Hiroshi es un adolescente solitario y reservado que ha aprendido a soportar las constantes acusaciones y burlas de sus compañeros en la escuela. Nunca se defiende ni se enfrenta a ellos; prefiere pasar desapercibido, convencido de que las cosas nunca cambiarán. Su vida se vuelve extraña cuando llega a la escuela una nueva estudiante, Sayuri, una chica de mirada fría y aspecto aterrador que incomoda a todos con su presencia sombría y extraña actitud. Sayuri parece no temer a nada ni a nadie, y sus intereses peculiares y personalidad intimidante la convierten en el blanco de rumores.
Contra todo pronóstico, Sayuri comienza a acercarse a Hiroshi, lo observa como si supiera más de él que nadie, y sin que él se dé cuenta, empieza hacer justicias.
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La nueva ingresada- Mi jefe
Claude caminaba delante de mí, guiándome con esa calma inquietante que siempre lo rodeaba. Me sentía completamente fuera de lugar, y la sensación de estar siendo arrastrado por una corriente que no podía controlar se volvía cada vez más abrumadora.
De repente, Claude se detuvo. Me hizo una señal con la mano para que me detuviera también, y luego me miró con una expresión más seria que de costumbre.
—Cierra los ojos —dijo, y su tono no admitía discusión.
Confuso pero sin querer desafiarlo, cerré los ojos, solo para sentir al instante un extraño peso sobre mi cuerpo. No era físico, sino como una presión invisible que parecía envolverme de pies a cabeza. Estaba demasiado acostumbrado a las extrañas sensaciones que me causaban estos seres y este mundo.
El aire se volvió pesado, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Apreté los dientes, tratando de mantener la calma, pero no pude evitar sentir que el suelo bajo mis pies se desvanecía.
—¿Qué... qué está pasando? —pregunté, mi voz resonando extraña y lejana.
Fue en ese momento cuando la gravedad pareció fallar por un segundo y caí. No fue una caída repentina, sino más bien una sensación de deslizamiento, como si me estuvieran arrastrando hacia algún lugar desconocido. El aire se comprimió aún más, mi respiración se volvió más difícil y mi estómago se revolvió con cada segundo que pasaba. Joder así no fue la ultima vez.
Entonces, escuché la voz de Claude, suave pero con una nota de diversión.
—Para la próxima, te dejo caer mejor —dijo con una ligera risa. Pero había algo en su tono que indicaba que no estaba del todo bromeando.
—Cállate —respondí automáticamente.
Finalmente, la presión desapareció tan rápido como había llegado. Abrí los ojos, y me encontré de pie frente a una puerta imponente, que se abrió lentamente. La sala detrás de ella era grande, pero lo que más me llamó la atención fue el trono al fondo, aquel lugar donde todo comenzó. La última vez que estuve aquí, estaba rodeado de demonios y murmullos. Esta vez, solo había silencio.
Sayuri estaba allí, esperando frente al trono, con su mirada fija hacia el hombre que ocupaba ese asiento oscuro y majestuoso. El aire en la sala estaba cargado de una energía que me hizo sentir pequeño, insignificante. Ese hombre, que era la fuente de todo esto, no era más que una silueta sombría en mi mente.
Y ahí estaba él, sentado en su trono, observándonos en silencio. Su figura era grande, imponente, pero no en el sentido físico, sino por la manera en que su presencia llenaba la habitación. Era como si todo a su alrededor se oscureciera al instante, como si su mismo ser fuera capaz de consumir cualquier luz.
Me quedé inmóvil, sin saber si debía avanzar o quedarme atrás. Claude pasó a mi lado sin darle demasiada importancia a mi reacción. Sayuri, por su parte, ni siquiera me miró. Solo esperaba, como siempre, que todo siguiera su curso.
El hombre en el trono finalmente habló, su voz resonó en toda la sala, llena de autoridad y peso.
—Bienvenido nuevamente, Hiroshi. —La forma en que dijo mi nombre no era amigable, pero tampoco estaba llena de ira. Solo era una afirmación, una constatación de que estaba allí, ante él, y que no podía escapar.
La sensación de estar atrapado se apoderó de mí con más fuerza. Quería gritar, salir corriendo, pero sabía que no podía. ¿Qué más podría hacer?
Claude se acercó un paso más al trono, permaneciendo a un lado. Sayuri se quedó en su lugar, sin mover un músculo.
—Hoy es un buen día para que comiences a entender las reglas de este mundo, Hiroshi —dijo el hombre en el trono, sin prisa pero con una certeza inquebrantable—. Las reglas que has estado ignorando. Las reglas que, de alguna manera, tú mismo decidiste aceptar al invocar el deseo que cambió tu vida.
Mi corazón latió más rápido, y la rabia creció en mi pecho. Fue mi culpa. Todo esto era mi culpa. Pero en algún lugar, en lo profundo de mí, no podía evitar sentir que, por alguna razón, mi destino ya estaba sellado desde el principio.
La sala estaba inmersa en un profundo silencio tras sus palabras. El hombre en el trono parecía haber tomado el control total de mi entorno, de mi destino. Mis pensamientos se agolpaban en mi mente mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Qué pensará mi familia cuando desaparezca? —pregunté, mi voz apenas un murmullo, aunque sabía que él me escuchaba perfectamente—. No puedo simplemente irme y dejarlos con preguntas, sin saber qué pasó conmigo.
Él me miró, esa mirada que parecía atravesar mi alma, como si viera cada rincón de mi ser. Luego, con calma, habló.
—¿Y por qué tienen que saber que moriste? —dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si disfrutara de mi confusión.
Fruncí el ceño, sintiendo que algo no encajaba. La forma en que lo dijo, con esa frialdad calculada, me hizo estremecer. Tragué saliva antes de responder.
—¿Cómo que por qué? —pregunté, mi voz ganando fuerza—. Es mi familia, no puedo simplemente desaparecer sin más.
Él esbozó una leve sonrisa, una que no transmitía calidez, sino más bien una especie de lástima mezclada con desdén.
—Es simple, Hiroshi. Les dejas una nota. Algo que explique tu ausencia. Una mentira. Algo como... —hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras correctas—. "Me fui para buscar mi propio camino" o "necesito tiempo para mí mismo". Los humanos son buenos creyendo mentiras si están bien presentadas.
Mis manos se cerraron en puños a mis costados. La idea me parecía repugnante, pero había algo en su tono que me hacía sentir que no tenía otra opción. Apreté los dientes y levanté la mirada hacia él.
—¿Eso es lo que quieres? ¿Que abandone todo lo que conozco, todo lo que amo, para servirte? —pregunté, con un tono que apenas ocultaba mi rabia.
Él dejó escapar un suspiro, como si estuviera lidiando con un niño terco.
—Hiroshi, lo que quiero es que entiendas que ya no eres como ellos. Tu vida dejó de ser completamente tuya el día que pronunciaste ese deseo. Y si sigues aferrándote a ellos, solo harás que tu situación sea más difícil de lo que ya es. —Se recostó en su trono, sus ojos brillando con una intensidad oscura—. Considera esto una oportunidad para salvar a tu familia del dolor real. Una nota y tu ausencia son mejores que la verdad, ¿no crees?
Miré a Sayuri, esperando algo, cualquier cosa que pudiera indicarme que ella también veía lo cruel de esta situación. Pero su rostro era impenetrable. No había ni un rastro de emoción en sus ojos mientras permanecía en silencio, observando todo como una mera espectadora.
Entonces hablé de nuevo, mi voz llena de amargura.
—¿Y si no lo hago? ¿Si decido quedarme con mi familia? —pregunté, sabiendo muy bien cuál sería su respuesta.
El hombre en el trono me dedicó una sonrisa helada.
—Entonces te quedarás con ellos... hasta que el tiempo de tu alma se agote. Y créeme, Hiroshi, cuando llegue ese momento, ni yo, ni Sayuri, ni Claude estaremos para protegerte de lo que venga. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras se hundieran en mí— Si te unes a mi, tu vida será mas larga y no lo hare tan doloroso.
—No me mates —Susurre, con la voz temblorosa pero firme—. Si tanto quieres que sirva para algo, hazme un demonio también.
La sala quedó en silencio, como si incluso las sombras se detuvieran para procesar lo que acababa de decir. Claude, que siempre parecía despreocupado, abrió los ojos de par en par, mirándome como si hubiera dicho la mayor locura de todas. No necesitaba palabras; su expresión lo decía todo. "¿Por qué demonios dijiste eso?", parecía preguntar.
El jefe del trono me miró fijamente. Sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y diversión. Luego, su mirada se deslizó hacia Sayuri, quien parecía igual de atónita.
—¿Tu le contaste? —preguntó el jefe, su tono helado y acusador.
Sayuri negó rápidamente, sus ojos abiertos de par en par.
—¡No! —dijo, casi en un susurro, sorprendida de que siquiera pudiera pensarse algo así—. Yo no tuve nada que ver.
El jefe alzó una ceja, claramente escéptico. Luego giró su mirada hacia Claude, quien ya parecía anticipar lo que venía. Antes de que pudiera reaccionar, el jefe alzó una mano, y Claude fue levantado del suelo por una fuerza invisible, sus pies colgando mientras una presión invisible lo apretaba por el cuello. Se agitaba, intentando liberar el agarre, pero no tenía control alguno.
—¡Basta! —grité, viendo cómo Claude luchaba por respirar.
Miré desesperado a Sayuri. Sabía que tenía que hacer algo, pero también sabía que cualquier error podría empeorar la situación.
—¡Sayuri! —la llamé, con una urgencia que no pude ocultar—. ¡Interviene!
Su rostro se contrajo en una mezcla de incredulidad y furia.
—¿Qué? ¿Estás loco? —me respondió, claramente molesta.
—¡Hazlo ahora! —insistí, mi voz más fuerte de lo que esperaba.
Sayuri, con evidente disgusto, extendió una mano hacia Claude. Las sombras a su alrededor se movieron, y de repente el jefe soltó a Claude, quien cayó al suelo, tosiendo y jadeando por aire.
El jefe se reclinó en su trono, sorprendentemente relajado, pero sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa. Luego, comenzó a reír, una risa grave y resonante que llenó la sala.
—Eres más interesante de lo que pensé, Hiroshi. —Su tono estaba cargado de burla, pero también había algo de genuina curiosidad—. Sabes que no puedes matarte, pero parece que has aprendido rápido cómo intervenir en mi dominio.
Me quedé en silencio, intentando descifrar si lo que acababa de hacer era una victoria o un error monumental. Sayuri se volvió hacia mí, sus ojos ardiendo de ira.
—¿En qué estabas pensando? —me espetó, acercándose a mí—. No puedes simplemente tomar el control así. ¡Esto no funciona de esa manera! Es el diablo, puede matarnos a los dos ahora mismo, idiota.
Antes de que pudiera responder, el jefe alzó una mano, deteniendo a Sayuri en seco.
—Déjalo. Es un humano, después de todo. No entiende las complejidades de nuestro mundo. —Hizo una pausa, sus ojos fijos en mí—. Pero tú, Hiroshi, parece que tienes más potencial del que pensé. ¿Quieres convertirte en un demonio? No tienes idea de lo que eso implica.
—Explícamelo entonces, —respondí, mi voz más firme de lo que sentía.
El jefe sonrió, una sonrisa oscura y peligrosa.
—Ser un demonio no es un regalo. Es un proceso. Uno que implica dolor, pérdida, y dejar atrás todo lo que te hace humano. Tu alma se consume, se transforma, y lo que queda no es ni remotamente parecido a lo que eres ahora. ¿Estás seguro de que quieres eso?
Tragué saliva, mis pensamientos un torbellino. Miré a Sayuri y luego a Claude, quien todavía intentaba recuperarse. Esto no era un juego, y lo sabía. Pero al mismo tiempo, sentí que no tenía muchas opciones. El jefe me observó, esperando mi respuesta, mientras la tensión en la sala crecía con cada segundo que pasaba.