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Entre el Deber y el Deseo

Entre el Deber y el Deseo

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mujer poderosa / Matrimonio arreglado / Completas
Popularitas:32
Nilai: 5
nombre de autor: Dana Cardoso

A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.

NovelToon tiene autorización de Dana Cardoso para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 19

(POV: Bianca)

La oficina de Dante siempre me pareció un lugar frío, no por la temperatura, sino por la forma en que él la ocupaba. Todo en él era control, estrategia, cálculo. Pero aquella mañana, había algo diferente en el aire. Una inquietud casi palpable.

Me detuve en la puerta y lo observé en silencio. Él tamborileaba los dedos sobre el cuero de la silla, la mirada perdida en algún punto distante. Las cejas fruncidas, la mandíbula tensa… señales de que algo lo perturbaba.

—Dante, ¿estás bien? —pregunté, intentando sonar calmada, aunque una punzada de aprehensión se había instalado en mí.

Él levantó los ojos, y por un instante aquella mirada me alcanzó con la fuerza de un trueno. Había cansancio, rabia y un miedo contenido.

—No, Bianca —respondió, la voz grave y firme—. Algo no está bien. Alguien está moviendo los hilos en la sombra. Y no es cualquier cosa… es meticuloso, silencioso.

Me acerqué despacio y coloqué sobre la mesa una carpeta que venía manteniendo conmigo desde temprano. Yo ya sabía que había algo mal, Carlo me había mostrado movimientos financieros sospechosos y algunas alteraciones extrañas en contratos. Desde entonces, venía reuniendo todo en secreto.

—Carlo me mostró algunos movimientos sospechosos en los archivos financieros —expliqué, bajando el tono—. Pensé que podría ayudarte… discretamente.

Los ojos de él se entrecerraron, sorprendidos. Dante raramente dejaba que alguien se acercara a sus asuntos empresariales. Pero, en aquel momento, percibí algo diferente, una chispa de orgullo y quizás… confianza.

—Te estás exponiendo demasiado —murmuró—. Si alguien descubre…

—Nadie va a descubrir —interrumpí, firme—. Sé mantenerme discreta. Y, además, no conseguirías lidiar con esto solo.

Él me miró con aquella intensidad que me desarmaba por dentro. Era el tipo de mirada que hacía que el tiempo se detuviera, que me hacía olvidar de todo, excepto de él. Aun así, permanecí firme.

Por un breve instante, sentí que estábamos conectados de un modo diferente. No como marido y esposa en una relación fría y distante, sino como aliados.

—De acuerdo —él cedió, respirando hondo—. Pero necesitamos actuar con cautela. Si estamos lidiando con alguien de dentro… un error puede costar caro.

Asentí. El peso de la responsabilidad cayó sobre nosotros dos, silencioso.

—Ya comencé a investigar —confesé, en voz baja—. Carlo cree que estoy apenas organizando archivos, pero estoy monitoreando los accesos al sistema. Alguien anda alterando datos importantes.

Dante me observó en silencio, y percibí algo raro en su mirada: un destello de respeto. Aquello me dio coraje.

En los días que siguieron, la oficina se transformó en un campo de guerra invisible. Mientras él revisaba contratos e informes, yo me infiltraba entre planillas y registros digitales. Cada número parecía esconder una amenaza, y cada movimiento errático, una trampa.

Pasé a verlo diferente. La forma en que él pensaba, la frialdad con que analizaba cada detalle, la intensidad con que intentaba proteger todo lo que había construido. Y, en medio de aquella tensión, percibí que él también me observaba. Tal vez con desconfianza al inicio, pero luego con algo más profundo, una confianza silenciosa, un reconocimiento.

Yo nunca había sentido algo así al lado de él. Por tanto tiempo, Dante me trató como una presencia distante, una mujer que ocupaba el espacio a su alrededor sin realmente formar parte de él. Pero ahora, trabajando lado a lado, percibía que algo estaba cambiando.

Él me escuchaba. Confiaba en mí. Y eso, para alguien como Dante, era una forma rara de afecto.

Las noches se volvieron largas. El sonido del teclado y de las páginas siendo volteadas llenaba el silencio. A veces, intercambiábamos apenas miradas, rápidas, cómplices, pero ellas decían más que cualquier palabra.

Yo sabía que había peligro. Que alguien, tal vez alguien cercano, estaba jugando contra nosotros. Pero también sabía que, por primera vez, no estábamos solos.

En una de esas noches, cuando la ciudad dormía y apenas el brillo de las luces urbanas se reflejaba en las ventanas de la oficina, lo vi de pie, inclinado sobre la mesa. Había determinación en el rostro de él… y algo más suave en los ojos cuando percibió que yo lo observaba.

Él no dijo nada, pero no necesitó. El simple hecho de que yo estuviera allí ya bastaba.

El enemigo era silencioso, invisible, y aun así, por primera vez, yo no sentí miedo.

Porque sabía que, juntos, éramos más fuertes.

Y mientras Dante observaba la ciudad allá afuera, yo lo observaba en silencio, segura de una cosa: aquella guerra no sería apenas de él. Era nuestra.

Y, aun sin decir, él sabía eso también.

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