"UNA MADRE DESESPERADA, UN SALVADOR AMENAZANTE
¿Qué límites cruzarías por salvar a tu hijo?
Adelaida, una madre desesperada, hará cualquier cosa para proteger a su hijo, incluso si significa sacrificar su orgullo.
Pero cuando Kento, un misterioso y poderoso hombre, se convierte en su única esperanza, Adelaida se encuentra atrapada en una red de rencor y pasión.
Kento, su redentor y verdugo, no sabe que Adelaida es la clave para desentrañar su propio pasado.
¿Podrá Adelaida salvar a su hijo y descubrir la verdad detrás del enigmático Kento?
Descubre esta historia de amor, venganza y redención."
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ℂapítulo Veinticuatro
Tanchy, miró con rabia a su descolocada hija. Aunque en el fondo comprendía su actitud, algo de eso fue heredado de su rebeldía de la juventud y la mala crianza que le dio su padre, consintiéndola tanto. Pero fueron las palabras de Kento, las que la dejó con miles de interrogantes.
—¿Qué es lo que quiso decir Kento? ¿Esa mujer que se parece a ti, también tuvo un hijo con François? —Tanchy no pudo quedarse más tiempo callada, debía saberlo todo.
—Sí, mamá, Adelaida fue la primera esposa de François. Te lo juro que yo no lo sabía, él nunca me dijo que había estado casado. Me enteré de eso el día del velorio. Ella llegó a la funeraria y Natacha la trató muy mal. Pero pensé que era una amante de François. El día de la lectura del testamento, ella fue citada y ahí supe toda la verdad: estuvieron casados ocho años, tuvieron un niño enfermo y el abogado de François aportó unas pruebas de ADN negando que fuera su hijo. Estoy segura de que el maldito las falsificó para no dejarles nada. Mira que mi niño también está enfermo como el de Adelaida. Es su hijo y lo negó —Madeleine, no aguantó más y se puso a llorar —. No les dejó nada, todo se lo dejó a mi bebé y a mí. A ella le entregaron un cheque de cien mil euros como compensación, ella lo rompió y se los tiró en la cara a mis suegros. Yo con ese niño enfermo los hubiera recibido. —Madeleine lo dice como si nada.
—Sí, eso lo hubieras hecho tú, que eres una interesada que cambiaste un kilo de oro por una tonelada de mierda. —Le recrimina Tanchy a su indolente hija.
—Ya, mamá, no me recrimines más. Además, no sabes yo por qué lo hice —trata de justificarse, recordando lo que le hizo el abuelo Kimura.
—Y entonces, ¿por qué no me lo dices? Siempre queriéndote justificar. Dime qué pasó y yo te sabré entender. Yo, más que nadie, te puedo comprender. Mira, Madeleine, yo de joven era muy cabeza dura y, hasta que no me estrellé de frente con la realidad, no aprendí la lección. Lamentablemente, son los seres inocentes los que pagan las consecuencias de nuestros actos. Mira ahora con el pequeño François lo que nos espera —Tanchy recuerda que fue su pequeña la que pagó sus errores.
—Y lo más triste es que, al igual que Adelaida, la familia del niño me dio la espalda. Inmediatamente, supieron el diagnóstico de su “preciado” nieto, se desentendieron de él —Madeleine gimotea al pensar en el rechazo que le dieron a su bebé.
—Esa gente es de lo peor. Pero nos tienes a nosotros, tu familia. Sé que yo te cantaleteo, pero es porque debo aconsejarte. Aunque no entiendas, yo era así y tuve que madurar a la fuerza. Ánimo, hija, que sé que con la ayuda de Dios, mi niño se va a curar. —Tanchy, abraza a su hija para consolarla.
Madeleine, luego de la charla madre e hija, entró a alimentar a su bebé. Tanchy se quedó en la sala de espera pensando en Adelaida y su parecido con ella y su hija. Recordó aquella bebé que se le murió cuando ella era una adolescente de 16 años y pensó que debía tener la edad de Adelaida. Era extraño lo que sintió cuando vio a esa triste mujer, era como si sintiera su dolor como propio y eso la llenó de intriga. Debía saber más de ella, pero ¿cómo? Ella no es una mujer de estar metiendo las narices donde no la han llamado, pero con Adelaida sintió la necesidad de hacerlo, así se viera como una chismosa.
¿Y si su niña no hubiera muerto al nacer y fuera Adelaida? Ahí fue donde apenas cayó en cuenta de lo que le dijo Kento: que su parecido tenía su razón de ser, pero no era el momento.
Salió de la sala de espera hacia la zona de las habitaciones pediátricas a buscar a Kento, pero no lo halló por ningún lado. Debía preguntar qué quería decir con eso, pero estaba segura de que Kento ya no le diría más nada hasta que él crea que es el momento, tal como le dijo.
Debía hacer algo para averiguarlo, se despidió de Madeleine y se dirigió al edificio central del BanParís, donde su esposo tiene su oficina. Allí entra como siempre lo hace al terminar la tarde y va por su amado esposo para ir juntos a cenar.
—Hola, amor mío. ¿Puedo entrar? —Tanchy se asoma por la puerta de la oficina de Lucio.
—Oh, mi reina hermosa, llegaste temprano hoy. ¿O algo pasó con mi nietecito? —Lucio se levantó rápidamente de la silla ejecutiva, y saludó a Tanchy con amor.
—No, el niño sigue estable gracias a Dios. Pero tengo tantas cosas que contarte. ¿Estás ocupado? Es algo largo —Tanchy espera a que no lo esté, él es el único que la puede ayudar.
—Justo hace rato que termine una junta y no tengo nada más programado. Cuéntame, mi reina, ¿qué es lo que me la tiene tan preocupada? —Lucio acaricia sus cabellos mientras se sienta con ella en el gran sofá de la oficina.
Tanchy tomó aire y empezó a contarle lo que supo de Adelaida. ¡Todo! Desde que es la primera esposa de François, hasta de que necesita averiguar por qué se parece tanto a ella y a Madeleine.
Lucio sabe que Tanchy tuvo una bebé que falleció, él sabe todo de su vida. Ha sido su confidente y la ama con todo su corazón. Por eso la va a ayudar a sacarse esa duda que tiene en cuanto a si su bebé en verdad murió, pues sus padres nunca le dejaron ver su pequeño cuerpecito.
¿Quién quita y no haya muerto y esa bebé sea Adelaida?
Cuando Adelaida llegó, luego de dos días a la mansión con Francis, luego de que le dieran el alta en el hospital. Este fue recibido por un equipo médico de calidad que lo llevó hasta la renovada habitación. Donde había todo lo necesario para su cuidado, con lo último en tecnología.
Kento, no escatimó en gastos y en tiempo récord tenía todo listo para recibir al niño.
—Margarita, ¿sabes si el señor Kimura está en la mansión? —preguntó Adelaida cuando bajó a la cocina.
—Adelaida, el señor, tuvo que viajar esta mañana al Japón. Su abuelo lo llamó que debía ir, pues adelantaron la fecha de la boda. —Esta noticia le dolió en el alma a Adelaida, ya no había nada que hacer. Kento sí se va a casar. —Lo siento.
Cuando iba saliendo de la cocina, sonó el timbre de la entrada y se sorprendió al abrir la puerta al ver que era Leroy.
—Hola, señor Yamamoto. Bienvenido. ¿Qué lo trae por acá? Kento tuvo que viajar de imprevisto a Japón. Su abuelo lo mandó a llamar —le aclaró Adelaida.
—Sí, eso ya lo sé Adelaida. De hecho, vengo porque la necesito a usted. —Leroy entró con elegancia hasta la sala de la mansión.
Gracias Angie por éste emotivo capítulo, aquí te dejó un café ☕️ 😉