Una vez existió un pasado donde, de alguna manera, ella fue la villana de todo el imperio. Merecía morir en aquella guillotina. Sin embargo, ¿por qué recordaba ahora su vida pasada? Lo que era peor, había regresado en el tiempo, antes de que Kristina Laurent cavara su propia tumba.
Si de verdad había regresado, lo juraba. Juraba que, en esta vida, no volvería a ser la villana.
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Capítulo 18: Lágrimas de Perdón
Ambas se mantuvieron en silencio.
—Parece ser así —Cristine pronunció con una pizca de ira.
Los labios de Celestine permanecieron en silencio, ignorando lo dicho por Cristine.
—¡Celestine, escúchame! —siseó con los ojos como brasas— te maldigo con la furia de mil demonios. Que el sol te abrase y la luna te congele, que cada latido de tu corazón sea un martillo golpeando tu alma durante diez siglos de agonía. Esta vida y todas las que vengan serán tu eterno tormento. Mi maldición resonará en el silencio de los siglos.
Aquella energía que hasta el momento solo aparecía en sus manos, rodeó todo el lugar, envolviendo completamente a Celestine.
—La maldición ya está impuesta — Cristine anunció con palidez.
Luego de decir aquellas palabras, desapareció de dicho lugar, dejando solamente una nube negra que se desvaneció con el viento.
Celestine deshizo los hechizos con el movimiento de su mano. Sin embargo, sostuvo su pecho con agonía.
—¿Esto es...? —preguntó, observando en sus brazos extensiones de runas antiguas.
Ella miró hacia la distancia, perdida en sus pensamientos.
—¿Cuándo aprendiste estas maldiciones? —se preguntó.
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Sentí como una extraña energía, fría como el hielo, entraba a mi cuerpo; adormeciendo el dolor.
—Esta mocosa no morirá, ¿verdad? —una voz femenina murmuró un poco preocupada.
Sus manos dejaron de tocarme, y con ello, se alejó esa frialdad que la acompañaba.
—¿Quién es el duque Laurent? —preguntó la misma mujer— necesito que inyecte maná en su cuerpo. Ahora.
Los característicos pasos del duque se acercaron a mi cama.
—¿Para qué te estamos pagando? —inquirió con un tono amenazante y una leve preocupación en ello.
La mujer resopló con evidente enojo: —Si me hubiesen contratado antes, no estaría así.
Ante la respuesta de la mujer, la respiración del duque cambió, evidentemente enojado.
—Es suficiente —la duquesa los interrumpió, luego con un timbre de urgencia, continuó— por favor, su excelencia, inyecte maná en ella.
Repentinamente, el duque sostuvo mi mano, y junto con eso, una cálida energía entró a mi cuerpo.
Su acción me tomó desprevenida, jamás hubiese pensado que él sería capaz de ayudarme, debido a que yo todavía recordaba las palabras dichas en el calabozo, aunque él no tuviera idea de lo que hizo en otra vida.
De un momento a otro, y poco a poco, mis párpados dejaron de pesar y con ello, mi cuerpo también.
—Eso es suficiente —comentó la mujer.
—Kristina todavía no despierta —reprochó el duque, sin soltar mi mano.
—Toda la razón —dijo la mujer, para luego comentar con burla— si quieres terminar de matarla, deberías inyectar más maná.
El duque soltó mi mano, y en ese preciso instante, sentí que mi cuerpo respondía.
—¿Quién te ha dado el derecho de hablarme así? —inquirió con furia.
—¿Y con qué derecho me hablas tú así? —rebatió la mujer.
Por la habitación se mezclaron dos tipos de maná, uno cálido como el sol y otro helado como el invierno.
Mi cuerpo reaccionó a ello, de mi cuerpo se escapaba mi propio maná, y a su vez absorbía el de ellos.
Quizás al sentir mi anormalidad, ambos se detuvieron.
Abrí los ojos de golpe, un poco aturdida, y con la mente mareada.
Por acto reflejo me senté, sin embargo, antes de que volviera a la normalidad, sentí un extraño abrazo.
Me quedé quieta, comprobando si era mi alucinación.
¿Por qué la duquesa me abrazaría? ¿Era, acaso, otro de los fragmentos de mis sueños?
—Kristina, yo... —murmuró con la voz quebrada.
No terminó sus palabras, pero, como si temiera que la viera, sujeto mi cabeza y la pegó a su cuello.
Su cuerpo temblaba.
Las comisuras de mis labios temblaron, e irremediablemente, bajaron.
¿Por qué, por qué lloras...? Mamá.
Inevitablemente, también lloré mientras la abrazaba.
Ingenuamente, lo creí, de verdad creí que ya no podía perdonar o siquiera querer a quienes me lastimaron.
Me equivoqué. Desde un principio, nunca los odié.
—Perdón —se disculpó con la voz temblando— perdón.
—¿...? ¿Por qué ahora?
—Perdí mucho tiempo de ti y de Vicent como para perderlos por más tiempo —explicó— este incidente hizo que me diera cuenta de que en cualquier momento puedo perder a alguno de ustedes, no quiero perderme nada más.
Finalmente, me soltó. Observé sus ojos verdes, enrojecidos por las lágrimas, pero sus ojos tenían una extraña determinación ellos.
—¿Qué dices, perdonas a tu madre? —preguntó, con una desconocida expectación.
Asentí, un poco temerosa, me arriesgaría a creer en ella.
—Qué conmovedora fue su reconciliación —comentó aquella mujer— pero debo continuar su tratamiento, al menos por medio año más.
Ella poseía un corto cabello negro y ojos del mismo color, la piel como la porcelana más fina; no obstante, pese a su belleza, en sus ojos no había rastro de vida.
—¿No nos dijiste que cuando la trataras ella estaría bien inmediatamente? —el duque estaba furioso.
Cuando aquella mujer acomodó su cabello detrás de sus orejas, lo entendí. Ella era un elfo, por ese motivo el duque sentía tanta hostilidad hacia ella.
—Eso creía yo también —dijo con indiferencia— me equivoqué.
El maná de aquella mujer se me hacían demasiado conocidos como para que me confundiera.
—¿Cristine? —solté, un poco aturdida.
Ella me observó con sorpresa, para luego mirarme con burla.
—Natalia —al ver mi mirada confundida, continuó— así me llamo.
Me quedé en silencio, analizando su rostro y cuerpo. En efecto, Cristine, la mujer de mi sueño, poseía un cabello negro largo y abundante, sus rasgos eran mucho más delicados y fríos qué los de Natalia; por lo que, aunque se parecía, no era ella.
—Lo lamento, te pareces demasiado a una conocida.
—Lo sé —asintió, fijando sus ojos en los míos— quienes no me conocen, piensan que soy ella.
Ahora ella me analizó, con calma, como si buscara algo en mí.
Los duques guardaron silencio, mirando toda nuestra conversación de inicio a fin, sin intención de interrumpirnos.
Natalia dejó de mirarme, para dirigir su vista a los duques.
—Deben pensar en lo que dije —comunicó— o ella morirá.
Luego levantó sus hombros y negó con la cabeza.
—Aunque pueda salvarla en este momento —continuó suspirando— eso no será siempre.
—Por favor, quédese como su médico personal, señorita Natalia —suplicó mi madre.
Ante esta súplica, Natalia se vio un poco orgullosa, sonriendo ante nosotros, pero sus ojos no lo hicieron.
La novela surgió un día mientras leía una historia en NovelToon, plagada de errores ortográficos y gramaticales. Pensé: "¿Por qué no escribo una yo, que tenga menos errores?". Lo hice sin mucha planificación, lo que provocó que la historia perdiera sentido, incluso para mí. Al releerla, me desanimaron las incoherencias, el mundo poco desarrollado y los personajes innecesarios que complicaron la trama hasta el punto de que ni siquiera yo recordaba quién era quién.