Entre Las Garras De La Villana

Aery regresó a su habitación con el alma agitada, abrumada por el remolino de emociones y deseos que aún palpitaban en el cuerpo que ahora le pertenecía. Sentía el peso de su nueva realidad, de ese papel cruel que debía interpretar para mantenerse con vida. Estaba cansada. Exhausta. Las criadas entraron con discreción, prepararon el baño con esencias florales y ayudaron a asearla. Luego, la vistieron con una bata blanca, casi transparente, una prenda tan provocativa como simbólica: solo la princesa del Imperio de Diamond podía usarla.

Apenas su cuerpo tocó las sábanas, el sueño la envolvió como una niebla espesa. Pero Cheryl —porque Aery ya no era completamente Aery— no tendría descanso. A la mañana siguiente, fue despertada por el llamado del emperador. Se presentó ante él y se postró con serenidad. Su padre la observó desde el trono con una frialdad inquebrantable.

—Mi querida Rosa Carmesí de Diamond —pronunció con una sonrisa perturbadora—, ya es hora de que te encargues del castigo de la criada y tu dama de compañía. La sentencia fue dada por la corte. Nadie en Diamond debería atreverse a tratar de matarte.

Aery contuvo la respiración.

—Sé que te encanta divertirte —continuó el emperador con deleite—, por eso te dejaré llevar a cabo el castigo. Las jóvenes están amarradas frente al castillo, a la vista de todos. He preparado especialmente tus flechas. Serás tú quien comience la ejecución.

Aery alzó la vista, con el corazón latiendo con fuerza. No podía creer lo que oía. Trató de mostrarse calmada.

—Lo siento, padre, pero...

El emperador se levantó de inmediato.

—¿Pero? ¿Desde cuándo mi hija usa peros en sus oraciones? ¿Acaso estás dudando de la decisión de tu emperador?

Aery apretó las manos contra los pliegues de su vestido. Aquel hombre... Era cruel, despiadado. Lo sabía desde antes de despertar en este mundo, pero ahora lo sentía más real que nunca.

—No es eso, padre. Solo creo que...

—¡Basta! —interrumpió el emperador con voz implacable—. Harás lo que te ordene. Demuestra que sigues siendo la princesa implacable que crié.

Se sentó nuevamente en su trono y agitó una mano.

—Largo de aquí.

Aery se levantó y salió sin responder, su alma hecha un nudo de rabia y asco. Caminó hacia su habitación con las doncellas tras ella, en silencio absoluto. Pero antes de llegar, la vio. Nerys. La criada. La protagonista de esta retorcida historia. Era hermosa, tal como se describía en las páginas del libro. Tenía ese aire de inocencia y determinación que tanto seducía al lector. Aery —o Cheryl— esbozó una sonrisa cargada de doble filo. La joven la vio también y se acercó sin inclinarse. Su mirada era firme, casi desafiante.

—Alteza —dijo Nerys con la barbilla en alto—. Sé que usted me odia, y probablemente odia a todo el mundo. Pero es injusto lo que hicieron con Camelia y Yuri.

Aery entrecerró los ojos. Veía algo distinto en la chica, algo que los libros no contaban. No solo dulzura. Había fuego. Orgullo. Tal vez por eso la verdadera Aery la odiaba tanto. Pero esa voz... esa forma de hablar. La furia de Aery —la real— se filtró por las venas de Cheryl como veneno.

—¿Acaso estás diciendo que ellas debían salir impunes luego de intentar matarme? —escupió.

Nerys vaciló un segundo. Se notaba nerviosa.

—No es lo que quise decir, Majestad...

—¡Por supuesto que no! —interrumpió Aery, dando un paso al frente—. No eres más que una criada. ¿Acaso crees tener derecho a juzgar las decisiones de tus soberanos?

La mirada de Nerys se quebró. Bajó la vista, conteniendo las lágrimas. Aery podía sentir ese temblor, esa fragilidad que tanto despreciaba... o que la propia Aery despreciaba. Cheryl no podía evitar sentirse incómoda, como si estuviera atrapada en una piel que no le pertenecía. En ese momento, Kaelion apareció.

—¿Qué está pasando aquí?

Su voz era suave pero firme. Su sola presencia calmaba el ambiente. Nerys rompió en llanto.

—No es nada, Alteza...

Aery solo los miró, asqueada por la escena. No tenía energía para fingir más. Dio media vuelta sin decir una palabra, ignorando el llamado de su hermano, y se encerró en su habitación. Se dejó caer en la silla, suspirando con cansancio. No podía creer que esa fuera la protagonista de la novela. ¿Así iba a ser todo el drama? Ahora entendía, al menos un poco, el desprecio de Aery hacia esa joven. Aunque eso no justificaba sus atrocidades.

—Quizá en este imperio todos están locos —murmuró, dejando caer la cabeza hacia atrás.

Se obligó a levantarse, caminó hacia el espejo y observó su reflejo. La Rosa Carmesí. Esa mujer que había torturado y humillado, que había seducido y matado, ahora vivía en ella. Era ella. Y debía vestirse con su armadura. Debía salir al patio del castillo. Debía iniciar la ejecución. Porque su "padre" se lo había ordenado. con su armadura dorada Aery salio del palacio, fuera la gente se aglomeraba, frente al castillo estaban las dos mujeres que habían intentado matar a la rosa carmesí del imperio. los ejecutores estaban allí a la espera de las ordenes de su señorita, mientras que las concubinas estaban a la izquierda del rey, incluso el príncipe estaba presente. Aery tomo las flechas y colocándolas en su arco, las acomodo, todo fue instintivo, esto gracias a los entrenamientos que había tenido con su padre en su otra vida y sobre todo con las habilidades innatas de Aery, la joven apunto y disparo, dando en el pecho de una de ellas, luego volvió a cargar y la otra flecha fue hacia el mismo punto pero de la otra joven.

Luego de que la princesa disparara, los arqueros del rey dispararon las suyas con fuego, incendiando la parte baja de sus vestidos, los gritos de ambas fue terrorífico, Aery miro al emperador y este disfrutaba del espectáculo, mientras ella estaba asqueada ante este ser tan despreciable que disfrutaba del sufrimiento de otros. Aery dejo el arco y al voltear allí estaba Rael quien la miraba con ese mismo odio frecuente, bajo su capucha podía demostrarle a Aery que era lo que el mas deseaba y definitivamente no era lo que la joven ansiaba, tenerlo en su cama.

Rael tiana las cadenas puestas, una en sus manos y pies y la otra en su cuello, uno de los soldados le dio un golpe en su espalda para hacerlo caminar, esto le hizo hervir la sangre a Aery, esta se acerco al soldado.

—Soldado, yo me encargo de este esclavo— el soldado se inclino, el sabia que ella era la dueña de Rael asi que no protesto solo le entrego el látigo.

—Me retiro su majestad, la dejo con el esclavo— Aery vio desaparecer al hombre mientras Rael la miraba a ella.

—¿Acaso no disfrutaste? ¿no fue satisfactorio para ti la muerte de las criadas que ahora vienes para castigarme a mi?—

Aery solo rodo los ojos, este esclavo de verdad que era muy directo, Aery solo se acerco a el, este no haria nada, menos en publico, asi que la chica le sonrio con dulzura cosa que le desagrado a Rael.

—Mejor camina, tengo algo que proponerte—

Sin mas Aery empezó a caminar seguida por Rael.

(Rael)