Nick era el típico chico popular, arrogante y seguro de sí mismo, mientras que Rafaela era sencilla y sin pretensiones, un blanco fácil para sus burlas. Una fiesta inesperada crea una conexión improbable entre ellos, pero el orgullo y los temores de Nick hacen que la aleje.
Años después, incapaz de olvidarla, se da cuenta de que Rafaela fue la única capaz de cambiar su corazón. Ahora, Nick está dispuesto a hacer cualquier cosa para encontrarla de nuevo y demostrar que el tiempo no ha borrado lo que siente por ella.
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Capítulo 9
Nicolás desvió la mirada casi automáticamente, como si el encanto se hubiera roto antes incluso de formarse completamente. Apretó los puños a los lados del cuerpo, irritado consigo mismo por aquella breve distracción.
"Ridículo que piense en ella". Pensó, ajustando la postura y volviendo a prestar atención al grupo de empresarios que conversaba animadamente. Él sabía que no podía darse el lujo de perder la concentración, aún más en un evento tan importante para los negocios.
Pero, por más que intentase convencerse de que era solo una impresión pasajera, algo dentro de él insistía en volver a aquella figura al fondo del salón. Era como un eco de algo que no conseguía borrar de su memoria, pero que tampoco sabía explicar. Respiró hondo, ignorando la sensación, y retomó la conversación con una sonrisa calculada en el rostro, mientras obligaba a su mente a concentrarse en el presente.
Del otro lado, Rafaela seguía ajustando los arreglos, completamente ajena al torbellino de emociones que Nicolás experimentaba. Por más que estuviera nerviosa con su presencia, no se atrevía a mirar directamente hacia donde él estaba, temiendo que sus miradas se cruzaran y que él la reconociera, o peor, que él no la reconociera en absoluto.
Nicolás retomó su camino por el salón, saludando rostros conocidos e intercambiando palabras con inversores y socios. Dominaba aquel ambiente como un director de orquesta dirigiendo una sinfonía, pero, por dentro, aún sentía la extraña incomodidad. Algo en aquella noche parecía fuera de lugar, pero no sabía decir qué era.
Mientras tanto, Rafaela siguió trabajando, supervisando a los camareros, certificándose de que todo estuviera perfecto. Su trabajo la mantenía ocupada, pero su mente continuaba yendo hacia Nicolás. Evitaba mirar en su dirección, pero sabía que él estaba allí, irradiando la misma presencia que la hizo perder el aliento al verlo entrar.
Rafaela intentó concentrarse en su tarea, recordándose que estaba allí profesionalmente. Lo último que necesitaba era que los sentimientos del pasado interfirieran en el presente.
La noche siguió, y los dos continuaron cerca, pero sin cruzarse directamente. Rafaela se mantuvo ocupada entre bastidores, garantizando que todo fluyera bien. Nicolás permaneció en el centro de atención, intercambiando sonrisas y forjando alianzas. Era como si el destino estuviera jugando con ellos, manteniéndolos en el mismo espacio, pero separados por una barrera invisible.
Cuando el evento se aproximaba del final, Rafaela finalmente se permitió una pausa. Se apoyó discretamente en una de las columnas, observando a los invitados comenzar a dispersarse. Vio a Nicolás a lo lejos, riendo por algo que un hombre dijo, pero había una tensión en sus hombros que solo ella parecía notar. Era la misma mirada vacía que ella vio aquella noche, años atrás.
Decidida a no revivir viejas heridas, ella desvió la mirada, antes de marcharse.
Al día siguiente, Rafaela salía de su apartamento con prisa, intentando organizar mentalmente el día que tenía por delante en la oficina de la empresa de eventos. Al llegar al hall del edificio, vio a Francesca en la entrada, luchando por mantener el equilibrio con una pila de bolsas voluminosas. Era evidente que la señora tenía dificultades.
_¡Deja que te ayude! Ofreció Rafaela, acercándose rápidamente y tomando algunas bolsas de su vecina. _¡Caramba, señora, lleva casi todo el mercado encima!
Francesca soltó una risa cálida, el rostro arrugado iluminado por una sonrisa.
_¡Grazie, bambina Rafaela! Eres siempre tan amable conmigo.
Rafaela sonrió mientras ambas se dirigían al ascensor.
_No es amabilidad, es supervivencia, Francesca. ¡Si no ayudo, tengo miedo de que desaparezca usted debajo de tantas bolsas! Bromeó Rafaela, a quien le agradaba Francesca desde que se mudó al edificio.
Las dos rieron juntas, y el sonido resonó por el hall.
_Me encanta su acento, ¿lo sabía? Comentó Rafaela, mientras esperaban el ascensor.
Francesca se arregló el cabello corto y cano con una de las manos libres, orgullosa.
_¿Ah, sí? Nací en Italia, ¿sabe? Después me casé con un brasileño y me vine a vivir aquí.
_¿Y nunca quiso volver? Preguntó Rafaela, curiosa.
Francesca negó con la cabeza, con los ojos llenos de nostalgia.
_Amo Italia, pero este país... robó mi corazón. Mi viejo, que Dios lo tenga en su gloria, me trajo aquí, y construimos una vida hermosa juntos. Él se fue, pero yo nunca quise irme. Aquí está mi hogar ahora, no puedo dejar a mis hijos y nietos.
El ascensor llegó, y Rafaela ayudó a la señora a entrar con las bolsas. Durante el trayecto, su mirada curiosa recayó sobre la cantidad de ingredientes en las bolsas.
_Va a preparar un banquete con todo eso. Sonrió mirando los paquetes.
_¡Pues sí! Mi nieto por fin viene a verme este fin de semana. Hace tanto tiempo que no lo veo... por eso voy a preparar su comida favorita. Mi bambino se lo merece.
_Por lo que veo, es su nieto favorito, puede confesarlo. Se nota que es muy especial para usted.
_Ay, lo es. Confirmó Francesca con un brillo en los ojos. _Guapo, inteligente, educado... Un auténtico caballero.
Rafaela no pudo evitar sonreír al ver el orgullo en la voz de la señora.
Francesca la miró con astucia, una sonrisa pícara se formaba en sus labios.
_Deberías conocerlo. Harían una pareja estupenda, ¿sabes?
Rafaela abrió los ojos de par en par, riendo con timidez.
_Ay, Francesca, creo que exagera.
_¡Para nada! Tengo buen ojo para esas cosas. Cuando lo conozcas, verás que tengo razón.
Antes de que Rafaela pudiera responder, el ascensor llegó a la planta donde vivían. Rafaela ayudó a la señora a llevar las bolsas hasta la puerta del apartamento, escuchándola hablar de los deliciosos platos que prepararía para su nieto.
_Le encanta la lasaña con mucho queso... Y de postre, tiramisú... ¡Voy a dejarlo tan satisfecho que no va a querer irse nunca más! Decía Francesca mientras organizaba las bolsas sobre la mesa.
Rafaela sonrió mientras ayudaba.
_Debe estar deseando verla, si la comida es siempre así.
Francesca rio, pero enseguida volvió al tono de confidencia.
_Bambina, deberías pasarte por aquí el sábado. Estoy segura de que le encantará conocerte.
Rafaela se sintió tímida, pero acabó riendo por la determinación de su vecina.
_Quién sabe... Ahora tengo que irme o perderé el autobús. ¡Hasta luego! Dijo dando un abrazo a Francesca, sin darle mucha importancia a la sugerencia que le había hecho.