Una profesora de campo muere tras un accidente en su escuela-casa. Reencarna en Arlette, la protagonista de una historia donde la verdadera villana es ella. pero ella no seguirá la trama y creará a su propio villano para protegerla
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capitulo 16: Hablar contigo.
Arlette no sabía cómo reaccionar. La noticia era abrumadora, y el ofrecimiento de Everest resonaba en su mente como un eco persistente. Él estaba dispuesto a darle su vida, su libertad, por ella. Pero ella no podía aceptar esa oferta. No podía, porque en su corazón sabía que la vida de Everest solo le pertenecía a él.
— Everest... Sé que quieres agradecerme de alguna forma, pero tu vida solo es tuya. No puedo tomarla —respondió ella, con una mezcla de determinación y tristeza en su voz.
— ¿Por qué? —preguntó él, con una sinceridad que sorprendió a Arlette.
— Porque... Quiero que tengas un propósito mayor que estar encerrado conmigo en la mansión. Quiero que vivas, pero no como mi sirviente, sino como el hombre cuyo destino de esclavo cambió —dijo ella, tratando de expresar sus sentimientos de la mejor manera posible.
— aunque me digas que no la quieres, seguirá siendo tuya. No hay vuelta atrás. —declaró Everest con firmeza, dejando un beso ligero en el dorso de su mano antes de levantarse para ocupar su asiento.
Arlette sonrió suavemente, sintiendo la calidez del gesto, pero la preocupación seguía pesando en su corazón.
— Everest. De verdad, tienes que...
— Debemos irnos. Leticia no tardará en llegar a la casa —interrumpió él, cortando la conversación con un tono de delicadeza.
— Sí, cierto... Vamos —respondió Arlette, asintiendo con seriedad mientras ambos se dirigían al carruaje que los llevaría a la casa.
Durante el trayecto, la atmósfera se tornó densa, llena de pensamientos no expresados. Arlette rompió el silencio, mirando por la ventana hacia el paisaje que se deslizaba rápidamente.
— Everest... Yo en un futuro me iré de la casa. No quiero casarme con el hombre que mi padre elija. Por eso quiero que estés en un lugar seguro antes de que me vaya —declaró, sintiendo que era importante compartir sus planes.
— yo te protegeré. Dame tiempo y lo verás —respondió él, con una determinación que hizo que Arlette sintiera una mezcla de esperanza y poco de angustia.
Las palabras de Everest quedaron en su mente. Ella no quería ser una carga, ni un obstáculo en su camino hacia la libertad. En su corazón, anhelaba ver a Everest libre, con un futuro brillante por delante, uno que no estuviera atado a su propia existencia.
Al llegar a la casa, el ambiente era diferente. Alejandra, los recibió analizando la ropa de Everest.
— se puede hacer pasar por un noble. Pero no es el caso. Arlette, te traigo una invitación para asistir al palacio mañana por la noche. Ambas tenemos que asistir, ya que el príncipe nos ha invitado como dama especial.— Alejandra suspira y continúa.— no voy a ir. Tengo una cita con Carter —respondió, sin dudar.
— ¿Cita? Pensé que no querías nada de romanticismo —preguntó Arlette, sorprendida.
— Es de negocios. Y para hablar de cosas que tengo que saber antes de irme con él. Luego me dará fecha para el viaje. ¿Y tú? ¿Irás a ese baile?
— Tampoco. No quiero ver a ese príncipe. Esa fiesta no será más que una pérdida de tiempo.
— entiendo. Iré a revisar unos documentos antes de mañana. Estaré en mi alcoba si me necesitas.— Alejandra se marcha, dejando a solas a Arlette y Everest.
Ambos se van también a la segunda planta.
Una vez a solas, Arlette sintió la necesidad de hablar sobre el príncipe, aunque sabía que no era un tema que deseara discutir, necesitaba desquitarse de su frustración contra él.
— no me gusta nada el príncipe —confesó Arlette, con franqueza. — él es mi prometido a los ojos de mi padre. Para mí, es un arrogante. Créeme que no lo quisiera conocer en persona. Pero, no es un tema de conversación decente, vayamos a tu habitación para guardar la ropa.
En la alcoba de Everest, Arlette decidió que era el momento adecuado para conocer más sobre su vida, sobre su historia, mientras ordenaba y guardaba los conjuntos en el armario. Él siempre había sido reservado, no era un secreto.
— Everest, ¿Te acuerdas de algo de tu vida? —preguntó ella, con curiosidad.
— No es una historia bonita de escuchar. No quiero que tengas ese recuerdo de mí —respondió él, con una mirada que hablaba de su dolor.
— Entiendo. Se que es difícil hablar sobre eso. Disculpame por meterme con tus recuerdos que tratás de olvidar.
— pero puedo decirte cómo era mi tierra—insistió Everest, deseando conectar con ella de una manera más profunda, Arlette dejó la ropa y le prestó mucha atención.— Era... Era hermoso. Las personas vivían en paz y la guerra no existía. Eran zonas rurales pero tenía su encanto, valles silvestre y la naturaleza conectaba con todo. Pero cuando la ambición es fuerte, toma forma de una bestia que destruye todo a su paso. Por culpa de esa bestia, perdí todo: mi padre, mi madre, e incluso mi hermano —respondió Everest, dejando que las palabras fluyeran, como si cada una de ellas fuera un peso que necesitaba liberar.
Los ojos de Everest se llenaron de dolor, y Arlette sintió una punzada en su pecho al ver su sufrimiento. Se acercó a él, disculpándose por abrir una herida que seguramente aún dolía.
— lo siento... —murmuró ella, sintiendo que su presencia no era suficiente para aliviar su carga.
— no es tu culpa. No te disculpes. Quiero hablar un poco más contigo.
Dijo Everest, haciendo que Arlette se sentara en la cama mientras él se agachaba frente a ella, mirándola a los ojos.
— Perdí todo y con ello mi vida. Desterrado de mi hogar por no tener nada, vagué por un largo camino, debilitado en alma y cuerpo, perdí mi conciencia. Al despertarme, me encontraba con una marca de esclavo. Un esclavo que su primer trabajo fue luchar contra otro. Lo peor del caso es que no quería morir. Mi cuerpo respondía por si solo... —las palabras de Everest eran un torrente de emociones, y Arlette se quedó boquiabierta al escucharle hablar con tal elocuencia.
La historia de Everest, aunque oscura y trágica, revelaba una profundidad que ella no había imaginado. No había problema de aprendizaje o falta de conocimiento; al contrario, su manera de hablar era refinada, casi poética. Lo que había pasado hasta ese momento de su vida era un relato que, aunque ocultaba detalles, le daba a Arlette una visión clara de su sufrimiento y su valentía.
Era un relato que la conectaba a él de una manera que nunca había experimentado antes. En ese instante, Arlette comprendió que el pasado de Everest no solo era un peso que llevaba consigo, sino también una parte esencial de quien era. Sus ojos, antes llenos de tristeza, ahora mostraban una chispa de determinación y lucha. Ella sabía que, a pesar de todo, Everest había sobrevivido a la oscuridad, y eso lo hacía aún más admirable ante sus ojos.
Mientras la conversación continuaba, Arlette se dio cuenta de que el tiempo se desvanecía a su alrededor. Cada palabra intercambiada era un ladrillo en la construcción de un vínculo que parecía indestructible.
Así, en la intimidad de esa alcoba, en medio de sus historias compartidas, comenzaron a forjar un futuro que, aunque incierto, estaba repleto de posibilidades.
La noche cayó. Y sin darse cuenta, ambos estaban en la chimenea en el fuego crepitante. Everest se abrió no del todo, pero si suficiente para que Arlette lo admirará de tal manera que lo miraba a los ojos con satisfacción pura.
— eres fuerte. Sobreviviste a tantas cosas hasta ahora.
— no lo creo... Mi alma está destrozada. Aún tengo la memoria fresca de lo que perdí, de la traición que viví y de todo lo que sufrí. Por eso, dejé mi nombre atrás, no tengo cara de volver a ser el hombre de antes. No tengo derecho a ser feliz
— Everest...— Arlette le pone una mano en su mejilla caliente por el fuego de la chimenea.— eres fuerte, no me harás cambiar de opinión. Por eso quiero que sea feliz, tienes derecho de volver a empezar. Yo confío en que lo hará.
— Arlette...
Fue la primera vez que el pronunció su nombre. Su voz gruesa pero delicada tomó sentido en la mención de su nombre. Que se sintió hipnotizada observando sus hermosos rubí que tiene por ojos.