeralda, había logrado muchas cosas y entre ella la riqueza al tener su propia naviera.
Lo único que le preocupaba era cumplir su sueño de navegar por el mundo, con el suficiente dinero para hacerlo. Cuestiones como la virginidad o el amor no le importaban, al final, aquello no le daba de comer.