El Omega Del Gobernante~

Rafael finalmente había encontrado el paradero de Theo. El espíritu de zorro al que había buscado por días ya no lucía como un ser etéreo. No, ese zorro había logrado lo impensable.

Ahora Theo tenía una apariencia completamente humana. Vestía un traje negro hecho a medida, zapatos de charol brillantes y una presencia que parecía emanar poder contenido. Su aroma, aunque tenue, tenía algo distinto… algo casi humano. Esa noche, Rafael se mantuvo en silencio sobre el tejado de la gran mansión de Theo, observando desde las sombras cómo llegaba con pasos tranquilos. Su corazón, si aún podía llamarse así, palpitaba con una mezcla de furia y desesperación.

El odio lo consumía. Porque él también había anhelado lo mismo.

Convertirse en humano era un sueño prohibido para los espíritus de zorro como ellos. Nacer como un alfa entre demonios no significaba mucho si seguías atado a una existencia maldita. Sin amor verdadero, sin calor, sin un futuro que no fuera consumir la energía de otros. Una eternidad vacía.

—¡Maldito seas, Theo! —exclamó con rabia contenida, los ojos ardiendo de celos—. ¿Así que desapareciste porque encontraste la Sangre sagrada? ¡Debí ser yo quien la hallara primero!

Antes de que Theo pudiera abrir la puerta de su casa, Rafael saltó desde el tejado. Cayó con un estruendo que rompió el silencio de la noche. Las tejas crujieron a su paso, el polvo se levantó, y su energía llenó el ambiente como una amenaza latente.

Theo se giró con rapidez. Sus ojos, ahora humanos, mostraban una calma que a Rafael solo le enfureció más. Aun así, dio un paso hacia él, su silueta erguida, confiada.

—¡Eres un tramposo, Theo! ¡Soy mayor que tú! ¡Esa Sangre sagrada me correspondía!

Rafael lo alcanzó de un salto y lo sujetó del cuello con fuerza. Las venas de su brazo se marcaron al apretar, el deseo de venganza surgiendo como lava ardiente. No podía aceptar que ese zorro, más joven, se hubiera convertido en humano antes que él. En un alfa completo. En alguien amado.

Theo forcejeó, apenas capaz de resistirse. Su fuerza, antes temida, se había visto muy reducida con el paso de los días. Ahora dependía más de la inteligencia que del poder bruto.

—¡Suéltalo! —gritó una voz femenina, firme y poderosa.

Una figura atravesó el patio como un relámpago y empujó a Rafael con fuerza. Era Hera, la diosa de la justicia eterna, y sus ojos brillaban con furia al ver a Theo siendo atacado.

Rafael cayó hacia atrás, sorprendido. Su mirada se fijó en la mujer frente a él, y no podía creer lo que veía.

Una diosa. Hera. ¿Qué hacía ella allí? ¿Y por qué protegía a Theo?

No entendía nada. Todo había cambiado mientras él se pudría en la oscuridad del bosque.

Theo tosió, llevándose la mano al cuello adolorido. Sus ojos se dirigieron a Hera con suavidad.

—Vete, Hera. Yo me encargaré de esto —dijo con voz ronca, pero con una ternura que dejó a Rafael perplejo.

Y lo más sorprendente: ella obedeció. Con un último vistazo protector, la diosa desapareció como humo en el viento.

Rafael parpadeó, incrédulo. Tragó saliva con rudeza, aún sin cerrar la boca.

—¿Tienes… una relación con esa diosa? —preguntó con voz tensa, casi rota por la rabia—. ¡Ella es la asesina de nuestra especie, Theo! ¿Cómo puedes…?

—Quédate aquí. Busca tu propia Sangre sagrada, y vete —respondió Theo con voz más firme esta vez, cortando las palabras de Rafael.

Era una propuesta y, a la vez, una advertencia. Él ya no tenía intención de huir ni de pelear. Solo quería vivir… en paz.

Los días de Theo como espíritu de zorro habían quedado atrás. Ya no tenía la fuerza de antes, pero su mente era tan aguda como siempre.

Las palabras de Theo, tranquilas y sin rastro de miedo, lograron lo impensado: Rafael bajó la guardia. Por primera vez, sintió que esa podía ser una oportunidad. Tal vez, solo tal vez, desde aquí, podría buscar su propia salvación.

—Está bien… —dijo al fin, esbozando una sonrisa ladeada que escondía una tempestad de emociones—. Acepto tu propuesta.

Y al hacerlo, olvidó momentáneamente la presencia de Hera. Ya no importaba. Lo único que valía era seguir existiendo… hasta hallar su propia Sangre sagrada, su sangre pura.

Theo abrió la puerta principal de su casa e hizo un gesto con la mano, invitándolo a entrar.

Justo en ese momento, Noah salía del estudio del primer piso. Llevaba puesta una camisa blanca abotonada a medias y unos pantalones oscuros que marcaban sutilmente su figura de omega. Sus ojos se posaron en Rafael con desconcierto.

—Él es Rafael —dijo Theo con calma—. Vivirá con nosotros por un tiempo.

Los ojos de Noah se agrandaron. Recordaba bien ese nombre. Rafael había sido el enemigo de Theo. Un Alfa temido, violento e impredecible.

—Buenas noches, Rafael —saludó Noah al fin, su tono cortés, aunque su cuerpo se tensó por instinto.

Pero Rafael no pudo responder. Se quedó congelado, atrapado por la visión del omega frente a él.

No era solo su belleza delicada, ni sus gestos suaves, ni siquiera la dulzura con la que lo miraba. Era su aroma. Esa fragancia pura y cálida que solo podía pertenecer a un omega con Sangre sagrada. El tipo de sangre capaz de devolverle la humanidad a un espíritu de zorro. El tipo de sangre que él había buscado durante siglos.

Theo lo notó. Sus ojos se afilaron como cuchillas. Dio un paso adelante, interponiéndose.

—Ese es tu cuarto —dijo, con una voz tan fría que Rafael volvió en sí de inmediato—. Si necesitas algo, llama a los sirvientes.

Theo agarró la mano de Noah con posesión silenciosa y lo condujo al segundo piso.

En la habitación, Noah se sentó sobre la cama mientras Theo cerraba la puerta tras ellos.

—Theo… ¿por qué él va a vivir aquí? —preguntó con desconcierto.

—Solo será por un tiempo, amor. No te preocupes —respondió Theo, sentándose a su lado—. Pero necesito que tengas cuidado. No lo mires a los ojos. Nunca.

Noah asintió con seriedad. Sabía que Theo no hablaba por celos, sino por protección.

Luego se puso de pie y comenzó a ayudar a su esposo a quitarse la chaqueta. Le aflojó la corbata, desabrochó la camisa.

—Mañana tenemos la visita de un colega del extranjero. ¿Vendrás conmigo a la oficina? Quiero que me acompañes para recibirlo.

—Claro —respondió Noah, con una sonrisa tranquila y confiada. Su aroma se hizo más cálido, y Theo lo sintió como una caricia.

Conmovido, Theo lo besó de pronto, con fuerza contenida. Noah, acostumbrado a su pasión, se puso de puntillas, rodeándole el cuello con los brazos, entregándose por completo, mientras que el alfa lo sentó en su regazo, haciendo el beso más profundo.

Pero nadie en la casa supo que, desde la distancia, Hera los observaba.

Con los puños apretados y el pecho contraído, la diosa sentía un 'pequeño' dolor...

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