En una pequeña ciudad dominada por las tradiciones, Helena se enfrenta a un futuro incierto cuando su padre es acusado injustamente de un crimen que no cometió. Desesperada por limpiar su nombre, acude a Iván del Castillo, un juez implacable y frío, conocido por su estricta adherencia a la ley. Sin embargo, lo que comienza como una simple búsqueda de justicia, rápidamente se convierte en un intenso enfrentamiento emocional cuando Iván, marcado por un oscuro pasado, se siente atraído por la apasionada Helena.
A medida que ambos luchan con sus propios demonios y los misterios que rodean el caso, Helena e Iván descubren que la verdad no solo pondrá a prueba sus convicciones, sino también sus corazones. En un mundo donde la justicia y el amor parecen estar en conflicto, ¿podrán encontrar el equilibrio antes de que sea demasiado tarde?
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Capitulo 1
El sol brillaba con fuerza esa mañana, pero el ambiente en la casa de Helena se sentía frío, cargado de una inquietud inexplicable. Mientras recogía los platos del desayuno, el teléfono comenzó a sonar, rompiendo la serenidad.
—¿Hola? —contestó Helena, sin sospechar lo que estaba por venir.
—Helena... —La voz de su madre al otro lado de la línea temblaba—. Tienes que venir al hospital... ¡Es tu padre! Lo han arrestado.
—¿Qué? ¿Cómo que lo arrestaron? —preguntó Helena, sintiendo que su corazón comenzaba a latir con fuerza—. ¿Por qué?
—Dicen que... que tu padre está involucrado en el accidente de anoche... Pero, Helena, sabes que él no pudo haber hecho eso.
Helena se quedó en silencio por un segundo, su mente intentando procesar la información. Su padre, el hombre más íntegro que conocía, acusado de un crimen. No podía ser cierto.
—Voy para allá —respondió con firmeza, sintiendo que la rabia y el miedo se mezclaban dentro de ella.
Colgó el teléfono y se quedó parada unos segundos, respirando profundamente, luchando por calmarse. No tenía tiempo para derrumbarse. Tomó sus llaves y salió rápidamente de la casa.
Al llegar al hospital, encontró a su madre sentada en una esquina, con la mirada perdida y las manos entrelazadas con fuerza.
—Mamá —dijo Helena al acercarse—. ¿Qué ha pasado exactamente?
—Dicen que fue tu padre, que él estaba involucrado en el choque que mató a esa familia... Helena, no es verdad. Él estaba en casa conmigo. ¡Yo lo vi!
—Lo sé, mamá —respondió Helena, apretando los dientes—. Vamos a demostrarlo.
Mientras hablaban, un policía se acercó, serio y con la mirada dura.
—¿Es usted la hija de Samuel Vargas? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
—Sí, soy su hija —respondió Helena, levantando la barbilla—. Mi padre es inocente, él no pudo haber hecho lo que dicen.
—Eso se determinará en la corte —dijo el oficial, sin emoción—. Hasta entonces, su padre está detenido mientras investigamos. Las pruebas son contundentes, señorita. Los testigos y las cámaras lo colocan en la escena.
—Pruebas que deben estar equivocadas —dijo Helena, sin ceder ante la presión—. No dejaré que condenen a un hombre inocente.
El oficial la miró un momento, evaluando su determinación.
—Le sugiero que hable con un abogado —respondió con frialdad, antes de darse la vuelta y marcharse.
Helena se quedó en silencio por un segundo, observando la figura del policía alejarse. Sabía que las cosas se pondrían difíciles, pero no permitiría que su padre pagara por algo que no había hecho.
—Voy a limpiar el nombre de papá, mamá —murmuró Helena—. No importa lo que tenga que hacer.
Helena estaba decidida a comenzar su lucha. Esa misma tarde, fue al despacho de su amiga abogada, Valeria, alguien en quien confiaba plenamente. Sabía que necesitaría toda la ayuda posible para enfrentarse al sistema judicial.
—Helena, no tienes idea de lo difícil que será esto —dijo Valeria, mientras se sentaba frente a ella en su oficina—. Las pruebas que tienen contra tu padre son fuertes.
—Lo sé —contestó Helena, con la voz firme—, pero las pruebas están equivocadas. Mi padre es inocente.
Valeria suspiró, observando a su amiga. Podía ver la desesperación en sus ojos, pero también la determinación de alguien que no se rendiría fácilmente.
—Haremos todo lo que podamos —dijo Valeria—. Primero, necesitamos revisar cada detalle de la acusación. ¿Tienes acceso a los documentos del caso?
—Aún no —respondió Helena—. Pero voy a conseguirlos. No importa cuánto tenga que moverme, voy a llegar al fondo de esto.
Valeria asintió.
—Bien. Eso es lo que necesitaremos: pruebas. Porque, por desgracia, la fiscalía ya está decidida a hundir a tu padre.
Helena apretó los puños, sintiendo el peso de las palabras de su amiga.
—No dejaré que lo destruyan —murmuró, con una mezcla de rabia y angustia—. Si alguien ha manipulado las pruebas, lo descubriremos.
Valeria la miró con una sonrisa triste.
—Entonces nos pondremos a trabajar de inmediato. Pero, Helena, debes prepararte. Este camino será más largo y difícil de lo que crees.
Helena la miró con decisión.
—Estoy lista.