Elica Klare

El estómago de Elica gruñó audiblemente, rompiendo el tenso silencio que había caído sobre la habitación. Todos se volvieron hacia ella, recordando de repente que no había comido nada en días. Su cuerpo, a pesar de su posesión, seguía teniendo necesidades básicas como el hambre.

Rafael abrió la puerta y se encontró con Sofía, su novia. Su rostro mostró una mezcla de alivio y preocupación al verla. Sofía estaba de pie en el umbral, con los ojos llenos de ansiedad y el cabello revuelto, como si hubiera corrido hasta allí.

—Sofía... —dijo Rafael, sin saber cómo empezar a explicar la situación.

Sofía entró apresuradamente en la casa, sus ojos se posaron en Elica. La niña, aún poseída, la miraba con indiferencia. Sofía se detuvo en seco, con una expresión de confusión y miedo.

—¿Quién es esa niña? —preguntó Sofía con voz temblorosa, señalando a Elica. Sus manos estaban temblando ligeramente y se aferraba a la puerta como si necesitara sostén para mantenerse de pie.

Rafael suspiró y cerró la puerta tras Sofía. Sabía que no había forma fácil de explicar la situación, pero no podía mentirle a su novia. Respiró hondo y dijo:

—Esa niña... es mi hermana menor, Elica. Pero... ella está poseída por un espíritu maligno.

Sus palabras resonaron en la habitación, pesadas y surrealistas. Él observó la reacción de Sofía, esperando su respuesta mientras la tensión aumentaba en el aire.

Elica miró el plato de comida con desconfianza. Su mirada era vacía y distante, como si estuviera viendo a través de la comida. La posesión había alterado su percepción y sus hábitos alimenticios. No reconocía el desayuno que su madre le había preparado, y no hizo ningún movimiento para comer.

Maria se quedó junto a la camilla, observando a su hija con tristeza y preocupación. Sabía que Elica no podía comer normalmente en ese estado, pero esperaba que al menos el olor de la comida despertara algún instinto primario en ella.

Elica rompió el silencio, su voz monótona y carente de emoción. Habló con un tono mecánico, como si estuviera preguntando por algo completamente irrelevante.

—¿Qué es esto? —repitió, señalando el plato con un dedo pálido y delgado. Sus ojos seguían sin mostrar ninguna curiosidad o interés por la comida. Era como si su mente poseída no pudiera procesar algo tan simple como la nutrición.

Maria se inclinó hacia Elica, tratando de conectar con ella a través de la comunicación. Su voz era suave y maternal, pero llena de tristeza.

—Es desayuno, cariño. Pan tostado con mantequilla y mermelada. Tu favorito cuando eras pequeña.

Ella esperaba que mencionar algo familiar despertara algún recuerdo en Elica, alguna chispa de reconocimiento o placer. Pero la expresión vacía de su hija no cambió.

Elica, en lugar de responder o mostrar interés por la comida, cerró los ojos y comenzó a recitar versículos de la Biblia. Su voz era monótona y mecánica, pero cada palabra salía con precisión y convicción sobrenatural.

—2 Corintios 9:10 dice: "El que da semilla al sembrador y pan para comer, multiplicará vuestra semilla y aumentará los frutos de vuestro justo trabajo."

Ella seguía orando, pidiendo bendiciones sobre la comida y agradeciendo por el alimento, como si fuera un ritual religioso más importante que el simple acto de alimentarse. Su comportamiento era extraño y perturbador, reflejando la influencia del espíritu maligno que la poseía.

Elica continuó orando, pero ahora su discurso se volvió más extenso y confuso. Mientras recitaba fragmentos de la Biblia, también comenzó a hacer referencias a su familia y al ángel que había prometido salvarlos.

—Proverbios 15:1 dice: "Respuesta amable da favor, pero palabras duras causan ira."

Ella se detuvo por un momento y luego agregó con voz entrecortada:

—Pero el ángel nos guiará a la salvación. Él nos dará fuerza para resistir los males del mundo. Él es nuestra única esperanza.

Sus palabras estaban mezcladas con creencias contradictorias, reflejando la lucha interna entre la fe y la posesión que estaba experimentando.

Elica finalmente abrió los ojos, pero su mirada seguía siendo vacía y distante. Su voz sonó más firme y decidida cuando habló nuevamente.

—Yo soy el instrumento de Dios. El ángel me ha elegido para llevar su palabra. No necesito comer, no necesito dormir. Solo necesito obedecer y seguir las órdenes divinas.

Ella miró a su familia con una expresión casi fanática, como si estuviera en trance. La posesión había transformado su naturaleza infantil y curiosa en algo mucho más aterrador: una devota fiel a una causa sobrenatural que la había arrastrado al infierno.

Elica terminó su oración con un tono final y autoritario. Su voz se elevó ligeramente mientras pronunciaba las palabras con una mezcla de orgullo y fanatismo religioso.

—Amén. Gracias por el desayuno, madre.

Ella se volvió hacia Maria, quien la miraba con una mezcla de horror y tristeza. Elica no parecía agradecida realmente, sino más bien cumpliendo un ritual religioso obligatorio. La transformación de la niña era completa y aterradora, y su familia no podía hacer más que observar impotente cómo se perdía en la locura de la fe y la posesión.

Elica tomó un pequeño trozo de pan tostado y lo llevó a su boca. Comenzó a comer mecánicamente, sin disfrutar el sabor ni mostrar ninguna emoción. Sus movimientos eran rígidos y calculados, como si estuviera siguiendo un protocolo establecido por el espíritu que la poseía.

Ella masticaba lentamente, tragando cada bocado con esfuerzo. Su cuerpo, debilitado por la posesión y la falta de nutrición adecuada, parecía reaccionar con rechazo al alimento. Pero ella siguió comiendo, como si fuera un deber más que debía cumplir.

Sofía, aún conmocionada por la situación, finalmente se animó a hablar. Miró a Elica con horror y preocupación mientras la niña comía sin emoción.

—¿Qué... qué le pasa a Elica? —preguntó con voz temblorosa, volviéndose hacia Rafael. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y confusión. —Ella no es así. No parece ella misma.

Ella no podía apartar la mirada de la pequeña niña poseída, tratando de encontrar alguna señal de la hermana que Rafael había mencionado.