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PERTENECES A MI

PERTENECES A MI

Status: Terminada
Genre:Completas / Mi novio es un famoso
Popularitas:3.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Deanis Arias

Perteneces a Mí

Una novela de Deanis Arias

No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…

Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.

Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.

Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.

Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.

NovelToon tiene autorización de Deanis Arias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 14 – El Primer Golpe

El evento anual de liderazgo universitario era uno de los pocos espacios donde Ayleen permitía mostrarse en público sin su séquito de seguridad. Era también uno de los lugares que, a ojos de los demás, ella dominaba. Los discursos, las miradas, las ovaciones. Todo parecía girar a su favor. Y esa noche, como era costumbre, ella estaba impecable.

Vestía un conjunto sobrio en tonos azul oscuro, cabello recogido con una precisión casi quirúrgica, y labios delineados con la misma frialdad con que se negociaban alianzas en el mundo subterráneo que dominaba con tanta naturalidad. A su lado, Eiden. El contraste perfecto. Elegante, firme, pero con esa vulnerabilidad en los ojos que aún no había aprendido a esconder.

—Hoy no quiero que te preocupes por nada —le susurró Ayleen mientras lo guiaba entre los pasillos del teatro universitario—. Disfruta la noche. Esto es terreno seguro.

Pero ni siquiera ella lo sabía: esa noche, el golpe no vendría del mundo del crimen. Vendría del pasado… con labios pintados y sonrisa afilada.

Samantha ya estaba allí. Había llegado una hora antes. No como parte de la organización ni como invitada principal, sino como una de las colaboradoras “civiles” del evento. Llevaba semanas preparando esta jugada. Su atuendo no era extravagante, pero sí calculado: rojo vino, cabello suelto, sonrisa calmada. Y en su bolso, la bomba.

Un sobre con documentos filtrados. Y un micrófono oculto.

Sabía lo que iba a hacer. Sabía que era peligroso.

Y no le importaba.

—Hoy, querida Ayleen, vas a probar tu propia medicina —susurró para sí, mientras fingía saludar a otros asistentes.

Ayleen fue llamada al escenario casi al final del evento. Su discurso era sobre liderazgo femenino en entornos de riesgo. Lo había escrito dos noches antes, tras recibir una carta manuscrita de su padre que solo decía: “No olvides que los tronos más altos también tiemblan.”

Subió con calma. Habló sin titubear. Cada palabra golpeaba como latido.

—“Nos enseñaron a liderar con gracia… pero no con rabia. A negociar con dulzura… pero no con instinto. Yo no quiero liderar como una mujer. Quiero liderar como alguien que ya no se deja quebrar.”

La sala estalló en aplausos.

Y entonces, Samantha se levantó.

—Perdón —dijo, alzando la voz—. ¿Puedo hacer una pregunta?

El auditorio enmudeció. Algunos la reconocieron. Otros solo sintieron el cambio de atmósfera.

Ayleen entrecerró los ojos.

—Adelante —dijo con una sonrisa tensa.

Samantha caminó lentamente al frente. Su voz resonó en el micrófono ambiental.

—¿Cómo construyes poder cuando lo que ocultas… puede destruirte?

Un murmullo recorrió la sala. Ayleen se quedó en silencio, evaluándola.

—¿Podrías aclarar tu pregunta?

Samantha sacó un sobre de su bolso. Lo levantó.

—¿Quieres que lo aclare con documentos?

Eiden se puso de pie en la segunda fila. Helena, que estaba al fondo, activó su comunicador. Todo se movía demasiado rápido.

—No juegues a ser alguien que no entiende lo que implica esto —dijo Ayleen, bajando un escalón—. Porque si cruzas esa línea, ya no hay regreso.

—¿Y tú sí tuviste regreso después de lo que hiciste? —gritó Samantha.

Y dejó caer las hojas.

Papeles con sellos, nombres, cargos. Registros que vinculaban a Ayleen con negocios bajo investigación. Con desapariciones. Con el “Proyecto Éter”. Un nombre nuevo que nadie había oído… hasta esa noche.

El silencio cayó como un guillotina. Los papeles seguían deslizándose por el suelo, como hojas arrancadas de un diario maldito. Algunos asistentes se agacharon para recogerlos. Otros los fotografiaron. Las redes ya hervían, antes incluso de que alguien pudiera confirmar si eran reales.

Eiden caminó directo hacia Ayleen. Su rostro era una máscara difícil de leer: ni rabia, ni miedo… solo alarma. Sabía lo que significaba eso: una emboscada pública. Justo donde Ayleen era más fuerte, Samantha la había hecho tambalear.

—¿Qué es el Proyecto Éter? —preguntó Eiden, en voz baja, cerca del escenario.

—No aquí —dijo ella, sin mirarlo.

—Necesito saberlo.

—Y lo harás. Pero no delante de ellos.

Samantha había vuelto a su asiento, como si no hubiera hecho más que formular una pregunta inocente. Pero su sonrisa revelaba otra cosa: no necesitaba derribar a Ayleen con fuego. Bastaba con el rumor. La duda sembrada frente a todos. El miedo a que hubiera una verdad demasiado grande para ser negada.

Fuera del teatro, ya era de noche. Las cámaras estaban encendidas. La noticia corría como pólvora: “Hija de Baltazar Rivas cuestionada públicamente en evento académico por vínculos con proyecto oculto.” Los medios alternativos explotaban. Y los enemigos de la familia… celebraban en silencio.

Helena abordó a Ayleen en el estacionamiento.

—Tenemos que sacarte de aquí. Ahora.

—¿Y Samantha?

—Ya no importa. Lo soltó. El daño está hecho.

Ayleen miró a Eiden.

—¿Vienes conmigo?

Él dudó solo un segundo.

—Siempre.

En el auto blindado, Eiden tomó la mano de Ayleen. Ella no la retiró, pero no dijo nada. Sus ojos estaban fijos al frente, sin pestañear.

—¿Qué es Éter? —preguntó él al fin.

Ayleen suspiró.

—Es un programa creado por los mismos que diseñaron Loryn. Pero más antiguo. Más experimental. Cuando yo tenía catorce años, me reclutaron como observadora. No participaba, pero sabía lo que hacían: alteraban emociones humanas para crear lealtad absoluta a través de neuroestímulos.

—¿Y tú lo permitiste?

—No lo detuve. Eso es lo que más duele.

—¿Por qué?

—Porque uno de los sujetos de prueba… fue tu padre.

El silencio de Eiden fue como un segundo golpe. Peor que el de Samantha. Más profundo. Más personal.

—¿Mi padre? —susurró—. ¿Cómo sabes eso?

—Porque lo conocí. Porque antes de morir, dejó una carta con tu nombre. Y porque me pidió… que te protegiera.

Eiden sintió el vértigo tragárselo.

—¿Me protegiste desde entonces?

—No. Lo olvidé. Me enfoqué en sobrevivir. Pero cuando te vi por primera vez en la universidad… algo dentro de mí recordó. Y tuve miedo. Porque pensé que eras un lazo suelto. Y al final… eras la razón por la que no me había quebrado del todo.

En ese momento, la imagen de su padre, borrosa en sus recuerdos, comenzó a definirse como nunca antes. Ya no era solo el hombre que lo abrazaba de niño. Era alguien dentro de algo más grande. Y ahora Eiden lo entendía.

Su amor por Ayleen no era casualidad.

Era una conexión inevitable, tejida con secretos que estaban por estallar.

El departamento estaba en silencio. Las luces apagadas. Solo la penumbra de la ciudad entraba por los ventanales. Eiden no había dicho nada desde que bajaron del auto. Ayleen tampoco.

—¿Me odias? —preguntó ella al fin.

—No —respondió él con voz grave—. Pero necesito espacio para entender.

Ella no insistió. Se levantó. Fue hacia su habitación.

—Entonces esta noche dormiré en otro lado. No porque no quiera quedarme… sino porque sé lo que es necesitar tiempo para digerir una herida que aún sangra.

Y se fue.

Eiden se quedó de pie, en medio del silencio, con el peso de una historia que ya no podía ignorar.

Esa misma noche, Samantha recibió un mensaje de voz.

—Has iniciado algo que no puedes controlar.

Ella sonrió. Estaba en su habitación, recostada, con los documentos filtrados a su lado.

—Eso lo sabré cuando empiece a arder todo —respondió al aire.

Pero lo que no sabía… era que alguien la estaba grabando.

Un agente externo. Alguien no de parte de Ayleen, ni de Baltazar, ni del mundo narco.

Un tercer actor.

Uno que hasta ahora solo había observado.

Al día siguiente, Eiden apareció en la universidad con otra cara. No por orgullo. No por rabia. Sino por claridad. No era solo el chico que Ayleen había conocido. Era un descendiente de secretos. Un producto del sistema que ella intentó borrar.

Y cuando vio a Samantha cruzar el patio, no evitó su camino.

Ella sonrió.

—¿Vienes a darme las gracias por mostrarte la verdad?

—No. Vengo a decirte que lo que hiciste te convirtió en alguien que ya no reconozco.

Samantha frunció el ceño.

—Te salvé. Te liberé.

—No. Solo te aseguraste de que no tengas ningún lugar en mi historia.

Ella dio un paso hacia él.

—¿Aún la eliges, incluso sabiendo que te mintió?

—La elijo precisamente porque no lo negó. Porque me lo dijo cuando ya no tenía nada que perder.

—¿Y qué tienes tú ahora?

—Todo. Porque no soy quien creías. Y eso… me hace libre.

Más tarde, en la casa de Ayleen, él apareció sin previo aviso.

Ella abrió la puerta, sorprendida.

—¿Estás listo para hablar?

—No vengo a hablar.

La tomó de la mano, la llevó al sofá, y la besó. No con pasión desesperada. Sino con determinación. Con certeza.

—Estoy contigo. Pero ahora necesito que tú estés conmigo también. No como la hija de Rivas. Ni como la reina de la ciudad. Sino como la mujer que también quiere salvarse de sí misma.

Ayleen lo miró.

Y en sus ojos… por primera vez… había lágrimas.

—Entonces prepárate —susurró.

—¿Para qué?

—Para la guerra que desatamos juntos.

Y en ese instante, sin decirlo, ambos lo entendieron.

La historia no era de amor. Era de resistencia.

Y nadie los iba a romper.

1
Yesenia Pacheco
Excelente
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