Solo Un Deseo

No sé cómo, pero de un momento a otro, recordé a esos protagonistas de las novelas que suelo ver. Siempre los observaba con una mezcla de burla y superioridad, pensando en lo patéticos que eran, retorciéndose en sus propios sentimientos, luchando contra lo inevitable. Me parecía absurdo cómo los escritores trataban de hacer ver esos conflictos internos como algo épico y romántico, cuando en realidad no eran más que seres débiles perdiendo el control de sí mismos. Pero ahora… ahora que estoy aquí, sintiendo esto, me pregunto… ¿Acaso me estoy convirtiendo en uno de ellos?

«¿Acaso mis dudas se deben a que siento algo por Brooke? ¿Por una humana?», las dudas e interrogantes continuaban en mi cabeza.

Comencé a repasar todas esas escenas que solía criticar. El protagonista masculino siempre alardeaba de su frialdad, de lo invulnerable que era, y luego, como si fuera obra de una fuerza sobrenatural, terminaba desmoronándose ante la simple presencia de la protagonista. ¡Ridículo! Esos tipos se miraban al espejo y se veían fuertes, inquebrantables, y, sin embargo, bastaba con que ella sonriera o le rozara la mano para que su mundo se pusiera de cabeza.

¿Eso me está pasando a mí? ¿Este nudo en el pecho, esta tormenta de pensamientos que no me deja en paz… es eso lo que llaman amor? ¿Lo mismo que sentían esos protagonistas débiles que tanto me desagradaban o al menos entretenían?

La idea me golpeó con más fuerza de la que esperaba. Porque, de ser cierto, ¿qué significa esto para mí? Soy un demonio reliquista. ¡Soy un guardián! Un ser magnífico superior, inigualable, perfecto… ¿Verdad? Sé que soy un buen partido. No es presunción, es un hecho innegable. Nadie en su sano juicio podría resistirse a mí. Pero jamás pensé que yo… que alguien como yo… podría fijarse en alguien más, mucho menos en una humana.

Y aquí estoy, cuestionándome todo. Esa sonrisa de Brooke, que antes me parecía simplemente bonita, ahora me perturba. Me invade cada vez que cierro los ojos. Sus gestos, sus palabras, incluso sus silencios… de alguna forma, se han convertido en algo que busco, que necesito.

Es ridículo, ¿no? No hay otra palabra. Yo, que siempre he sido el centro de mi propio mundo, que nunca he tenido tiempo ni interés por nadie más, ahora estoy pensando en ella más de lo que jamás pensé en mí mismo.

Recuerdo cómo los protagonistas de las novelas hablaban de sentirse ‘incompletos’ sin la protagonista. Yo solía burlarme de eso, claro. ¿Cómo alguien podría necesitar a otra persona para estar completo? Y, sin embargo, ahora no sé qué pensar…

Cuando pienso en marcharme… en regresar a mi mundo… algo me detiene. Algo que nunca había experimentado antes: miedo. No miedo a perder, porque un ser como yo no pierde, eso está claro. Es algo peor, algo más insidioso… miedo a dejarla. A no volver a verla…

Lo sé. Pero… ¿Y yo? ¿Qué pasa conmigo?

¿Por qué duele tanto pensar en dejarla? ¿Por qué la idea de desaparecer de su vida se siente como si estuviera perdiendo algo más valioso que cualquier cosa que haya tenido en mi mundo?

Estoy confundido. Totalmente confundido. Y lo peor es que, mientras más pienso, más claro me resulta: esta humana, esta pequeña e insignificante humana, ha conseguido lo que nadie más logró. Ha hecho que dude, que me cuestione, que me sienta… débil. Y no sé si quiero admitirlo, pero tampoco sé si puedo negarlo por más tiempo.

Con la situación más clara que nunca, no sé cómo ocurrió. En un abrir y cerrar de ojos, mientras me movía de un lado a otro en cuatro patas, algo cambió. Fue como si una energía incontrolable fluyera desde lo más profundo de mí, y en un instante que apenas pude procesar… regresé a mi verdadera forma.

Al principio, no pude creerlo. Me encontraba de pie. De pie. Sentí el peso de mi cuerpo en mis piernas, mi postura erguida, la sensación de mis botas negras tocando el suelo. Miré mis manos con incredulidad, flexionando los dedos que ahora estaban cubiertos con los guantes oscuros que siempre he usado. Luego bajé la mirada y confirmé lo que ya sospechaba: vestía mi elegante atuendo de demonio.

Dando unos pasos, me acerqué al espejo grande que Brooke tenía en su habitación, y allí, frente a mi reflejo, la realidad se materializó por completo.

Era yo. Era yo en toda mi gloria. Mis ojos recorrieron cada detalle de mi apariencia, cada elemento que había añorado desde que caí en este mundo. Mi cabello, semi largo y en capas, de un tono plateado brillante que reflejaba con elegancia la luz de la habitación. Mi camisa negra con detalles escarlata, perfectamente ajustada, destacaba bajo mi saco largo de color blanquecino. El diseño de mi atuendo, con esos intrincados detalles dorados, era simplemente impecable. Mis pantalones oscuros y mis botas negras completaban el conjunto, proyectando la imagen de poder y perfección que siempre me caracterizó.

Me detuve un momento a admirar mi rostro. Me toqué la nariz, mis pómulos, los labios perfectamente delineados, todo en su lugar. Incluso la intensidad de mis ojos, esos que parecían capaces de atravesar el alma de cualquiera, estaba ahí. Era imposible no reconocer mi propia magnificencia. Mi imponente tamaño, ahora más evidente que nunca, se reflejaba en cada rincón de esa habitación.

Orgullo no describe lo que sentí. No era solo satisfacción, era una euforia desbordante. Era yo de nuevo. ¡Completo! ¡Perfecto! ¡Único! Una sonrisa apareció en mis labios, y no pude contener una risa que resonó grave y poderosa, llenando la habitación como un eco que declaraba mi regreso. Mi voz, esa voz que tanto extrañé, había vuelto, grave, profunda y resonante.

De lo emocionado que estaba, reí con fuerza, sin reparar en nada más. Por fin, después de tanto tiempo, podía ser yo mismo, un ser superior, la perfección hecha carne. La emoción de haber recuperado mi forma original me embriagaba tanto que olvidé un detalle importante… un gran detalle…

Me giré, todavía con una sonrisa triunfal en el rostro, listo para celebrar mi victoria... y entonces la vi.

Brooke estaba allí.

De pie junto a la puerta, abierta de par en par, observándome fijamente. Su expresión era indescriptible, una mezcla de sorpresa, confusión y algo más que no pude identificar al instante. Sus ojos estaban clavados en mí, recorriendo cada detalle de mi figura con una intensidad que me dejó sin palabras.

Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Mis pensamientos, antes llenos de orgullo y satisfacción, ahora se agruparon de forma caótica. Había olvidado por completo su existencia en mi euforia, y ahora estaba allí, frente a mí, siendo testigo de todo.

Mis labios, aún curvados en una sonrisa de satisfacción, temblaron un poco, como si la certeza de mi triunfo hubiera sido de repente eclipsada por algo mucho más complicado. No era solo que me había visto en mi verdadera forma; era el hecho de que no tenía idea de cómo iba a explicarle quién era realmente.

La atmósfera se cargó de una tensión que no había sentido antes. Mi mirada se encontró con la suya, y aunque yo era el demonio aquí, en ese instante me sentí completamente expuesto.

Brooke no dijo nada. Solo me observaba, como si tratara de procesar todo lo que estaba viendo. Y yo… yo, que siempre tenía algo que decir, alguna palabra ingeniosa o sarcástica, me quedé sin habla…