Tras una traición que marcó su vida, Aurora Madrigal, una joven empresaria y madre soltera, lucha por sacar adelante la empresa que su padre le dejó antes de morir. Su mundo parece desmoronarse hasta que aparece Félix Palacios, un misterioso inversionista con un pasado que nadie conoce y un poder que pocos se atreven a enfrentar.
Lo que comienza como una alianza de negocios, pronto se transforma en un vínculo profundo, intenso e inevitable. Pero el amor entre ellos se ve amenazado por una red criminal liderada por Fabiola Montero, una mujer que arrastra un oscuro pasado con Aurora y está dispuesta a destruirla a cualquier costo.
Mientras las traiciones salen a la luz, los enemigos se acercan y las pasiones se desbordan, Aurora y Félix deberán luchar no solo por el éxito de su empresa… sino por su propia vida y por el amor que jamás pensaron encontrar.
Una historia de romance, venganza, secretos, traición y redención.
¿Hasta dónde llegarías por proteger a quien amas?
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CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 19
NARRADOR.
El día apenas comenzaba a iluminar el cielo cuando Aurora despertó. A pesar del dolor, el amor la llenaba y lo primero que vio fue a su hija dormida a su lado, en la cuna del hospital. La pequeña Clemencia representaba una luz de esperanza en medio de la confusión. Se levantó con dificultad y buscó a sus padres, pero la habitación estaba vacía.
Una enfermera entró en el momento en que ella intentaba sentarse.
—¿Sabe dónde están mis papás? —preguntó Aurora.
—Su madre fue a completar el proceso de alta médica. Regresará pronto.
Aurora no hizo más preguntas. Esperó tranquilamente, aunque un sentimiento de ansiedad le oprimía el corazón. Pocos minutos después, la puerta se abrió. Adela entró en silencio. Su rostro era pálido, sus ojos estaban hinchados y vestía de negro. Aurora se sentó de un salto, alarmada.
—Mamá… ¿qué sucede? ¿Dónde está papá? ¿Qué está pasando?
Adela tragó saliva. Se acercó a ella con pasos inciertos, tomó sus manos y, con la voz temblando, le comunicó una verdad devastadora:
—Hija… tienes que ser fuerte. Ahora eres madre… y tu hija te necesita.
—¡Mamá! ¡No me asustes! ¡Dime dónde está papá!
—Tu padre… —sollozó—. Tu padre tuvo un accidente, hija… venía hacia el hospital. El coche… no sobrevivió. Clemente ha fallecido.
Aurora sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. El mundo se detuvo. El aire se volvió pesado, casi inaguantable. Se cubrió el rostro con las manos, tratando de frenar el llanto que la atravesaba. No podía ser cierto. Su padre, su guía, su defensor… ya no estaba.
El sepelio ocurrió unos días después, era discreto pero lleno de dolor. Intentó descubrir dónde estaba el cuerpo de Arturo, pero Cristal, la mujer con la que él la había traicionado, se llevó sus restos y desapareció. Nadie volvió a saber de ella. En cuanto a Aurora, no había tiempo para el duelo: debía cuidar de su hija… y de una empresa al borde de caer.
Los meses pasaron rápidamente. A un año de la muerte de Clemente, la empresa se encontraba en una situación crítica. Cristal, quien había controlado las finanzas, había arrasado la compañía. Se reveló que llevaba años robando de forma discreta. Su renuncia repentina junto al retiro de una larga suma de dinero causaron un déficit enorme.
Aurora luchó como pudo. Vendió propiedades, cerró departamentos y despidió a empleados. Mantuvo únicamente lo necesario. Había algunas ventas, pero no eran suficientes. Si no lograba inversión pronto, el banco liquidaría todo.
Su madre, Adela, sugirió vender la mansión familiar, pero Aurora rechazó la idea. No quería despojar a su madre del último recuerdo de su padre. Vendieron otras propiedades y ajustaron todo al máximo, pero los números eran claros: el tiempo se estaba acabando.
Una tarde, mientras revisaba los balances financieros, su secretaria la interrumpió.
—Señora Madrigal… un inversor está aquí para verla. No tenía una cita, pero está decidido.
—Déjalo entrar. Si ha traído una propuesta seria, no lo rechazaré.
El hombre avanzó con seguridad. Era alto, vestía un traje elegante y tenía una sonrisa encantadora. Sin embargo, había algo en su mirada que perturbó a Aurora.
—Señora Madrigal… —dijo extendiendo su mano—. Es un placer conocerla.
—Igualmente. ¿Cuál es su nombre?
—Daniel Montiel. Vengo a presentarle un acuerdo. Uno que beneficiará a los dos.
—Siéntese. ¿Le gustaría algo de beber?
—Un whisky, si tiene. Algo de calidad.
Aurora le sirvió una de las marcas favoritas de su padre, mientras contenía su frustración. La sonrisa de ese hombre le parecía falsa. Sin embargo, necesitaba el dinero, así que le prestaría atención.
—Quiero comprar su empresa. Sé que enfrenta dificultades. Le haré una oferta atractiva.
—La empresa no está a la venta —respondió Aurora con determinación—. Busco inversores, no compradores.
Montiel soltó una risa suave.
—Logré anticipar su respuesta. Entonces, tengo otra propuesta: me vende la mitad. Yo cubriré las deudas, aportaré capital y usted se quedará al mando.
—Solo podría ofrecer un 15%, y bajo condiciones estrictas.
El hombre giró su vaso, lo contempló y luego la miró con descaro.
—Hay… otra opción. Pasas una noche conmigo, y yo acepto tus términos. Todo como lo has solicitado.
El silencio que se produjo fue abrumador. Aurora se levantó, temblando de ira.
—Voy a pedirle que abandone mi oficina.
—Vamos, hermosa. Nadie se enterará. Tú y yo, un trato rápido, limpio… y muy placentero.
—¡Salga o llamaré a seguridad! ¡Preferiría ver mi empresa en llamas que acostarme con un cerdo como usted!
El hombre sonrió con desdén.
—Te arrepentirás de lo que has dicho, Aurora Madrigal. Cuando el banco embargue esta empresa, yo la adquiriré a un precio miserable. Y ese día, vendrás a mí.
Aurora lo miró con dignidad.
—Eso solo ocurrirá en sus sueños. Ahora váyase. ¡Fuera!
Montiel salió con arrogancia, dejando atrás el hedor de su prepotencia. Aurora se dejó caer en su asiento. Quiso llorar, pero se contuvo. No podía seguir así. No podía perderlo todo.
Esa noche llegó a casa agotada. Pero al cruzar la puerta, una voz dulce corrió hacia ella.
—¡Mami!
Aurora se agachó lo mejor que pudo para abrazar a su hija. Clemencia, con sus rizos dorados y su sonrisa angelical, era todo lo que necesitaba.
—¿Cómo te comportaste hoy?
—Muy bien. La abuela me hizo galletas de chocolate.
Adela se acercó sonriendo, pero al ver el rostro de su hija, supo que las cosas no iban bien.
Después de cenar, la llevó al jardín para disfrutar de un té.
—Aún no ha aparecido el inversor perfecto, ¿verdad?
—No, mamá… y lo peor es que los que vienen solo están interesados en mí… no en mi empresa.
—Hija… sé que esto es difícil, pero necesitas tener fe. Dios no te abandonará.
—No busco milagros, mamá. Busco respuestas. Necesito arreglar esto. . . o perderé lo que papá dejó.
Dos días más tarde, apareció quien parecía ser la respuesta: Alfredo Morán. Educado, impecable, presentando un plan de inversión sensato. Aurora prestó atención. Todo parecía correcto: socios por dos años, ganancias repartidas, inversión razonable. Un respiro a la crisis y la posibilidad de recuperarlo todo.
Dijo que sí. Sonrió con optimismo. Tal vez. . . al fin sus problemas a cavarían, pero en el fondo no podía dejar de desconfiar, de eso tan bueno no dan tanto, así que pensó en irse con cuidado.
Esa noche, Alfredo la citó para una cena. Ella, por consideración y buenos modales, aceptó. El establecimiento era elegante. Había vino de importación. Comidas deliciosas. Alfredo hablaba sobre sus viajes, títulos académicos y riqueza. Aurora solo estaba enfocada en firmar el contrato.
—¿Firmaremos esta noche? —inquirió él, mientras mostraba unos papeles.
—Lo siento, pero mi equipo legal ya tiene listo el contrato final. Es el mismo, solo que incluye cláusulas de cumplimiento.
Alfredo ocultó su descontento y sonrió, tratando de ocultar su enojo, Aurora comenzó a sentirse mareada. Su estómago se revolvió. Se excusó y se dirigió al baño, donde vomitó, no entendía porque se sentía tan mal. Regresó a la mesa con palidez en su rostro.
—Me encuentro mal. Tomaré un taxi.
—No —respondió Alfredo, levantándose con interés—. Yo te llevo.
Aurora dudó, pero no pensó en nada negativo, pronto serian socios y Alfredo no parecía peligroso, entró en el auto con él, pero el mareo fue intenso. Cerró los ojos. En instantes, se quedó dormida.
No sintió cuando el auto tomó otro camino.
No se dio cuenta de que no la llevaban a su casa.
No escuchó cuando Alfredo murmuró en voz baja:
—Si no logramos firmar el contrato… al menos disfrutaré de mi inversión de otra manera, dijo con una sonrisa malvada, su padre había sido claro, debes hacerla firmar, pero como no lo logro disfrutaría de una buena noche con ella.
Te felicito Autora por tan bella novela gracias por compartir ese talento con todas tus lectoras Dios te bendiga siempre 🫂😘🙏🇻🇪💐