Imagina un mundo donde lo virtual y lo real se entrelazan, y tu supervivencia depende de tu habilidad para adaptarte.
Aquí conoceremos a Soma Shiro, un joven gamer que recibe un misterioso paquete que lo transporta a NightRage. En este mundo, debe asumir el papel de guerrero, aunque con una peculiaridad, lleva una espada atorada en la boca.
NightRage no parece ser solo un juego, sino un desafío extremo que pone a prueba sus límites y su capacidad para confiar en los demás. ¿Logrará Shiro encontrar la salida, o quedará atrapado en este mundo para siempre?
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Capítulo 17
—Fue en ese momento cuando perdimos a Kyra. Estábamos en un túnel estrecho, y una de esas malditas... la ataco. No tuvimos tiempo de ayudarla. Vi cómo la arrastraban hacia las profundidades, y no pudimos hacer nada... Noir
gritaba, intentando lanzar hechizos para alcanzarla, pero... desapareció en las
sombras. Kyra... ni siquiera tuvimos tiempo de despedirnos de ella.
El grupo la observaba en silencio, sintiendo el dolor aplastante de Aphrodi mientras revivía aquellas recientes pesadillas.
—Seguimos avanzando porque no teníamos elección. Intentamos mantener la calma, pero con cada paso, nos sentíamos más débiles. Noir se estaba agotando. Phelix... había comenzado a perder la confianza en sí mismo. Luego, fue el turno de Juno. Estaba delante de nosotros, pero... ella no sobrevivió al impacto de una enorme piedra.
Aphrodi ya no intentaba ocultar las lágrimas.
—Solo quedábamos Noir, Phelix y yo. La mazmorra parecía interminable, y sabíamos que lo que nos esperaba era peor. Sabíamos que el dragón estaba cerca. Podíamos sentir el frío a medida que avanzábamos. Phelix se separó
brevemente de nosotros, debió ser ese momento en que el cambiaformas aprovecho para tomar su apariencia. Después, los tres, llegamos a la cámara del dragón.
Hizo una pausa, dejando que el grupo asimilara la magnitud de lo que estaba contando.
—Y como habrán visto... —dijo tristemente— solo quedé yo…
Tsukasa, que fue él que le conto los acontecimientos ya vividos antes de que
Sagi despertara, noto que le resultaba difícil hablar e intentó suavizar la tensión y con una sonrisa amable, revolvió cariñosamente el pelo de Aphrodi, tratando de aliviar su pesar.
—Te entiendo, no tienes que quedarte con nosotros si no lo deseas. —dijo con suavidad —Todos hemos pasado por momentos peligrosos.
Aphrodi, a pesar de la tristeza que sus recuerdos le traían, se sonrojó y sus mejillas se hincharon un poco. Estaba feliz de haber encontrado un grupo tan amable, y aunque admiraba a Sagi, su sentimiento hacia él comenzaba a
transformarse en algo más. Elizabeth, tras ver cómo la sacerdotisa se reponía un poco, les recordó que debían regresar.
—Si, Tsukasa tiene razón, pero ahora que estamos bien y la batalla ha terminado, es hora de salir de la mazmorra, después vemos que hacemos.
Antes de que pudieran moverse, Sagi levantó la mano, haciéndoles entender que quería hacer algo antes de irse. Se acercó al cadáver del dragón y, con un gesto decidido, arrancó dos de sus dientes. El grupo lo observaba con curiosidad
mientras él recogía aquellos enormes colmillos helados.
Al no poder explicarse con palabras, Sagi trató de hacer gestos con las manos, indicando que quería llevarlos a una forja para hacer algo con los dientes recolectados. Tsukasa, como siempre, fue el único en entenderlo.
—¡Ah! Jajaja, no es mala idea, compañero. Creo que podrías sacar un buen equipo con eso —dijo, mientras se acercaba también al dragón.
Pero antes de que Sagi pudiera hacer algo más, Tsukasa lo detuvo.
—Olvidas algo importante —dijo con una sonrisa, arrancando los ojos del dragón —Los ojos de los dragones están cargados de su alma y energía. Cuando encontremos un buen herrero, podrías conseguir algo realmente especial con esto.
Sagi, emocionado, atrapó los ojos que Tsukasa le lanzó y lo guardó rápidamente en su inventario. Las chicas, sin embargo, observaban la escena con una mezcla de asco y desconcierto. Entonces el grupo, gracias al mapa de Elizabeth, avanzo y logró salir de la mazmorra sin problemas. Ya sentían el aire fresco y la luz de la luna, lo que les
indicaba que la pesadilla de la mazmorra había quedado atrás. Pero en ese momento, Tsukasa frunció el ceño, percatándose de algo extraño.
—¿No les parece raro que los dos goblins gigantes no estén aquí fuera, esperándonos como dijeron? —preguntó con tono sospechoso.
Antes de que alguien pudiera responder, Elizabeth levantó la mirada y vio algo que congeló el aire a su alrededor. Una gran columna de humo se alzaba en el horizonte, en dirección al pueblo que habían dejado atrás. El grupo observo con
preocupación.
—Esto no puede ser nada bueno... —murmuró Elizabeth.
Con los corazones palpitando por el temor de lo que les aguardaba, apresuraron el paso hacia el pueblo, Al llegar, lo que vieron fue un verdadero infierno. Todas las casas estaban en
llamas y mientras ellos avanzaban el calor abrasador envolvía el terreno. Cadáveres de pueblerinos yacían en el suelo, carbonizados, y algunos cuerpos aún se retorcían en las llamas.
El olor a carne quemada y muerte era insoportable. Sagi observó horrorizado mientras varias espadas de distintos tamaños y formas, algunas con diseños únicos y poderosos, estaban clavadas con gran fuerza en el suelo, en las paredes y en los cuerpos de los muertos. Las
espadas brillaban siniestramente en medio del caos, como si estuvieran ahí para exhibir su poder destructivo.
—¿Quién pudo haber hecho esto? —preguntó Aphrodi.
Sin perder tiempo, el grupo corrió hacia el centro del pueblo, buscando sobrevivientes. Pero lo que encontraron en el centro fue mucho peor de lo que esperaban.
Sobre una pila de cadáveres chamuscados, una figura humanoide se erguía, vestida con una gabardina negra y una capucha que ocultaba su rostro en sombras. A su alrededor, varias espadas flotaban en el aire como si estuvieran
vivas, moviéndose de manera inquietante a su alrededor y alzándose frente a la hermosa luz de la luna.
El individuo sostenía a un hombre por el cuello, mientras una siniestra sonrisa se dibujaba en sus labios. Sagi se quedó completamente paralizado al ver el nombre que flotaba sobre la cabeza de esa figura, escrito en rojo: "KingZard, el Jinete de la Conquista". El
nombre resonaba en su mente como un eco aterrador.
—Imposible... —murmuró Tsukasa, sorprendido —¿Qué hace uno de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis aquí?
Pero para Sagi, lo que acababa de ver era aún más devastador. KingZard... ese nombre era imposible de ignorar. Su viejo amigo y compañero, la persona que lo había acompañado años atrás, no podía ser ese monstruo frente a él.
—No, no puede ser... —pensó Sagi, repitiéndolo una y otra vez en su mente, negando la realidad que tenía frente a sus ojos.
Miguel, su amigo, no podía ser el mismo KingZard que estaba frente a él. Era imposible. Sin embargo, la realidad lo aplastaba. La figura imponente devolvió su mirada hacia el grupo, y en cuanto sus ojos se fijaron en Sagi, una voz oscura y profunda salió de sus labios, cargada de
maldad.
—Al fin nos reencontramos… ¡SHIRO! — Exclamó con emoción, dejando caer al prisionero al suelo con desdén.