Fui la mujer perfecta
En la oscuridad descubrí el placer, descubrí que mis piernas no eran para cerrar, que mi lengua podía acariciar y herir con el mismo arte.
Aprendí a gemir con rabia y a dominar con las caderas.
Ahora regreso. Con vestidos de seda y piel perfumada, con un cuerpo que aprendí a usar como un arma.
Él cree que vuelvo para cumplir aquella promesa. Cree que aún soy suya.
La mujer perfecta ha muerto. Lo que queda… es una diosa del placer y la venganza.
No viene a buscar amor. Viene a cobrar.
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Hola, Angelita
El teléfono vibraba sobre la mesa de la cafetería parisina. Afuera, la Torre Eiffel brillaba con su luz dorada, pero para Manu, ese día no tenía magia.
Tomaba café negro, con los auriculares puestos, escuchando una vieja canción de Charly García. Al ver el número desconocido en pantalla, frunció el ceño. Era una llamada internacional.
—¿Y ahora qué? —murmuró.
Contestó.
—¿Hola?
Del otro lado, una voz que reconoció de inmediato.
—¿Manuela?
Ella entrecerró los ojos, sorprendida.
—No jodás… ¿Mónica? ¿Qué querés?
—Necesito hablar con vos.
—¿En serio? ¿Te acordás que la última vez que hablamos me dijiste que era una mala influencia para tu hermana y que debía mantenerme lejos? ¿Qué hacés llamándome ahora, che?
—Por favor… es sobre Angeline.
Manu se quedó en silencio.
—¿Qué pasó?
—La encontraron hace poco. Estaba desaparecida.
—¿Cómo que desaparecida? ¿Qué decís?
—Estaba secuestrada, Manu… alguien la drogó, la violó… apareció sola en medio de una carretera, hecha un desastre.
El mundo de Manu se detuvo.
—¿Qué…? ¿Qué mierda estás diciendo?
—Fue llevada a una casa lejos de la ciudad… la dejaron tirada en medio del camino. Una pareja la encontró. Está en el hospital.
Manu apretó el celular con fuerza. La taza de café tembló sobre la mesa. Su voz salió ronca, como si se hubiera tragado vidrio.
—¿Está viva?
—Sí… pero… no está bien.
Manu se paró de golpe. La silla cayó detrás de ella. La gente la miró, pero no le importó.
—Decime en qué hospital está. ¡Decime dónde mierda está mi amiga! ¡Voy a tomar el primer vuelo y me voy! ¡Ahora! ¡YA!
—Manu, calmate…
—¡No me digás que me calme, pelotuda! ¡Me estás diciendo que la secuestraron, que la drogaron, que… que…! —no pudo terminar la frase. La garganta se le cerró. Se tapó la boca. Los ojos se le llenaron de lágrimas—. No… mi Angeline no… ella no…
La gente la miraba como si estuviera loca. Y quizás lo estaba un poco. Pero no le importaba.
—Pasame toda la info por mensaje. No me vuelvas a llamar… pero gracias por decirme.
Colgó.
Se quedó ahí, sola, frente al ventanal, temblando.
Manu no era de llorar. No frente a la gente. Pero esa vez no pudo.
Apoyó la frente contra el vidrio, y susurró:
—Te juro, Angeline, que esto no va a quedar así…
Sacó su billetera, dejó dinero sobre la mesa y salió corriendo hacia el hotel. El corazón le latía como una bomba a punto de estallar.
Porque cuando una amiga es tu hermana del alma, no importa en qué parte del mundo estés. Lo dejas todo.
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El avión aterrizó con un chirrido seco de llantas. El sol ardía tras la ventanilla, pero Manu no lo notó. Sus ojos estaban clavados en el vacío. No había dormido en todo el vuelo. No podía.
Tenía el rostro pálido, el cabello recogido de cualquier forma y una ansiedad que le recorría las venas como veneno.
En cuanto el avión tocó tierra, se quitó el cinturón de seguridad antes de que lo anunciaran y agarró su bolso con las manos temblorosas. El corazón le latía como un tambor roto. Salió del aeropuerto casi corriendo, buscando con la mirada algún taxi.
—Al hospital general, por favor. ¡Lo más rápido que pueda! —le dijo al conductor, con el acento argentino que ahora le salía más marcado por la angustia.
El hombre arrancó. Manu se apoyó contra la ventana, mirando el paisaje que apenas reconocía. Todo le parecía extraño. Y a la vez, todo dolía.
«¿Cómo pudo pasar esto? ¿Cómo carajo pasó algo así y yo no estuve ahí para cuidarla?», pensaba mientras se mordía los labios. Sentía culpa. Sentía bronca. Sentía un miedo que no sabía cómo sostener.
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Cuando llegó al hospital, bajó del taxi sin esperar el cambio. Entró como una ráfaga, ignorando los carteles, los formularios, todo.
—¡Disculpá! Busco a Angeline Sanz. Fue ingresada hace poco… ¡es urgente! —le dijo a la recepcionista con desesperación.
La mujer la miró, sorprendida por su tono.
—¿Es usted familiar?
—Soy su mejor amiga —dijo, como si eso fuera suficiente—. ¡Por favor!
La recepcionista dudó, pero luego hizo una llamada interna. Minutos después, apareció una figura que Manu no esperaba ver tan pronto: Mónica.
Estaba más delgada, los ojos hinchados, la expresión cansada. Apenas la vio, Manu frunció el ceño.
—Vos… —murmuró con frialdad.
—Hola, Manu —respondió Mónica con la voz áspera—. Te estábamos esperando.
—No me metas en plural, nena. Vos no me esperabas.
Mónica bajó la mirada. No era momento para discutir.
—Está en el área restringida. Solo puede entrar una persona a la vez. Pero… te voy a dejar pasar —dijo, dándose vuelta para guiarla.
Caminaron por un pasillo largo, en silencio. El eco de sus pasos era lo único que sonaba.
—¿Está consciente? —preguntó Manu, finalmente.
—Sí, pero no habla mucho. Tiene episodios de pánico. No soporta que los hombres se le acerquen. Anoche hubo que sedarla de nuevo.
Manu cerró los ojos un segundo, conteniendo las lágrimas.
—¿Y vos? ¿Cómo la dejaste ir con ese tipo?
Mónica se detuvo.
—No es el momento, Manu.
—Nunca fue el momento, ¿no? Siempre estabas ocupada. Siempre tenías algo más importante que tu hermana. —Su voz se quebró—. Yo no.
Llegaron frente a la puerta.
—Está ahí. Tiene una enfermera con ella. Te aviso… está muy diferente.
Manu tragó saliva.
—¿Y qué esperabas? ¿Que esté peinada y con rimel?
Mónica no contestó. Dio media vuelta y se fue.
Manu respiró hondo. Se apoyó un segundo contra la pared. Se acomodó el cabello, se limpió el rostro con la manga, y tocó la puerta.
Un susurro desde dentro:
—¿Sí?
Manu entró.
Y lo primero que vio fue a su amiga… su hermana del alma… encogida en una cama blanca, mirando por la ventana como si el mundo se hubiera ido y la hubiera dejado atrás.
Manu sintió que el corazón se le partía.
—Hola, Angelita —dijo con voz suave.
Angeline giró apenas la cabeza. Al verla, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Manu…
—Acá estoy, reina. No me muevo más de tu lado.
Y entonces, Angeline rompió en llanto.
Victor a tenido paciencia con Angeline está enamorado realmente o siente culpa por lo que le pasó.
Son muchas interrogantes y ya uno siente ansiedad por saber.
Porque ese suspenso que nos tienen como fue y porque se transformó en Débora y no siguió siendo Angeline.
Que tendrá que ver Victor y su hermana
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