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Por Ella...

Por Ella...

Status: Terminada
Genre:Romance / Mujer poderosa / Madre soltera / Completas
Popularitas:1.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

Ella creyó en el amor, pero fue descartada como si no fuera más que un montón de basura. Laura Moura, a sus 23 años, lleva una vida cercana a la miseria, pero no deja que falte lo básico para su pequeña hija, Maria Eduarda, de 3 años.

Fue mientras regresaba de la discoteca donde trabajaba que encontró a un hombre herido: Rodrigo Medeiros López, un español conocido en Madrid por su crueldad.

Así fue como la vida de Laura cambió por completo…

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 8

Laura llegó al apartamento con los hombros encorvados por el cansancio. Una de las chicas había faltado y ella tuvo que sustituirla. Le dolían los pies dentro de las sandalias gastadas y le ardían los ojos de sueño. Ya pasaban de las cuatro de la mañana y apenas tuvo fuerzas para cerrar la puerta con cuidado. Depositó el bolso sobre la silla de la cocina, respiró hondo y siguió hacia el cuartito, donde el desconocido aún dormía. Abrió la puerta despacio, solo lo suficiente para espiar. Él permanecía estirado en el colchón, inmóvil, el pecho subiendo y bajando a ritmo lento.

Ella no notó las curas limpias ni el olor suave de alcohol que impregnaba el aire. Tampoco reparó en el cuenco vacío a su lado, donde había estado uno de los huevos cocidos que ella dejara horas antes.

Exhausta, simplemente cerró la puerta con cuidado y se arrastró hasta su cuarto. Se acostó en la cama sin siquiera quitarse las sandalias de los pies. Tuvo apenas un breve pensamiento en su hija, que estaba bajo los cuidados de Doña Zuleide y, finalmente, se permitió dormirse.

El sol ya invadía las grietas de la cortina cuando ella despertó. Su cuerpo aún protestaba, pero la rutina no permitía descanso. Se levantó despacio, en el intento de poner los pensamientos en orden y fue directo al cuartito.

El hombre aún estaba acostado, los ojos entreabiertos. Al lado del colchón, la botella de agua estaba casi vacía y el otro huevo permanecía intacto.

Laura se agachó, analizando con cautela. Él parecía menos febril, pero aún sudaba. Ella mezcló el remedio en el agua, conforme había hecho antes, tocó su hombro. Él abrió los ojos lentamente. Los ojos verdes, aquellos ojos que, incluso bajo la fiebre, parecían ver profundo.

—Bebe esto.— dijo ella, elevando levemente la cabeza de él para ayudarlo.

Él obedeció en silencio. No habló nada, pero sus ojos la acompañaron por un tiempo después de que ella salió del cuartito.

Laura necesitaba correr. Los pedidos de dulces no se entregarían solos y tenía muchos aún que vender por las calles.

Tomó un baño rápido, se vistió con ropas sencillas y se recogió el cabello en un moño improvisado. Pasó al apartamento de Doña Zuleide para darle un besito a su hija antes de salir para otra jornada de trabajo.

Al menos aquella noche estaría libre...

—Solo vine a darle un besito a mi princesa.— dijo, sonriendo a la señora.

Zuleide, con su expresión tranquila y ojos experimentados, asintió. No comentó nada sobre el hombre herido. La niña corrió a abrazar a la madre, toda llena de preguntas sobre el "muchacho del cuartito". Laura disimuló con besos y promesas de volver pronto.

Al ver a Laura saliendo del edificio con la caja de dulces equilibrada en los brazos, ella respiró hondo. Tomó a Maria Eduarda de la mano y retornó al apartamento de Laura, usando la llave de repuesto que guardaba en el bolso de la niña para emergencias.

Al entrar, todo estaba en silencio. La señora pidió que la niña se quedara en la sala dibujando mientras ella iba a verificar al herido. No quería que la criatura viera aquella herida horrenda.

Golpeó levemente en la puerta del cuartito y entró.

Encontró al hombre despierto. Sus ojos atentos y desconfiados, la fitaron con una mezcla de curiosidad y alivio.

—Buenos días. Soy Zuleide. — dijo ella, sentándose al lado del colchón.— ¿Cómo se está sintiendo?

—Mejor...gracias a usted.— respondió él, la voz aún ronca, el acento cargado.— ¿Dónde está... la muchacha?

—Laura, su nombre es Laura. Ella fue a vender dulces. Aquella muchacha trabaja mucho para sustentar a su hija.— doña Zuleide examinó la cura con delicadeza. —Está mejorando. Le di antibióticos anoche. Soy una enfermera jubilada.

Rodrigo asintió lentamente. Quedó en silencio por algunos instantes, como si ponderase cuánto podía confiar.

—Me llamo Rodrigo. Rodrigo López.

—Nombre bonito. Pero tengo la impresión de que hay más historia ahí de la que usted quiere contar, ¿no es así?

Él rió bajo, sin negar. Miró alrededor, analizando el pequeño cuartito lleno de cajas y objetos guardados, transformado provisoriamente en enfermería.

—Madrid. Es de allá de donde vengo.— dijo, apenas.

Doña Zuleide no insistió. Sabía reconocer a un hombre huyendo de algo. Pero también sabía ver cuando alguien no era una amenaza.

—Pues bien, Rodrigo de Madrid...mientras esté bajo este techo, quedará en reposo. Y manténgase lejos de la niña, no la quiero asustada.

—Ella...es encantadora.— él dijo, sujetando en sus manos, el pañito color de rosa. Recordando el modo curioso de la pequeña Maria Eduarda.

—Sí, lo es.— respondió la señora, con una sonrisa de orgullo.— Pero cuidado, los niños saben cuando alguien está mintiendo.

Ella examinó la pierna de él con cuidado, desinfectando nuevamente la herida. Aplicó una pomada antibiótica, terminó de cuidar de la herida, renovó las curas con la calma de quien tiene años de práctica y se levantó.

—Gracias.— dijo él por fin.— La señora es muy gentil.

—Descanse. Aún hay muchos días para recuperarse. — ella lo miró por un cierto tiempo.— La gentileza no se niega a quien está lastimado. Pero va a necesitar descansar. Y pensar bien en lo que va a hacer cuando esté mejor. Porque no da para vivir escondido en un cuartito de despensa por mucho tiempo.

Él dio una sonrisa fraca.

—Sé de eso. Tengo problemas para resolver...

—No necesitamos saber de sus problemas. — ella lo "cortó"— y que sepa que la gentileza tiene límites. Yo no permitiré que traiga problemas para Laura y para nuestra Duda. Llamo a la policía si Laura no lo mata primero.

Rodrigo López oyó aquellas amenazas viniendo de una señora anciana con un cierto cuidado para no caer en carcajadas. Definitivamente aquella mujer no sabía con quién estaba lidiando...

—Trate de recuperarse. Y no involucre a nadie en sus problemas. Estoy hablando en serio.— ella lo amenazó nuevamente.

Él asintió, serio.

Después de que Zuleide salió del cuartito, Rodrigo quedó solo. El silencio volvió, el dolor en la pierna era soportable ahora al cuidado de aquella señora. Él reposó la cabeza contra la pared y suspiró hondo.

Sus pensamientos volvieron a Madrid. Para los negocios inacabados, para los enemigos que le hicieron aquella emboscada.

Él no podría quedarse allí por mucho tiempo, necesitaba un buen plan, así que, en cuanto recuperase el movimiento de la pierna, saldría de allí. Pero no podía arriesgar la vida de aquellas personas que lo socorrieron, mucho menos de la niñita con ojos tan vivos e inocentes.

Pero por ahora... necesitaba continuar descansando. Cerró los ojos, permitiéndose un breve instante de paz. Mañana, comenzaría a pensar en lo que hacer porque, queriendo o no, su tiempo allí estaba contado.

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