En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 23: La Otra Hija
La revelación de Eduardo resonó como un trueno en medio del caos. Montero se detuvo en seco, ignorando por un momento el peligro inminente.
—¿Otra hija? —sus ojos se clavaron en Eduardo, exigiendo más información.
—No hay tiempo ahora —respondió Eduardo, empujándolos hacia una salida lateral de la estación—. Les explicaré cuando estemos a salvo.
Carmen recibió otro mensaje de Campos: "Identificados. Cuatro hombres armados. Código Negro." El código que habían establecido para operativos de eliminación.
Se movieron rápidamente entre la multitud, Sofía manteniendo una calma sorprendente para alguien que hacía solo tres días había descubierto su verdadera identidad. Carlos los guiaba hacia un viejo auto estacionado en una calle secundaria.
—¿A dónde vamos? —preguntó Gabriela mientras se apresuraban al vehículo.
—Al único lugar donde los hombres de Santiago no puede llegar —respondió Eduardo—. Al refugio que Helena preparó para este momento exacto.
Mientras Carlos conducía por las calles de Florencia, Montero no podía apartar la mirada del medallón de Sofía. Una conexión invisible parecía extenderse desde ese antiguo símbolo hasta las profundidades de su memoria.
—Necesito saber sobre esa otra hija —exigió finalmente.
Eduardo intercambió una mirada con Sofía, quien asintió levemente.
—Se llama Clara —comenzó Eduardo—. Nació en 1998, siete años antes que Sofía. Helena tenía apenas veintiún años cuando la tuvo, recién graduada de la universidad y comenzando sus investigaciones sobre algoritmos predictivos.
—¿Quién es el padre? —preguntó Gabriela.
La expresión de Eduardo se ensombreció.
—Santiago Vázquez.
El silencio que siguió fue denso, casi tangible. Montero sintió que las piezas del rompecabezas se reordenaban en su mente.
—Santiago no lo sabe —continuó Eduardo—. Helena descubrió su verdadera naturaleza durante el embarazo. Comprendió que él estaba usando sus investigaciones para manipular mercados financieros y, potencialmente, algo mucho más siniestro. Decidió desaparecer, dar a la niña en adopción y reinventarse.
—Pero ahora Clara está con él —dedujo Carmen.
—No exactamente con él —corrigió Sofía—. Trabaja para una de sus empresas subsidiarias, sin conocer su verdadero origen. Santiago la ha estado observando durante años, sospechando de su importancia pero sin confirmar sus sospechas.
El auto se detuvo frente a un antiguo monasterio en las afueras de la ciudad. Las murallas de piedra se alzaban imponentes contra el cielo del atardecer.
—El Monasterio de San Benedetto —anunció Eduardo—. Fundado en el siglo XIV y renovado discretamente por Helena hace cinco años. Los monjes que lo habitan son aliados de los verdaderos Custodios desde hace generaciones.
Mientras atravesaban el pesado portón de madera, Montero recordó un pasaje de los diarios de Helena: "La verdad no se encuentra en la luz cegadora, sino en las sombras de los claustros antiguos, donde el tiempo fluye diferente."
Un monje anciano los recibió con un gesto silencioso, guiándolos a través de pasillos de piedra hasta una biblioteca oculta tras una falsa pared. El contraste era asombroso: tras la austeridad medieval, un laboratorio de tecnología avanzada se desplegaba ante ellos.
—La verdadera base de operaciones de mi madre —explicó Sofía—. Desde aquí coordinaba a los Custodios auténticos.
Gabriela se acercó a una pared cubierta de fotografías y documentos. En el centro, una imagen captó su atención: tres jóvenes mujeres abrazadas, sonrientes ante lo que parecía ser el Puente Vecchio.
—Las trillizas —murmuró con nostalgia—. Hervira, Valentina y Irene .
—No eran realmente trillizas, ¿verdad? —preguntó Carmen, acercándose.
—Si es por sangre —respondió Gabriela—. Pero ellos son hermanas. Nos conocimos en la Universidad de Bolonia y fuimos inseparables durante años.
Mientras Gabriela se perdía en sus recuerdos, Eduardo activó una pantalla táctil oculta en la pared.
—Helena dejó instrucciones precisas sobre qué hacer si llegábamos a este punto —explicó—. Pero primero, deben entender la verdadera historia.
Una serie de imágenes antiguas comenzaron a proyectarse: papiros egipcios, manuscritos medievales, fotografías en sepia de mujeres del siglo XIX. Todas mostraban el mismo símbolo: la flor de loto estilizada.
—, Los Iluminados del Nuevo Amanecer se formaron en torno a Hypatia de Alejandría —narró Eduardo—. No solo para preservar el conocimiento científico de su época, sino para proteger una línea genética única. Mujeres con una variación cerebral específica que les permitía procesar información de maneras que la ciencia moderna apenas comienza a comprender.
—El linaje —murmuró Montero, recordando la carta de Helena.
—Exacto —confirmó Sofía—. Cada pocas generaciones, nace una mujer con la capacidad completa. Mi madre era una. Yo soy otra. Y Clara...
—También posee el gen —completó Eduardo—. Pero Santiago no busca activar El Ingeniero para el bien de la humanidad. Su secta, Los Custodios originales, cree que pueden usar el algoritmo para controlar las fluctuaciones del mercado global y, eventualmente, implementar un sistema de predicción social que les otorgue poder absoluto.
Montero sintió un escalofrío. —¿Y qué tiene que ver conmigo? ¿Por qué Helena me eligió?
Eduardo sonrió levemente. —Porque también eres parte de esta historia, aunque no lo sepas.
Extrajo un sobre amarillento de un compartimento secreto y se lo entregó. Dentro había una fotografía que mostraba a una joven Helena, no mayor de veinte años, junto a un hombre que Montero reconoció con asombro.
—Mi padre —susurró, incrédulo.
—Antonio Montero fue uno de los protectores más leales de la secta Los Iluminados del Nuevo Amanecer —explicó Eduardo—. Trabajó con el tío de Helena, Ricardo Quintero, durante años. Tu padre murió protegiendo este secreto, Alejandro. No fue un accidente de tráfico común como te hicieron creer.
El mundo de Montero se tambaleó. Todos estos años investigando crímenes, buscando justicia, y la mayor injusticia había estado oculta en su propia historia familiar.
—Helena y tu padre tuvieron una breve pero intensa relación —continuó Eduardo—. Fue justo antes de que ella conociera a Santiago. Tu padre era quince años mayor, un hombre ya consolidado en la policía secreta que protegía a la secta Los Iluminados del Nuevo Amanecer.
—¿Me estás diciendo que Helena y mi padre...? —Montero no pudo terminar la frase.
—Fueron amantes durante casi un año —confirmó Eduardo—. Helena siempre decía que fue el hombre más honorable que jamás conoció. Su muerte la devastó y fue uno de los motivos por los que se acercó a Santiago, buscando consuelo en el momento equivocado.
Carmen, que había permanecido en silencio, se acercó a otra sección del laboratorio donde varios monitores mostraban transmisiones en vivo.
—Creo que deberían ver esto —llamó con urgencia.
Las pantallas mostraban imágenes de una mujer joven, de unos veintisiete años, con el cabello rubio corto y los mismos ojos penetrantes de Helena y Sofía. Estaba ingresando a un edificio corporativo en Madrid.
—Clara —identificó Eduardo—. Trabaja como analista de datos para Nexus Global, una subsidiaria de Santiago. Y según nuestros informes, acaba de ser convocada a una reunión de emergencia.
—Van a intentar usarla —comprendió Montero—. Santiago debe haber descubierto su verdadera identidad.
—Tenemos 48 horas antes de que logren completar el protocolo de activación genética —explicó Sofía—. Mi madre diseñó El Ingeniero con múltiples salvaguardas. Necesitan muestras de ADN de dos portadoras del gen para iniciar la secuencia final.
—¿Por qué Helena creó algo tan peligroso en primer lugar? —preguntó Carmen.
—No fue creado para predecir mercados o controlar sociedades —respondió Gabriela, uniéndose a la conversación—. El verdadero propósito de El Ingeniero es simular escenarios de crisis globales y encontrar soluciones sostenibles. Un algoritmo diseñado para salvar a la humanidad de sí misma.
Montero observó nuevamente la fotografía de su padre junto a Helena. Un pasado enterrado emergía ahora con fuerza devastadora, conectando todos los puntos de su vida.
—Tenemos que rescatar a Clara —declaró con firmeza—. Y luego, desactivar El Ingeniero permanentemente.
—No es tan simple —intervino Sofía—. Mi madre dejó instrucciones específicas. El Ingeniero debe ser activado, pero bajo nuestros términos. Solo así podremos neutralizar la amenaza que representa la secta de Santiago y su secta.
Mientras el grupo debatía su próximo movimiento, Montero se apartó brevemente, contemplando la fotografía de su padre y Helena. Una pregunta inquietante se formaba en su mente, una duda que tal vez explicaría por qué Helena lo había seguido desde las sombras durante tantos años.
La respuesta tendría que esperar. Ahora, el tiempo apremiaba. Clara Vázquez, la hija desconocida de Helena y Santiago, se encontraba en peligro inminente.
Y en algún lugar, observando desde las sombras, Valeria Ricci continuaba su propia misión. Viva, contra todo pronóstico, rastreando a los verdaderos líderes de una conspiración que se extendía mucho más allá de lo que cualquiera de ellos podía imaginar.