Los sueños pueden llegar a cambiar vidas, para bien o para mal, sobre todo los sueños que nos guían a lugares que no imaginábamos que existían.
¿Qué pasa cuando toda tu vida has soñado con un hombre que al final puede ser cualquier cosa menos un príncipe?
¿Está bien enamorarte del que podría ser tu verdugo?
¿Qué pesa más; el amor, la amistad o la vida?
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Cordero
El primer acercamiento de la Hermana Clara a su fe fue a través del estudio de la historia, las cruzadas de los grandes caballeros en misiones santas, enfocadas para llevar la verdadera fe al mundo, la cautivó, pero lo que realmente la hizo decidirse a dedicar su vida al servicio de su religión fue la garantía dogmática de que únicamente a través de ellos se podía purificar la suciedad del pecado y así alcanzar la salvación eterna. Éstas afirmaciones la ayudaban a tolerar la sociedad del mundo, además, la posibilidad, debido a su vocación de enseñanza, de salvar no sólo su alma, sino el alma de cientos, quizás miles de estudiantes que ella ayudaría a guiar, la hizo sentir poderosa, a su manera ella también se convertía en un caballero, con una cruzada personal que la llevaría a ella y los suyos a la salvación en Dios.
Y ahí, parada frente a esa puerta, ella estaba deseosa de poder convertirse en una extensión del poder de Dios en la tierra, para así lograr salvar el alma de su alumna y ayudar a llevar a la destrucción a las creaturas demoniacas que se habían atrevido a intentar condenar a una de sus estudiantes, ella seguiría los preceptos de su congregación regresando al redil a la oveja extraviada. Entonces sin la menor duda, ella extendió su mano para empujar la puerta al tiempo que avanzaba con pasos firmes, sin embargo, lo que encontró ahí la dejó inmóvil...
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En el centro de la habitación había un círculo con un pentagrama dibujado con lo que parecía sal de grano y alguna mezcla de hierbas martajadas que despedían un olor parecido al de los sudarios que usaban en su congregación. El dibujo estaba rodeado por una gran cantidad velas, era la única iluminación de aquel lugar, dejándolo todo sumido bajo un aparente filtro de color sepia; y en medio de aquel símbolo pagano, se encontraba parada Meskhenet, casi desnuda, sujetando una enorme daga ceremonial, cómo las que venían en aquel maldito libro.
Fuera de aquel círculo infernal, como si fuese el altar del sacrificio, se encontraba una cama llena de pétalos de rosas, tan rojas que por un instante se le antojó que estaba cubierta de sangre, y al costado de ésta, se hallaba ese monstruo apresando en un estrecho abrazo a Iselda, él parecía besarla, mientras su mano le recorría la espalda bajo su blusa, pero al mismo tiempo algo horrible sucedía; la blusa de la niña, una vez de un blanco inmaculado, ahora se iba tiñendo de un intenso escarlata, las manchas de sangre surgían tras el roce de aquella mano que no detenía su avance, subiendo la tela para permitirle ver a la horrorizada Monja la garra que dibujaba afanosamente sobre la piel blanca de su alumna aquellas marcas malditas que ella ya conocía.
Ninguno de los presentes pareció notar la irrupción de la Monja, continuando aquel ritual infernal, frente a mirada horrorizada de la recién llegada, que aún continuaba paralizada, buscando comprender cómo podía estar sucediendo algo tan espantoso. El monstruo terminó de marcar la espalda de Iselda y se apartó de ella, fue hasta entonces que pareció notar la presencia de la Hermana Clara, entonces, con una sonrisa triunfal que dejaba al descubierto sus colmillos, miró a la monja directamente a los ojos; entonces, ella lo reconoció del museo y sintió que todo en el mundo estaba corrupto, que siempre había estado rodeada de monstruos, y que estos se escondían a simple vista, reprendiendo se a sí misma por haber sido tan descuidada.
En ese momento Iselda volteó, sin mirarla, y dio un paso hacia Meskhenet murmurando:
―¡Por favor no lo hagas!, por favor, debe haber otra forma, ¡te lo suplico no me dejes..!
La hermana no alcanzaba a comprender, Iselda le pedía a uno de sus torturadores que no la dejara, «ella no tiene más conciencia, probablemente ya sea tarde, o quizás no, debe de haber alguna forma de salvar su alma...» La mujer no se podía permitir un fracaso de tal magnitud, ya que, seguramente permitir ésto mancharía su alma
―Hay otra forma― contestó Meskhenet sin un atisbo de emoción ―Pero requiere de un sacrificio― termino con una sonrisa macabra que Iselda no pareció notar.
―¡Lo que sea!― respondió desesperada Iselda, tratando de soltarse del agarre de Vlad ―Si es necesario yo seré tu sacrificio...
―Entonces, ¡que así sea!― declaró contundente Meskhenet con una sonrisa, para de inmediato comenzar a entonar una extraña oracion en Aleman ―Denn: Mein Lamm geht alleine zum Opfertisch und ist bereit, sein Leben anzubieten. (Porque: mi cordero camina por su propia cuenta rumbo a la mesa de los sacrificios, estando dispuesto a ofrendar su vida).
Mientras Meskhenet se acercaba al borde del círculo, y Vlad liberaba a Iselda para que ella también se aproximara, en su rostro no había niun rastro de duda, entonces Meskhete cortó con la daga los botones de la blusa de Iselda, sin que ella opusiera la menor resistencia...
Al mismo tiempo la hermana Clara entraba, dando pequeños pasos tambaleantes en la habitación, envuelta en la desesperación de no saber qué hacer; en su mente sólo había miedo y confusión, y fue entonces cuando recordó una clase de historia, de su época como novicia; «los inquisidores tomaron la espada de Dios en sus manos para proteger al mundo del mal, ellos estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para resguardar las almas de la condenación eterna...»
