Margaret Vitaly, le hace una inesperada propuesta al archiduque Bastian Chevalier, pese a que este le lleva muchos años de diferencia. Margaret asegura desear a ese hombre y le pide casarse con ella. Todos saben que Margaret está enamorada del conde Agustín. ¿Por qué ahora quiere casarse con aquel hombre de corazón frío? La respuesta solo lo sabe ella y es que Margaret conoce su futuro, ella ha tenido una regresión después de sufrir una muerte miserable, así que ahora está dispuesta a cambiar ese futuro lamentable y para eso, necesita de aliado al único hombre que le tendió una mano antes de su muerte, ese era el hombre al que ahora Margaret le proponía matrimonio, el archiduque Chevalier.
¿Podrá Margaret cambiar su destino?
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Malos entendidos
Margaret entró de lo más digna al estudio, pero en cuanto estuvo a solas con Bastian, sus pensamientos la traicionaron, dejándola completamente roja, lo que le pareció adorable a Bastian. Margaret era una mujer muy expresiva.
— Mi bella esposa me honra con su presencia. Ven, querida, quiero mostrarte algo.
Margaret se acercó, completamente ingenua de lo que la mente maquiavélica de Bastian estaba tramando. Una vez cerca, el león jaló a su presa, haciéndola caer en su regazo mientras la abrazaba por la espalda.
— Quería dejarte descansar un poco más. Temo que fui muy brusco; por eso no me he despegado del escritorio. La necesidad de ir a verte era inmensurable, pero no quería agobiarte.
Margaret estaba completamente erizada; Bastian le estaba hablando muy cerca de su oído, y su voz era tan sensual que la hacía estremecerse, mientras unas manos traviesas se deslizaban por el incómodo vestido. Margaret apretaba las manos en este.
—Ese vestido no te sofoca —le decía Bastian mientras la acariciaba con más descaro.
—Deja de ser tan atrevido, estamos en tu estudio — Refunfuñó Margaret. Bastian era un completo descarado, y era algo que le gustaba, pero a la vez le asustaba mucho; ella no sabía cómo manejar ese tipo de emociones.
—Lo dice quien me vio como mi madre me trajo al mundo en un río — A Bastian le gustaba lo tierna que se veía sonrojada; su esposa era todo un encanto.
—Afuera están tus guardias, nos pueden escuchar —Margaret ya estaba sedienta de la seducción de su esposo. No podía negar lo que Bastian causaba en ella, pero, repentinamente, y sin que ella se lo esperara, este paró de inmediato la acción, dejando a Margaret desconcertada.
— Ven, te daré un recorrido por el palacio. A pesar de su parecido con el palacio de los emperadores, este guarda unos misterios que te fascinarán. — Margaret estaba desconcertada; ella quería seguir en el regazo de su esposo, pero este parecía haber cambiado de opinión.
Por su parte, Bastian pensó que la podía asustar con sus acciones, así que decidió darle un poco de espacio antes de volver a devorarla por completo.
El recorrido fue grato; Bastian le enseñó cada pasadizo secreto que había en el palacio, para que, en algún momento, si estaba en peligro, tuviera conocimiento de las vías de escape.
Margaret estaba deslumbrada por los secretos del palacio, además de que era realmente hermoso; los detalles y acabados eran perfectos.
— Mis padres no querían que hubiera una guerra interna por el trono, así que crearon este palacio para uno de sus hijos, con el fin de que este no se sintiera desplazado o inferior. A pesar de que el título de archiduque está por debajo del emperador, en mi caso gozo de muchas ventajas que mi hermano, por estar atado al trono, no puede disfrutar. — Margaret frunció el ceño, pues pensaba que Bastian se refería a tener muchas mujeres. Es bien sabido que el padre de la emperatriz pidió que esta fuera la única mujer del emperador.
— Mis señores, la cena está lista. — Fermín los había estado buscando como loco; ese par se les había escurrido en todo momento.
Al llegar al comedor, Margaret seguía con el ceño fruncido y el ambiente estaba algo tenso, hasta que ella decidió romper el incómodo silencio.
— ¿Por qué las doncellas de la difunta seguían en el archiducado? — Esa era una espinita que tenía Margaret desde el momento en que se enfrentó a esa doncella.
— Me pidieron asilo porque se habían acostumbrado al archiducado, y como toda la familia estaba aquí, no querían separarse, pues en su país ya no tenían trabajo y no querían empezar de cero.
— ¿Aún queda personal del que vino con esa mujer?
— Unas cinco doncellas más y sus respectivas familias.
— Voy a hacerles una evaluación y, si no están aptas para el cargo, tendré que prescindir de sus servicios.
— Son personas que han sido leales el tiempo que han trabajado aquí; tienen derechos. No solo trabajan las doncellas, también sus familiares. Entre ellos hay niños pequeños; no puedo expulsarlos de la noche a la mañana.
— ¿Derechos que están por encima de tu esposa? Porque una de esas doncellas intentó atacarme, y si yo no me hubiera defendido desde el comienzo, la servidumbre trapearía el piso con mi cabello.
— La doncella está muerta; ya le impusiste un castigo ejemplar.
— Tres doncellas intentaron agredir a una de mis doncellas; Cloy se defendió, pero temo que tomen represalias más fuertes contra ella.
— No atentarán contra ti; ya les di una advertencia.
— ¿Pero si pueden atentar contra mis doncellas?, te advierto una cosa Bastian Chevalier: no voy a permitir que nadie dañe a mis doncellas. Primero decapito a todo el personal, me retiro, se me fue el apetito. — Margaret estaba furiosa; esas personas fueron leales a esa mujer. Son extranjeros y, por obvias razones, son un peligro latente para ella.
Bastian no entendía qué había hecho mal. Él se encargó de darle el lugar a su esposa desde un inicio y le dio una severa advertencia al personal. No pensó que sus acciones se malinterpretarían.
Bastian lo único que quería era evitar que el nombre de su esposa se manchara. Ya mandó a callar los rumores que circulan sobre ella. Él prefiere ser él quien se deshaga de los estorbos; así, nadie pondría en tela de juicio la reputación de su esposa. Un despido Arbitrario pondría a Margaret en la mira de nobles corroñeras que buscarían despedazar a toda costa la imagen de su esposa.