Mi Omega Mafioso, Tu Aroma Me Lastima

El trayecto había resultado mucho más complicado de lo que Carter había imaginado. El cansancio lo tenía consumido y el frío se filtraba hasta sus huesos, como si quisiera romperlo desde dentro. Estaba harto, no solo del clima hostil ni de la interminable caminata a través de la frontera, sino de la tensión constante que pesaba sobre su pecho. Lo peor era que, a pesar de compartir el mismo escuadrón con Misha, el omega no le dirigía una sola palabra.

Durante tanto tiempo había sufrido el acoso constante de aquel omega, una sombra que lo perseguía sin descanso, que lo sofocaba con su presencia venenosa. Misha siempre había sido como un veneno dulce, capaz de marchitar cualquier esperanza, de apagar cualquier rastro de luz que se atreviera a brotar en su vida. Con él, todo parecía un túnel oscuro. Sin embargo, ahora que no tenía su atención, Carter no podía dejar de preguntarse qué era lo que realmente sentía.

¿Era alivio?

¿O acaso era ira disfrazada de vacío?

Porque si era alivio, entonces ¿por qué lo carcomía esa molestia en el pecho cada vez que Misha pasaba a su lado sin mirarlo?

Hasta hacía apenas unos meses, el omega se había mostrado interesado, incluso obsesivo con cada paso de su desempeño. Carter sabía que el hecho de que Yuri lo hubiera entrenado de manera personal no había sido una casualidad, había sido obra de Misha. Él lo había empujado, lo había moldeado, lo había hecho útil dentro de un grupo que, de otra forma, lo habría devorado vivo. Y ahora, caminando bajo un cielo gris y helado, no podía dejar de recordar esa última noche juntos.

Había estado listo, como siempre, para devolverle un comentario hiriente, para lanzarle palabras punzantes que sirvieran de escudo. Pero los ojos de Misha aquella noche no habían sido los mismos. Habían brillado de un modo extraño, como si en ellos se encendiera por un instante la chispa de la calidez. Una chispa que lo confundió, que lo dejó atrapado en un laberinto sin salida.

Con Misha siempre era así: todo era confusión, un vaivén de contradicciones. Podían caminar uno al lado del otro, pero en realidad parecía que iban en direcciones opuestas. Carter lo sabía, lo aceptaba, y por eso estaba cansado. Cansado de tropezar siempre en la misma piedra.

Mierda.

Cómo deseaba haber caído en otro grupo.

Al menos así se libraría de esa ansiedad constante, de esa sensación de estar siempre bajo el juicio silencioso del omega.

—Tch —gruñó uno de los hombres del escuadrón, escupiendo a un costado, molesto.

Carter intentó ignorarlo, pero la mirada insistente del alfa lo taladraba como agujas.

Frunció el ceño. —¿Tienes algún problema conmigo? —soltó al fin, cansado del peso de ese silencio envenenado.

Compartían una estrecha tienda con los tres alfas que completaban el escuadrón. Misha, como siempre, ocupaba una tienda distinta, unos metros más allá, aislado. Tenían que esperar hasta el amanecer para continuar avanzando y Carter ya podía sentir que aquella noche sería eterna.

—Sí, tengo un problema contigo —respondió el alfa con una mueca de desprecio.

—Zev, cállate o te meterás en problemas —intervino otro, cubriéndose el rostro con una manta mientras intentaba dormir.

—¿Por qué debería callarme? —Zev se giró hacía Carter con sorna—. Estoy congelándome de frío, con hambre, porque avanzamos como tortugas… solo para que el príncipe no se fatigue.

La sangre le hirvió a Carter.

—¿A qué mierda te refieres? —replicó con voz tensa—. Hemos caminado como animales durante una semana, apenas descansando. ¿De qué trato preferencial hablas?

Zev sonrió con malicia.

—Si no estuvieras en este escuadrón, si no tuviéramos que cuidarte como a un cachorro para que no te rompas o te canses demasiado, ya habríamos llegado a nuestro destino. Yo debería estar en una cama caliente, con comida en la mesa… o follándome a un omega. En cambio, estoy aquí, atrapado en este agujero con tres idiotas.

Cada palabra estaba cargada de veneno.

Carter apretó los puños, conteniendo el impulso de lanzarse sobre él. Había estado dando lo mejor de sí durante todos esos días, esforzándose por seguir el paso, tragando el dolor y el cansancio sin quejarse. Y aun así, seguía siendo “el eslabón débil”.

Misha ni siquiera le hablaba. Cada orden era dirigida al segundo al mando. Todo se lo recordaba: no pertenecía allí. Y, para colmo, ahora comprendía que quizás el omega había estado siendo indulgente con él. Esa idea le revolvía el estómago de impotencia.

—Solo he seguido las instrucciones que se me dan —contestó con firmeza, aunque su voz temblaba de rabia contenida—. Si tienes un problema, háblalo con Misha, no conmigo.

Se giró de espaldas y cerró los ojos, decidido a no seguir discutiendo.

—Serás idiota… Es Mis—

Zev no alcanzó a terminar la frase. Uno de sus compañeros, harto de escucharlo, le descargó un golpe certero en la nuca que lo dejó tendido. El alfa cayó pesadamente sobre su saco de dormir, inconsciente.

El atacante suspiró, acomodó a Zev y lo cubrió con una manta.

—Escucha, Carter —dijo en voz baja, mirándolo con seriedad—. Sé que te dolió lo que dijo. Zev tiene la paciencia corta y la lengua demasiado larga. No lo tomes tan a pecho. Pero hay algo de verdad en sus palabras.

Carter lo miró, tenso, esperando.

—Es tu primera misión. Hay cosas que no conoces, y sí… probablemente no deberías estar en este grupo. Somos los que más experiencia tenemos en el campo y eso significa que cualquier error puede costarnos caro. —Hizo una pausa, su tono se volvió casi paternal—. Así que toma esto como consejo y abre bien los ojos. No puedes darte el lujo de distraerte. Si lo haces, podrías ponernos en riesgo a todos.

Carter se mordió el labio inferior, sintiendo un nudo de impotencia. Las palabras eran ciertas. Había estado siguiendo al grupo sin realmente entender el peso de lo que hacían, confiado en que la presencia de Misha lo protegería. Lo odiaba. Odiaba depender de él. Odiaba sentirse vulnerable. Quería ser útil, quería demostrar que no era solo una carga.

Respiró hondo.

—Lo entiendo.

El alfa asintió. —Bien. Ahora duerme. En unas horas volveremos a movernos y lo más probable es que por fin lleguemos a nuestro destino. Lo duro apenas comienza.

Tras eso, el silencio volvió a instalarse en la tienda. Afuera, el viento golpeaba la lona con aullidos helados. Carter cerró los ojos, pero el sueño no llegaba. Solo quedaban los pensamientos girando como cuchillos en su cabeza y la silueta de Misha, distante, bajo la misma oscuridad como un fantasma que nunca lo dejaba en paz.