Mi Ángel

Las sombras del crepúsculo se alargaban mientras Liana y Valen caminaban por las calles desiertas de la ciudad. El aire estaba cargado de una energía extraña, como si el mundo estuviera suspendido en un delicado equilibrio, a punto de romperse en cualquier momento. Habían salido de la iglesia con el conocimiento oscuro que el Ángel Caído les había dado, pero lo que ese conocimiento significaba aún no estaba claro.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Valen, rompiendo el silencio. Su voz, habitualmente firme, ahora tenía un tinte de duda.

Liana miró hacia él, notando las líneas de preocupación en su rostro. Ella también sentía esa incertidumbre, pero no había espacio para vacilaciones ahora.

—No tenemos otra opción —respondió Liana, manteniendo su mirada fija al frente—. Sabes tan bien como yo que este es el único camino.

Valen asintió, aunque no parecía del todo convencido. El sol se estaba hundiendo bajo el horizonte, y con él, la delgada línea entre los mundos se hacía más borrosa.

—Vamos —dijo Liana, acelerando el paso—. No podemos retrasarnos.

Llegaron al borde de la ciudad, donde las antiguas ruinas marcaban el límite entre el mundo humano y el otro. Estas ruinas, viejas y desgastadas por el tiempo, eran lo último que quedaba de una civilización que había aprendido a coexistir con los seres del otro lado, hasta que todo se había derrumbado.

—No puedo creer que estemos haciendo esto —murmuró Valen, observando las piedras caídas—. Este lugar está maldito.

—Está lleno de secretos —corrigió Liana, mientras sacaba un pequeño talismán de su bolsillo, un objeto que le había dado Kael antes de su partida—. Y es aquí donde encontraremos respuestas.

Con un movimiento rápido, Liana sostuvo el talismán hacia las ruinas, y al instante, el aire a su alrededor pareció vibrar. Una luz pálida y etérea emergió del talismán, envolviendo a ambos en una suave neblina. Las ruinas ante ellos comenzaron a cambiar, revelando un portal que sólo se abría para aquellos que conocían el ritual correcto.

Valen observó con una mezcla de asombro y aprensión mientras el portal se hacía más definido. Un brillo tenue iluminaba los contornos del umbral, y más allá, podían ver un paisaje oscuro, un reflejo distorsionado de su propio mundo.

—Entre dos mundos... —susurró Liana, casi para sí misma.

—Estamos realmente haciendo esto —dijo Valen, con un tono que sugería que aún esperaba que Liana cambiara de opinión.

Liana no respondió, simplemente dio un paso adelante, atravesando el umbral. Valen la siguió, sabiendo que no podía dejarla ir sola, aunque cada fibra de su ser le advirtiera que esto podría ser un error fatal.

El cambio fue inmediato. Al cruzar, el aire se volvió más pesado, denso con la sensación de ser observado por innumerables ojos invisibles. El paisaje que los rodeaba era una versión oscura y retorcida de la ciudad que habían dejado atrás, como si el mismo lugar existiera simultáneamente en dos realidades diferentes.

—Este es el otro lado —dijo Liana, tratando de controlar su respiración mientras tomaba conciencia del lugar. Había escuchado historias sobre este mundo paralelo, pero nada la había preparado para la realidad de estar aquí.

Las sombras se movían con vida propia, alargándose y retorciéndose mientras avanzaban. Los edificios, aunque reconocibles, estaban deformados, como si fueran reflejos en un espejo roto. El cielo, en lugar de estar lleno de estrellas, estaba cubierto por nubes negras y relámpagos que iluminaban brevemente el paisaje sombrío.

—¿Crees que los encontraremos aquí? —preguntó Valen, su voz apenas audible.

—No lo sé —respondió Liana—. Pero Kael estaba convencido de que este era el lugar donde debíamos buscar. Aquí es donde la barrera entre los mundos es más delgada.

Siguieron avanzando en silencio, con la sensación de estar siendo acechados por algo invisible pero muy real. Cada sonido, cada susurro del viento parecía amplificado, como si el mundo mismo estuviera al borde de desmoronarse.

Finalmente, llegaron a un antiguo teatro, uno de los pocos edificios que parecían intactos. La fachada estaba adornada con estatuas de ángeles caídos, sus alas rotas y sus expresiones llenas de agonía.

—Aquí es donde comienza —dijo Liana, empujando las pesadas puertas para abrirlas.

Dentro, el teatro estaba vacío, pero una luz parpadeante en el escenario les indicó que no estaban solos. Avanzaron con cautela, con las sombras siguiéndolos de cerca.

Al llegar al escenario, vieron una figura solitaria, envuelta en una capa oscura, de pie en el centro. Su presencia emanaba un poder que hizo que Liana y Valen se detuvieran en seco.

—Han cruzado al otro lado —dijo la figura, su voz profunda resonando en el teatro vacío—. Pero no todos los que vienen aquí regresan.

Liana sintió un nudo en el estómago, pero no se permitió dudar.

—Estamos aquí en busca de respuestas —dijo, enfrentando a la figura—. Sabemos lo que está en juego y estamos dispuestos a hacer lo que sea necesario.

La figura levantó la cabeza, revelando un rostro marcado por cicatrices y sombras.

—Este es un lugar donde las decisiones se hacen a costa del alma —dijo la figura—. Y una vez que entras, ya no eres la misma persona.

Liana sintió cómo la gravedad de sus palabras caía sobre ella, pero no flaqueó.

—Lo sé —dijo, firme—. Pero es un riesgo que estamos dispuestos a correr.

La figura los miró por un largo momento antes de asentir lentamente.

—Entonces, prepárense —dijo—. Porque el viaje entre los mundos no es un simple cruce de umbrales. Es un desafío, una prueba de voluntad. Y solo los más fuertes sobrevivirán.

El teatro se llenó de un viento helado, y Liana supo que no había vuelta atrás. Habían entrado en un lugar donde las reglas de su mundo no se aplicaban, un lugar donde todo podía cambiar en un instante.

Liana y Valen estaban a punto de descubrir hasta dónde estaban dispuestos a llegar para cumplir su misión. Y en ese oscuro reflejo de su propia realidad, solo el tiempo diría si podrían regresar, o si quedarían atrapados para siempre en ese limbo entre lo conocido y lo desconocido.