Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
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19. Conversación sincera
El campus estaba casi vacío cuando Valeria salió de la biblioteca.
La brisa de la noche movía las hojas de los árboles, y el sonido lejano de una guitarra rompía el silencio.
Caminaba distraída, repasando mentalmente el debate del día.
Gael había sido brillante. Iker también.
Ella, por su parte, aún sentía la voz temblorosa cuando moderó.
- “¿Te puedo hacer una entrevista exclusiva, doctora Torres?”, preguntó alguien a su lado.
Valeria giró y lo vio: Iker, mochila al hombro, sonrisa tranquila.
- “Depende del tema”, dijo Valeria.
- “Evaluación posterior al gran duelo de egos”, bromeó Iker, caminando junto a ella.
- “Ah, no. Ese tema tiene copyright”, expresó Valeria y se cruzó de brazos. “Además, ya tengo suficientes titulares mentales”.
- “¿Cómo cuáles?”, preguntó Iker.
“Sotelo intenta electrocutar a Terranova con su retórica”, respondió Valeria. Iker rió.
- “Y Torres sobrevive para contarlo”, dijo Iker.
- “Exacto”, afirmó Valeria.
Caminaron juntos por el pasillo iluminado por faroles. El silencio entre ellos no era incómodo; tenía ritmo. Valeria se detuvo frente a una banca.
- “No sé tú, pero mi cerebro acaba de declararse en huelga”, dijo Valeria.
- “Ilegalmente tarde para eso”, expresó Iker, quien dejó su mochila en el suelo y se sentó a su lado. “Aunque acepto la huelga solidaria”.
Se quedaron mirando el cielo unos segundos.
- “¿Sabes?”, dijo ella de pronto. “Pensé que el debate iba a ser un caos”.
- “Y lo fue. Pero uno entretenido”, comentó Iker.
- “Sí. No imaginé que ustedes dos pudieran no matarse verbalmente”, expresó Valeria.
Iker sonrió con esa calma suya que parecía inmutable.
- “A veces los rivales ayudan a medir el respeto”, dijo Iker.
- “¿Eso fue un cumplido para Gael?”, preguntó Valeria.
- “Tal vez. Pero no lo cites, quiero conservar mi reputación”, respondió Iker. Valeria rió.
- “¿Te diste cuenta de lo que provocó? Hay gente que sigue discutiendo en redes sobre quién tenía la razón”, expresó Valeria.
- “Sí, lo vi”, dijo Iker, suspiró. “Y ahí está el verdadero problema. La gente opina sin contexto, repite sin pensar, y cree que por compartir algo ya entiende el tema”.
- “Responsabilidad civil digital en tiempo real”, replicó Valeria.
- “Exacto. Publicar es fácil; responder por lo que se publica, no tanto”, comentó Iker.
- “A veces olvidamos que detrás de cada pantalla hay alguien, a quien podrían destruirle la frágil paz que lo sostiene”, manifestó Valeria.
- “Y que el daño no siempre se borra con un lo siento”, dijo Iker.
Valeria lo observó en silencio.
- “¿Por eso dijiste lo de educar la mente antes que los dedos?”, preguntó Valeria.
- “Sí. No se trata solo de leyes, sino de conciencia. La ética no debería depender del wifi”, respondió Valeria.
Ella sonrió con cierta admiración.
- “Suena a algo que deberías publicar”, dijo Valeria.
- “Lo haría, pero temo que me cancelen por decir que el sentido común está en peligro de extinción”, expresó Iker.
Ambos rieron. El viento sopló más fuerte, y Valeria se abrazó los brazos.
Iker, sin pensarlo, se quitó la chaqueta y la puso sobre sus hombros.
- “Gracias”, dijo ella, algo sorprendida.
- “No hay de qué. No quiero ser demandado por omisión de auxilio térmico”, bromeó Iker.
- “Muy responsable de tu parte, abogado”, comentó Valeria.
- “Intento evitar litigios innecesarios”, expresó Iker.
Ella bajó la mirada, pensativa.
- “¿Siempre fuiste así de equilibrado?”, preguntó Valeria.
- “¿Así cómo?”, dijo Iker.
- “Tranquilo. Como si nada te tocara”, expresó Valeria.
Él tardó en responder.
- “No siempre”, manifestó Iker, su voz se suavizó. “Mi hermano menor tiene una enfermedad crónica. Desde que nos lo dijeron, las cosas se ordenaron distinto”.
Valeria lo miró, sorprendida.
- “Iker, lo siento”, expresó Valeria.
- “Tranquila”, dijo él con una sonrisa leve. “No es drama, solo realidad. Aprendes a no gastar energía en lo que no vale”.
- “Eso explica por qué nunca discutes por tonterías”, comentó Valeria.
- “O porque ya tengo a alguien en casa que me gana todos los debates”, aseveró Iker.
Ella sonrió, pero la risa tenía un matiz distinto.
- “Debe ser difícil”, dijo Valeria.
- “A veces. Pero también te cambia la forma de mirar a la gente”, expresó Iker y la miró de reojo. “Por ejemplo, tú”.
- “¿Yo?”, cuestionó Valeria.
- “Pareces fuerte todo el tiempo, pero a veces te sostienes de la palabra “tranquila” como si fuera una armadura”, manifestó Iker.
Valeria lo miró, algo desconcertada.
- “Vaya diagnóstico, doctor Terranova”, dijo Valeria.
- “Error profesional”, comentó Iker y se encogió de hombros. “No puedo evitar observar”.
- “Bueno, anótalo en tu lista de defectos”, expresó Valeria.
- “Ya lo hice. Justo debajo de decir cosas que asustan un poco”, bromeó Iker.
Ambos rieron, aunque esta vez con un tono más íntimo.
El viento levantó un mechón del cabello de Valeria; él lo apartó con un gesto distraído, sin pensarlo demasiado.
Sus manos rozaron apenas.
- “Gracias”, susurró ella.
- “Por nada”, dijo Iker y su mirada se suavizó. “A veces hace bien hablar, ¿no?”
- “Sí, hace bien”, afirmó Valeria. Y añadió, más bajo. “Gracias por confiar”.
- “Solo si tú también lo haces algún día”, manifestó Iker.
El reloj de la torre marcó las diez. Ambos se levantaron, sin prisa. Caminaron juntos hasta el portón, y antes de despedirse, Valeria se giró.
- “Oye lo del debate, ¿quién crees que ganó realmente?”, preguntó Valeria.
Iker sonrió.
- “Si alguien aprendió algo, ganamos todos”, respondió Iker.
Ella asintió despacio.
- “Buen veredicto, juez Terranova”, comentó Valeria.
- “Gracias, doctora Torres. Espero no ser apelado”, dijo Iker.
Se despidieron con una sonrisa que no necesitó palabras. Valeria lo vio alejarse entre los faroles. Esa noche no le pareció tan fría, solo tranquila. De esa tranquilidad que deja huella.