Leya es obligada por su madrastra a casarse con el hijo de los Foster, Edgar.
El joven de 33 años se esconde del mundo después del engaño de su futura esposa.
Sin embargo Leya descubre la verdadera identidad de Edgar...
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19: Al fin en la empresa
Sonó el despertador. Edgar se despertó primero apagando el aparato y giró hacia su acompañante qué aún dormía. Puso su brazo debajo de su cabeza y la observó... se acordó del momento en qué Leya le dijo qué tal vez sus sentimientos eran solo de agradecimiento y qué no sabía lo qué sentía. Pero sólo verla definía claramente su estado, el cuál le hacía doler el corazón ya que había sentido lo mismo por Miranda y acabo con el corazón envenenado. Estaba entre emociones nuevas qué intentaban revivirlo y otras qué lo sacudían severamente.
¿Podría desaparecer el miedo y darle paso al amor?
Estiró su mano queriendo acariciar la mejilla de Leya, pero está se estaba despertando.
Leya bostezó y observó que la habitación de Edgar estaba opaca casi sin viveza si no fuera por tres rayos de sol qué entraban y finalizaban a los pies en donde también estaba Coco.
Miró a Edgar que se sentó en la cama jugando con sus manos como si se hubiera despertado un niño tímido recientemente sin saber que hacer.
—Qué hora son... -susurró soñolienta -.
—Son las 06:00. Tenemos qué estar a las 07:00 en la empresa.
—¿Qué?¿Porque estamos despiertos tan temprano? Yo puedo prepararme en cinco minutos... —dijo dándose vuelta y tapándose-.
Edgar le dió unos golpecitos en las piernas.
—Venga Leya, levántate.
—Un rato más...-gruñó-.
— Me iré a bañar. Cuando salga quiero verte levantada, ¿Está bien?
—Si...
Edgar se levantó y fue al baño. Antes de salir, Leya eligió la ropa qué se iba a poner hoy: una camiseta fucsia oscura y pantalones blancos con sandalias planas, se había bañado antes de irse a dormir por lo qué se vistió enseguida. Se hizo una coleta alta y agarró el bolso que Edgar le compró.
Bajó las escaleras dispuesta a hacer un buen desayuno pero al llegar a la cocina se sorprendió tanto que se detuvo en seco. La mesa estaba repleta de bizcochos de crema, de chocolate y hasta waffles con miel y mermelada de frutilla.
Era una delicia para observar.
Sentada tranquilamente estaba Sarah tomando su café.
—Buenos días Leya.
—B-buenos días.
— Te preguntarás qué hago levantada a estás horas ...
— La verdad es que no... —agarró una masita de chocolate y se la llevó a la boca mientras caminaba hacia la máquina de café.
— Bueno, quiero ir a la empresa de papá y luego veré unos amigos.
—Bien por ti.
Sarah se fastidió.
—Luego después de tu trabajito podremos ir de fiesta tu y yo.
—¿De fiesta? ¿Porque?
—Pensaba en qué podríamos conocernos mejor.
Edgar apareció con un traje azul marino.
—Buenos días.
Leya lo quedó observandolo. Era el mismo Edgar salvo que sin los pantalones deportivos y las camisetas de manga corta.
—Buenos... días —dijo con un tono de voz baja-.
Sarah juntó las manos.
—Ayyy Edgar!!! Hace tiempo no te veía así, mira qué hermoso que estás!! Otra vez veo al viejo Edgar Foster ante mis ojos! Llamarás la atención de todas las chicas que se te crucen por delante.
Edgar no paraba de ver a Leya qué tragaba saliva.
—Si...- habló sin estar escuchando a su hermana -.
Leya se cruzó de brazos.
—Siii.... Eso será mucho trabajo para mi. No hay más remedio, tendré que empezar a aprender a pelear para mandar lejos a las que quieran acercarse .
— No tienes qué hacer eso ... Sólo tengo ojos para ti.
Sarah quedó en silencio escuchando a los dos. Aunque ya sabía que era una farsa, ambos se sentían convincentes.
—¿Quieres un café Edgar?
— Si, por favor -corrió la silla y se sentó— estoy muy nervioso... ¿Estaré haciendo lo correcto?
— Ayy hermanito, es normal que estés así. Pero da igual si empiezas ahora o dentro de unos días, sentirás lo mismo.
Leya le trajo el café y luego se sentó a su lado mientras tomaba el suyo.
—Yo también estoy nerviosa, nunca trabajé a parte de hacer la limpieza del hogar.
—Tú te la puedes aguantar.
Leya la observó de mala gana.
Edgar intentó no reírse. Sintió a Leya suspirar y se giró hacia ella.
—No te preocupes, me tienes a mi. — Le tocó la cabeza dulcemente —.
Pasaron unos minutos mientras desayunaban y conversaban hasta qué todos juntos empezaron a prepararse para irse. La empresa no necesariamente quedaba muy cerca y conforme Edgar esperaba a Leya se ponía más nervioso. Leya había subido hacia la habitación a ver a coco. No quería dejarlo sólo de nuevo, pero no le quedó opción. Edgar había abierto la puerta trasera del patio dejándole abierto por las dudas.
Ella bajó, seguida por Sarah y cuando abrieron la puerta ya les esperaba un auto con el mismo chófer que había ido a buscar a Sarah al aeropuerto.
Se dirigieron a la empresa. Generalmente a esa hora no había tránsito por lo que habían llegado 5 minutos antes.
Edgar tomó un suspiro hondo antes de bajar.
Cuando todos bajaron , Leya notó muchas miradas, la mayoría de mujeres hacia Edgar que susurraban cuando ellos pasaban.
—No les hagas caso Edgar...-le susurró Sarah - mantén tu mirada alta.
Leya intentó no prestar mucha atención a los comentarios. Cuando se dirigieron hacia los ascensores, notó una mirada de un hombre serio a lo lejos, qué los miraba bien se podría decir con un poco de tristeza en sus ojos.
Subieron al ascensor y las puertas se cerraron. Edgar se apoyó atrás de todo mirando hacia el techo.
—Es peor de lo que imaginé. Pensé que iba a pasar desapercibido.-se tocó su rostro -.
Leya puso su mano en el hombro de él.
—¿De que hablas? Los susurros qué oí a la gente no paraban de decir que el hijo del magnate había vuelto, y qué seguías encantador cómo siempre.
Edgar la miró.
Leya no había escuchado nada, solo intentó darle un poco de apoyo para animarlo y que no pensará que era por una estúpida cicatriz. Y Edgar y Sarah se habían percatado de lo que Leya estaba queriendo hacer.
Edgar sonrió.
—Gracias Leya.
Las puertas del ascensor de abrieron y Sarah salió primera. Mientras la seguían Leya miró hacia el frente reconociendo la figura de una persona que no quería ver. El señor Foster hablaba con una de sus hermanastra justo en la puerta del despacho al que se dirigían.
Cada vez que daba un paso más, Leya se sentía peor.
suerte ...
..para no ir allí.