Cecil Moreau estaba destinada a una vida de privilegios. Criada en una familia acomodada, con una belleza que giraba cabezas y un carácter tan afilado como su inteligencia, siempre obtuvo lo que quería. Pero la perfección era una máscara que ocultaba un corazón vulnerable y sediento de amor. Su vida dio un vuelco la noche en que descubrió que el hombre al que había entregado su alma, no solo la había traicionado, sino que lo había hecho con la mujer que ella consideraba su amiga.
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CAPITULO 18
Capítulo 18.
Esa noche, Adrien llegó puntual como siempre. Vestía de manera informal, pero había algo en su presencia que hacía que Cecil se sintiera segura, como si estuviera con alguien que realmente la veía, sin juzgarla por lo que había sido.
—Estás hermosa —le dijo al verla, como si fuera la primera vez que se lo decía, aunque lo hacía a menudo.
—Gracias —respondió Cecil, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.
Cenaron en un restaurante tranquilo, compartiendo risas y anécdotas, pero Cecil apenas podía concentrarse en la comida. En su bolso, los anillos parecían pesar más de lo que deberían. Cada vez que sus ojos se encontraban con los de Adrien, sentía una corriente de nervios y determinación. Cuando regresaron a casa, en lugar de despedirse como solían hacerlo, Cecil lo invitó a pasar. El ambiente era cálido, con luces tenues y una calma que parecía preparar el escenario para lo que estaba por venir.
Adrien estaba sentado en el sofá cuando Cecil se acercó con las manos ligeramente temblorosas.
—Tengo algo que quiero decirte —comenzó, su voz firme a pesar del torbellino de emociones.
Él la miró con atención, dejando el teléfono que tenía en la mano a un lado.
—Te escucho.
Cecil respiró profundo y se arrodilló frente a él, sacando la pequeña caja del bolso. Adrien abrió los ojos sorprendido, y ella sintió cómo el mundo entero se detenía.
—Sé que hemos estado juntos por poco tiempo, y sé que mi vida está lejos de ser sencilla. Pero también sé que nunca me había sentido así con nadie. Adrien, contigo he encontrado algo que pensé que había perdido para siempre: la esperanza. Quiero arriesgarme contigo, construir algo nuevo, sin importar lo que venga.
Abrió la caja, mostrando los anillos.
—¿Te casarías conmigo?
Por un momento, Adrien no dijo nada. Solo la miró, y en su expresión, Cecil pudo ver una mezcla de sorpresa, emoción y algo que reconoció como amor puro.
—Cecil… —susurró, inclinándose hacia ella y tomando sus manos—. Claro que sí. Claro que me casaría contigo.
El alivio y la felicidad que la invadieron en ese momento fueron indescriptibles. Cecil río, una risa llena de alegría y liberación, mientras Adrien la levantaba del suelo y la abrazaba con fuerza. En ese instante, los fantasmas del pasado parecieron desvanecerse, al menos por un momento, porque todo lo que importaba era el presente.
La señora Mathilde apareció en la sala con una botella de champán y tres copas justo cuando Cecil y Adrien terminaban de abrazarse tras la propuesta. La mujer, siempre elegante y con una sonrisa cálida, alzó la botella.
—Esto merece un brindis —anunció con entusiasmo, atrayendo la atención de los enamorados.
Cecil se ruborizó al verla. No esperaba que su tía estuviera cerca para presenciar un momento tan íntimo, pero Mathilde no parecía incómoda. Al contrario, había una luz en sus ojos que denotaba verdadera felicidad.
—Tía Mathilde, yo… —comenzó Cecil, algo nerviosa.
—No digas nada, mi niña. —La interrumpió con un gesto cariñoso—. Es la primera vez en años que te veo tan feliz. No hay nada más que decir.
Adrien se levantó con una sonrisa y tomó la botella para abrirla. Mathilde observó con atención mientras el corcho salía con un suave “pop”, y Adrien sirvió las copas con manos firmes. Cuando terminó, Mathilde tomó la palabra.
—Cecil, Adrien… —empezó, alzando su copa—. Solo quiero que sepan que, desde el fondo de mi corazón, deseo que este amor que tienen se mantenga fuerte y que encuentren la felicidad que merecen. Cecil, sabes que siempre te he protegido, pero esta vez… no siento que deba hacerlo. Adrien, sé que amas a mi sobrina tanto como yo. Por eso, confío en que cuidarás de ella.
Cecil sintió cómo se le llenaban los ojos de lágrimas mientras su tía brindaba. Mathilde había sido una figura crucial en su vida, la única que no la había abandonado ni siquiera en sus momentos más oscuros. Las copas se alzaron, chocaron suavemente y la risa llenó la sala. Sin embargo, la celebración fue breve. Cecil y Adrien intercambiaron miradas llenas de complicidad, impacientes por estar solos. Cuando terminaron el champán, Adrien tomó a Cecil de la mano, guiándola hacia la puerta con una sonrisa traviesa.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella, divertida, mientras él la llevaba con determinación.
—Ya lo verás —respondió Adrien, sin detenerse.
Mathilde observó desde la ventana cómo Adrien abría la puerta del auto para Cecil, siempre atento y caballeroso.
Mientras el vehículo desaparecía en la distancia, la señora Mathilde suspiró y levantó la mirada al cielo.
—Cuídalos, hermano —murmuró con un tono dulce y nostálgico, refiriéndose al padre de Cecil—. Ayúdame a proteger este amor.
El apartamento de Adrien era pequeño, pero tenía un encanto particular. Estaba decorado con simplicidad, pero cada detalle reflejaba la calidez de su personalidad. Todo estaba impecablemente limpio y organizado, como si cada cosa tuviera su lugar exacto. Cecil miró alrededor con curiosidad, sintiendo que ese espacio decía mucho de él. Adrien, sin soltar su mano, la llevó directamente a la habitación. Allí, la pasión que habían contenido durante toda la noche se desató. Los besos eran urgentes, cargados de emoción y deseo. Las manos de Adrien acariciaron su rostro con ternura, mientras sus palabras llenaban el aire entre ellos.
—Eres la mujer más extraordinaria que he conocido —susurró contra sus labios—. Nunca, ni en mis sueños, habría imaginado que serías tú quien me propusiera matrimonio.
Cecil lo miró con los ojos brillantes, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
—¿Te sorprende tanto? —preguntó en un susurro, mientras deslizaba sus dedos por su cabello.
Adrien río suavemente, apoyando su frente contra la de ella.
—Me sorprende, porque tenía planes de hacerlo yo primero. Estaba preparando una sorpresa para ti.
Cecil se quedó sin palabras por un momento, antes de soltar una risa genuina y feliz.
—Parece que me adelanté —bromeó, acariciando su mejilla.
—Y no podría estar más feliz de que lo hayas hecho —respondió Adrien, envolviéndola en un abrazo que transmitía tanto amor como deseo.
La noche se llenó de caricias, risas y palabras susurradas, mientras se entregaban el uno al otro sin reservas. En ese pequeño apartamento, el mundo exterior dejó de existir. Solo estaban ellos, compartiendo algo que parecía demasiado grande para explicarlo con palabras: la promesa de un nuevo comienzo, juntos.