"No todo lo importante se dice en voz alta. Algunas verdades, los sentimientos más incómodos y las decisiones que cambian todo, se esconden justo ahí: entre líneas."
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Confianza
El sonido del cuchillo raspando la tabla se detiene. Me detengo también. El aroma de los huevos ya está empezando a saturar la cocina, y por un instante, me detengo a mirar a Damon, inclinado ligeramente sobre la mesa, concentrado en cortar con cuidado unas rebanadas de pan. Tiene el ceño fruncido, como si estuviera resolviendo un problema matemático, y sus hombros aún parecen arrastrar la carga de todo lo que no dice.
Apoyo la espátula en el borde de la sartén y le doy una mirada.
—¿Te das cuenta que eso que estás haciendo no califica como cortar pan, verdad?—
Damon no se inmuta, pero sé que me ha oído. Me acerco, sin dejar de observar sus movimientos algo torpes.
—Vas a terminar con migas por toda la cocina. Déjame, ven, ya te mostré ayer cómo sujetar el cuchillo. A ver, dame eso.—
Él suspira, pero me lo entrega sin chistar. Toco su mano brevemente al tomarlo y, por alguna razón, él retira la suya con un gesto casi imperceptible. No lo menciono. Solo me acomodo junto a él y muestro con firmeza cómo hacer un corte parejo.
—Así. Sin miedo. El cuchillo no muerde. El pan tampoco.—
Damon me mira con una leve curva en los labios.
—Gracias. Solo... supongo que nunca tuve que hacer esto por mi cuenta. Siempre había alguien.—
—Pues eso se acabó. Bienvenido a la triste vida del adulto que corta su propio pan.—
Él suelta una risa breve, casi muda. Seca. Pero real. Me doy cuenta de que esa risa le cambia el rostro. De pronto, se ve más joven. Menos derrotado. Me sorprendo a mí mismo mirándolo por demasiado tiempo.
—Cuando te ríes así... no parecés tan jodido como dices que estás.—
Damon baja la mirada. Sus dedos juegan con una de las migas.
—¿Puedo preguntarle algo, Blake?—
Lo dice como si no supiera si está cruzando un límite. Yo asiento, sirviéndole café sin dejar de mirar su expresión, que ahora tiene algo contenido.
—¿Está bien si le digo Blake en lugar de suegro? Me sale más natural, pero... no me animaba.—
—Si es lo que quieres, sí. No me vas a ofender. Aunque no espero que empieces a tutearme mañana, soy mayor que tú, niño.—
Damon sonríe con una sombra que parece una disculpa.
—No, claro que no. Usted siempre será usted.—
—Eso suena a sentencia.—
—Tal vez lo es.—
Nos sentamos. Los platos entre nosotros humean, el café todavía suelta su aroma. Doy un sorbo y no digo nada por unos segundos, solo observo la forma en que Damon acomoda los cubiertos, como si temiera romper algo. Se toma su tiempo antes de comer. Aún parece a medio camino entre el dolor y el hábito.
—¿Dormiste algo anoche?— pregunto sin mirarlo.
—Un poco. Menos de lo que necesitaba. Más de lo que merezco.—
—Qué dramático eres para la mañana.—
—No es dramatismo. Solo cansancio.—
Me inclino hacia la mesa, los codos apoyados, las manos enlazadas.
—¿Te parece que dormir es un premio?—
Él levanta la vista.
—A veces sí. Hay noches que no me lo permito. Porque... si duermo, sueño con ella. Y si sueño con ella, después despertar es como arrancarme algo.—
—Y aun así estás acá, cortando pan y ayudándome a cocinar.—
—No me quejo.—
—Eso no significa que estés bien.—
Silencio. Solo el goteo pausado de la cafetera en el fondo. Y una mosca que ronda la fruta en el centro de la mesa.
Damon se aclara la garganta.
—Gracias por no forzarme a hablar más de la cuenta, Blake. Ya es suficiente tener a una madre que no me escucha cuando le digo que no quiero consejos.—
—No hace falta. Tú hablá cuando quieras. Pero sabés que no te voy a dejar hundirte sin decir nada.—
Asiente. Luego, su voz baja, cargada de algo que no sé si es resignación o alivio:
—Lo sé.—
Entonces sonríe, muy poco, y señala mi camisa.
—Ayer le dejé una mancha de tomate ahí. Me sentí como un idiota después.—
—No te preocupes. He sobrevivido cosas peores que un ataque de tomate.—
—No lo dudo.—
—¿Te divertiste al menos?—
—Un poco. Fue... tonto. Pero se sintió bien reírme.—
Lo observo de nuevo. Esta vez sin reprimir el pensamiento que cruza por mi cabeza: ese chico está demasiado roto como para fingir entereza. Pero todavía está intentando. Y eso... eso es algo que respeto.
—Tienes permiso de volver a reírte hoy también. Pero sin proyectiles.—
—Prometido.—
Nos reímos. Breve. Pero de verdad. Él baja la mirada hacia su taza. Yo termino el último trago y dejo la taza vacía sobre la mesa con un golpe seco.
—Te ves mejor esta mañana. Quizá no en la cara, pero sí en el peso que cargás.—
—No sé si es por el café o porque me trató como un ser humano hoy.—
—Entonces vamos bien.—
Damon lo piensa. Luego levanta la vista, despacio. Sus ojos tienen una claridad distinta esta vez. No esperanza, no todavía, pero sí un tipo de reconocimiento silencioso.
—Gracias, Blake. No tenía que hacerlo, pero lo está haciendo.—
—No sé si lo hago bien, Damon. Pero prefiero estar acá a no hacer nada.—
Él asiente. Corta un bocado más de huevo. Lo mastica con calma. Me mira mientras traga.
—¿Siempre fue así con Heather? ¿Siempre supo qué hacer?—
—No.—
—¿Entonces cómo lo hizo?—
—La crié como pude. Cometí errores. Muchos. Pero la quise. Eso fue lo único constante.—
Se hace un silencio espeso. Nos miramos por un instante más largo del necesario. Luego él rompe el contacto, se levanta, toma su taza, la lleva al fregadero.
—Voy a intentar quererme un poco yo también.—
—No estaría mal empezar por ahí.—
Me pongo de pie. El día recién empieza. Y por alguna razón, esta rutina, con todo y sus silencios, empieza a parecer menos insoportable.