Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
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19. Inoportuna desgracia
...SEBASTIAN:...
Emiliana era una mujer demasiado encantadora, me fascinaba ver su piel blanca tan sonrojada, debajo de mí, con su esbelto y delgado cuerpo en llamas por mis atenciones.
Me gustaba escuchar sus gemidos de gozo ante las caricias de mis dedos y de mi boca, en esa flor que se abrió para mí, completamente dispuesta a que yo la tomara.
Las medias cubriendo sus piernas le agregaban más ansias a mi deseo, ya estaba desnudo, sobre ella, mientras su respiración agitada se entremezclaba con la mía en la habitación.
Ella me necesitaba y yo a ella.
Sería perfecto, estaba seguro, porque mi hermosa princesa me ansiaba en su alma, en su cuerpo, en su piel.
Besé su boca, mientras sostenía mi miembro para guiarlo a sus pliegues empapados.
Emiliana se quejó cuando rocé un poco y la observé.
— Preciosa...
— ¡Sebastian! — Gritó alguien desde afuera de la habitación.
Emiliana y yo nos quedamos inmóviles, observando nuestros rostros.
— ¿Quién es? — Susurró ella.
No, no, podía ser verdad, no ahora.
Maldita sea.
Apreté mi mandíbula.
— No lo sé, pero estará muerto.
— ¡Sebastian! ¿Estás ahí? — Esa era la voz de mi primo Alber, maldito mal nacido ¿Cómo se le ocurría subir hasta mis aposentos a molestar? ¿Quién lo dejó subir?
Emiliana tomó mi brazo y me suplicó con la mirada cuando empecé a alejarme.
— No vayas, por favor...
— No se irá hasta que lo atienda.
Me dejé caer a un lado.
— Pero... Yo quiero estar contigo... — Entornó una expresión triste y toqué su mejilla.
— Lo estaremos, de todas formas, con ese infeliz detrás de la puerta, no podré hacerte nada con comodidad.
— ¡Sebastian, es urgente! — Mi primo golpeó la puerta.
— ¿Quién es? ¿Por qué insiste tanto? — Emiliana frunció el ceño, cerrando sus piernas, un poco apenada.
— Es mi primo Alber, de seguro es una tontería, es tan inapropiado siempre, es una molestia.
— Atiende a tu primo — Dijo, con expresión desilusionada.
Le di un beso en los labios y tomé las mantas, la cubrí con ellas.
— Estaremos juntos, ya no tenemos porque esperar más. En la noche si lo haremos.
— Sí, pero parece que no estamos destinados a hacerlo — Gruñó, frustrada — Siempre pasa algo que lo arruina, es como un castigo por lo que te hice pasar al principio.
— No digas eso, mi hermosa — Rocé mi nariz con la suya — Esto no es un castigo, estaremos juntos.
Yo también estaba muy enojado, sentía que iba estallar de tanta necesidad acumulada sin aliviar.
Hizo un mohín pero luego asintió con la cabeza.
— ¡Sebastian!
— ¡Espera abajo, Alber! — Grité, muy enojado.
Escuché sus pasos alejarse y solté un chasquido.
Me levanté de la cama, ya sin ninguna erección, mi miembro estaba sufriendo mucho, estaba empezando a ser dolorosos.
Me vestí, mientras Emiliana permanecía acostada, viéndome en silencio.
— ¿Vas a quedarte acostada? — Le pregunté cuando me coloqué la chaqueta.
— Bajaré en un rato.
— Está bien.
Me marché de la habitación y bajé las escaleras con ímpetu.
Alber me estaba en el vestíbulo, al parecer el frío no le afectaba en nada y seguía sin quedarse en su casa, empeñando en hostigar la paciencia de los más desafortunados.
Para mí mala suerte, ese ser era de mi familia.
— ¿Se puede saber qué rayos hacías arriba, llamando a la puerta de mi habitación? — Gruñí, muy enojado.
— Lo siento primo, tuve que subir cuando tus sirvientes no supieron darme respuesta sobre donde te hallabas — Dijo, lanzando una mirada hacia el mayordomo junto a la puerta.
— En mi defensa, mi lord, le insistí que no podía subir sin permiso e hizo caso omiso — Dijo el mayordomo y Alber frunció el ceño hacia él.
— Me lo suponía — Dije, muy enojado.
— Lo siento, pero tenía que hablar contigo.
— ¿Qué será ésta vez? ¿Mancillaste a alguien y quiere que te dé monedas para huir?
— ¿Por qué siempre tiene que ser algo sobre monedas? — Se enojó — Vine aquí por un asunto serio, hablemos en el salón.
Puse los ojos en blanco — De acuerdo.
Nos marchamos hacia el salón, cuando quedamos a solas, Alber se me acercó.
— ¿Por qué rayos no me dijiste que la Señorita Eleana se casó con el Duque Dorian?
— ¿Para eso viniste a molestar? — Gruñí y negó con la cabeza.
— No, no es por eso, pero casi pierdo la cabeza en la celebración, literalmente — Se tocó el cuello y palideció — El duque me amenazó cuando me halló hablando con su esposa y casi me muero.
— Exageras, no veo que te haya tocado un pelo — Dije, con poca paciencia para tolerarlo, abandoné a mi esposa en nuestro momento de apogeo para escuchar al estúpido de mi primo.
— Casi, casi, estaba por perder las bolas... Maldición, el duque se me adelantó, pero ni loco vuelvo a acercarme a ella, porque puede que no la cuente — Dijo, muy nervioso — Y pensar que la señorita me gustaba, pero ni modo, mi vida es más importante.
— ¿Ya terminaste? — Elevé una ceja.
— No... De hecho, vine, por esto — Sacó un sobre de su bolsillo.
— ¿Y eso qué es?
— Es una carta que es para ti.
Arqueé las cejas, extrañado.
— ¿Desde cuándo eres mensajero? — No la tomé.
Se frotó la barbilla — Te lo explicaré, por favor siéntate.
Suspiré de forma frustrada y me senté a la fuerza.
— ¿Tu esposa está en casa? — Me preguntó y lo observé desconcertado.
— ¿Por qué preguntas eso?
— No puede escuchar esta conversación.
— Alber... Por favor...
— Espera, escucha — Dijo, elevando una mano — Esta carta me la dio una mujer que acudió a mí.
— No estoy interesado en tener amantes — Corté, haciendo ademán de levantarse.
— Dijo que te conocía, se oía desesperada por encontrarte, parecía perdida y dudo mucho que sea de Floris, tenía ropas diferentes y hablaba con otro acento — Dijo y mi desconcierto aumentó — Me mencionó que te ha estado buscando y que alguien le dijo que yo era tu primo — Me tendió la carta nuevamente — Me dijo que entregara esto. Esa mujer se veía muy triste al mencionar tu nombre, incluso me dijo que eras su amor. Sebastian, no pensé que fueses de esos, te creía serio, no creí que te gustaba enamorar mujeres y abandonarlas.
Lo tomé la muñeca con firmeza y se estremeció, un poco asustado por mi reacción furiosa.
— ¿Le dijiste dónde encontrarme?
— No, por supuesto que no, lo menos que quiero es meterte en problemas con tu esposa. Le dije que estabas de viaje, con eso no preguntó más.
Tomé la carta de su mano y lo solté.
Hizo un gesto de dolor, acariciándose la muñeca.
— Si mencionaste o mencionas algo de esto a alguien más...
— No, no lo hice, ni lo haré, primo, no me gusta meter en líos a nadie — Me juró y estreché mis ojos.
— Si vuelves a ver a ese mujer dile que estoy muerto ¿Entendiste? — Le gruñí y él asintió con la cabeza.
— Por supuesto, primo, no te preocupes. Pero, dime ¿Quién es esa mujer? ¿Por qué te busca con locura? — Se sintió curioso.
— No es asunto tuyo.
— Sebastian, solo cumplí mi parte, además, si esa mujer sigue buscando y preguntando por ti, puede que llegue a oídos de tu esposa, o peor aún, de tus padres y el escándalo será inevitable, trata de contactarla pronto y cerrar tus asuntos con esa mujer — Me aconsejó mientras se levantaba del sillón — O te meterá en muchos líos. Yo me retiro, perdona que no pueda quedarme a tomar el té, pero iré con una cortesana que me trae loco.
Le lancé una mirada enojada y salió rápidamente del salón.
Abrí el sobre con prisa.
No podía ser ella.
No ahora.
¿Por qué estaba apareciendo?
Abrí la carta y empecé a leer.
"Sebastian, hace tanto tiempo que nos separamos y que tal vez no quieras saber nada de mí, pero tengo que encontrarte, verte de nuevo, porque debo hablar contigo, porque te sigo amando, eres el hombre de mi vida, mi verdadero amor, por eso no me rendiré hasta que volvamos a vernos y que escuches lo que tengo que decir. Por eso, si llegas a leer esto y todavía sientes algo por mí, búscame, estoy alojada en una posada del puerto, en la Estancia Pasajera, estaré esperando una respuesta"
"Atentamente, la mujer que no podrá olvidarte, Rossan Darrie"
Me quedé pensativo.
Rossan estaba en Floris ¿Por qué rayos estaba buscándome a estás alturas? Me sentí muy indignado y con las emociones revueltas, no podía creer que algo así pasaría, creí que esa mujer no volvería a aparecer más, porque estaba casada, porque elogió a otro hombre ¿Qué necesidad tendría de buscarme? Ya no me importaba, tal vez un año antes si hubiese acudido, pero ya no quería saber nada de ella.
Yo tenía mi vida hecha y Emiliana era la mujer a la que quería, no iba a tirar eso solo por correr a los brazos de la mujer que me rompió el corazón.
— ¿Qué es lo que quería tu primo? — Preguntó alguien detrás de mí y cerré la carta de golpe.
Me levanté, guardando rápidamente la carta dentro de mi abrigo antes de girarme.
Emiliana se hallaba detrás de mí.
— ¿Cómo?
— Tu primo ¿Por qué vino y se marchó con tanta prisa? — Preguntó de nuevo, con expresión cautelosa.
— Vino a... A pedirme dinero para pagar una deuda — Dije, mintiendo y no me sentí bien por ello, pero Emiliana no podía saber que había una mujer de mi pasado buscándome, no quería más conflictos, tampoco que ella se alejara de mí, justo en el momento en el que estábamos empezando a llevarnos bien.
— ¿Se lo prestaste?
— Claro, sino, no estaría saliendo de la mansión hasta que cediera — Corté, con un tono neutral — Mi primo es una molestia.
— Me doy cuenta — Pasos sus manos por su abrigo — Me dió frío estar en la cama con poca ropa.
— Entiendo, disculpa que te dejara así, pero mi primo iba a seguir insistiendo hasta que yo no lo atendiera — Dije y aligeró su expresión.
— No te preocupes, no es tu culpa, si entiendo.
Me aproximé y me agaché un poco para llegar a su boca, la besé.
— Lo siento, te lo recompensaré luego — Le susurré y tomé sus manos cubiertas por los guantes.
— No podré — Dijo, un poco apenada.
— ¿Cómo?
— Es que mi ciclo acaba de llegar.
De hecho estaba un poco pálida y parecía incómoda.
— ¿Ahora? — Arqueé las cejas y asintió con la cabeza.
— Justo después de que te fuiste cuando me estaba vistiendo ¿Ese lugar es el mismo por el que entrarás? — Preguntó y asentí con la cabeza — Imagínate, iba a ser muy desagradable para ti.
— Descuida, no me desagrada en lo absoluto, es algo normal, pero tienes que descansar — Le di un beso en la frente.
— Sí, me está doliendo el vientre.
Sino era mi primo, sería su ciclo.
— Pediré que te preparen un poco de té, alguna infusión.
— Si, sería bueno — Suspiró.
— Ven, vamos a tu habitación, te acompaño.
Salimos del salón y subimos las escaleras de vuelta a los aposento.
Emiliana se metió directo a la cama y me senté al borde.
— ¿Duele mucho?
— Sí — Tocó su vientre por encima de las mantas — Siempre, desde que tuve mi primer ciclo. Nunca me acostumbro.
— Llamaré a la doncella — Salí de los aposentos y le ordené a la doncella un te para mi esposa.
Yo mismo lo llevé a la habitación.
— Ten, toma esto — Dije, sosteniendo la taza.
Ella se levantó y tomó la taza.
— Gracias — Me sonrió y le dí otro beso en la frente — Me haces sentir como una niña.
— Tengo que cuidar de mi esposa, no quiero que se enferme, quiero que esté bien siempre.
Se sonrojó — Eres muy tierno.
— Porque me preocupas y quiero que siempre tengas buen semblante — Tomé su mano y le sonreí.
— No estoy enferma, esto es algo normal.
— Lo sé, pero aún así me gusta cuidar de ti.
— Con respecto a los festivales — Comentó mientras bebía — ¿Cómo vamos a celebrar?
— No lo sé — Me encogí de hombros — Mi familia es la que siempre se encargaba de esas cosas ¿Quieres pasar el festival con ellos? Sino quieres, no importa, lo pasaremos aquí, podemos ordenar a los sirvientes algún banquete y pasar esa noche tocando música. ¿Cómo solías celebrarlo?
— Con mi familia, en una hacienda de viñedos que era de mi padre, pasó a ser de Lean — Recordó con pesar — Pero, no creo que este año sea igual, tal vez no vaya, tal vez no me inviten.
— La invitarán, eso es seguro.
— No sé si pueda ir, además, falta muy poco.
— Si, falta poco — Apreté su mano.
— Aunque contigo a mi lado, no me quejo de nada.
Me incliné y le di un beso.