El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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¡Qué pulmones!
Sofía
Me acerco a la cuna y miro a mi alrededor con tristeza. El lugar no está decorado para un bebé y está muy oscuro.
Abro las cortinas para que la luz solar haga lo suyo. El bebé grita con todas sus fuerzas y su rostro está rojo. No lleva pañal y la cuna se encuentra sucia con sus propios desechos.
Busco con desesperación pañales y toallas húmedas para poder atenderlo. En cuanto las encuentro, suspiro aliviada. Me acerco al bebé y levanto su pequeña camiseta que también se encuentra mojada, con lo que espero sea sudor.
–Oh, eres una niña –digo al poder verla mejor.
Extraño. Estoy casi segura que mi tía me habló del heredero del Capo, pero imagino que el sexo del bebé no impide que sea el heredero de su padre. Estamos en el siglo veintiuno, si una mujer quiere ser Capo, lo será.
–Lo sé, cariño, pronto estarás calentita nuevamente –le susurro al sentir su piel helada.
Cuando le saco la ropa descubro que la situación es peor que lo que imaginé. Voy a tener que bañarla. Limpio el exceso de suciedad con toallas húmedas mientras la pequeña llora con todas las fuerzas de sus pequeños pulmones. La tomo en brazos con mucho cuidado y camino con ella hacia una de las puertas, pero resulta ser un closet. Abro la otra puerta y bingo, tenemos un baño.
Miro a mi alrededor y estoy segura que no podré bañarla en la enorme bañera, es muy peligroso. Doy el grifo del lavamanos y cuando el agua se entibia meto a la bebé dentro y la lavo con el jabón que hay sobre el mueble, que no es para bebés, espero que no le haga daño a su sensible piel.
La bebé calla unos segundos mientras siente el agua, pero luego vuelve a llorar con más fuerza.
–Es solo agua, cariño, ya pronto terminaremos.
Ya que estoy aquí decido lavarle su hermoso cabello rubio con extremo cuidado, evitando que le caiga agua en la cara y en sus pequeñas orejitas.
–Así, cielo, ya terminamos.
La saco y la envuelvo con la toalla que por suerte encontré en unos de los muchos cajones del enorme mueble que cubre en su totalidad una de las paredes del baño.
Busco por todos lados un secador de pelo, pero no encuentro nada. Cuando estoy perdiendo la esperanza, encuentro uno en un pequeño canasto de plástico que está sobre una de las tarimas.
Busco un enchufe y lo enciendo en la velocidad mínima y comienzo a secar a la resbalosa bebé, que creo que disfruta con el calor ya que se calla por unos minutos.
–¿Ves? No fue tan malo –le digo mientras me preocupo de secarla por todos lados.
Cuando ya está seca, apago el secador y camino hacia uno de los enormes sillones chaise longue de la habitación y me apresuro en ponerle el pañal.
Quiero llorar igual que la bebé cuando no entiendo cómo colocarlo, pero finalmente logro hacer algo respetable con el pañal. Luego intento vestirla, pero llora y mueve con fuerza sus bracitos y piernas.
Miro con tristeza como se marcan sus costillas cuando llora.
–Tienes que alimentarte mejor, pequeña –le pido y acaricio su mejilla, que espero algún día esté más rellena.
Coloco unos enormes cojines a su alrededor para evitar que caiga al suelo, y luego cambio la ropa de cama de la cuna, sin dejar de vigilar a la pequeña gladiadora que golpea el aire con todas sus fuerzas.
Al terminar la cojo nuevamente en brazos y la dejo en su cuna, no sin antes cubrirla con una manta limpia.
La bebé sigue llorando, pero hago oídos sordos y comienzo a ordenar el desastre que hay en su habitación y en el baño. Incluso busco los artículos de aseo de la pequeñita y los dejo más a mano. Tendré que organizar esta habitación cuando tenga tiempo. Y quizá decorarla, el color gris de las paredes consigue deprimirme. Si esta fuera mi habitación lloraría igual que la bebé.
–No pregunté por tu nombre, pequeña, pero estoy segura que es un nombre hermoso.
Mi corazón se rompe cuando veo lágrimas rodando por sus delgadas mejillas. Me acerco a ella y acaricio su estómago con mi mano, pero no tiene el efecto deseado, sigue llorando.
Cuando estoy a punto de ponerme a llorar como ella, recuerdo algo que siempre me repetía papá.
La tomo en brazos y abro mi blusa y la recuesto contra la piel de mi pecho. Tomo su manta y me dirijo al sillón más grande y me recuesto con ella sobre mi pecho y estómago. Es muy pequeñita. Sus pies apenas llegan a la mitad de mi vientre.
Comienzo a tararear una de las canciones que papá me cantaba para dormir y poco a poco va calmándose.
Beso la cima de su cabecita cuando suspira y comienza a cerrar sus pequeños ojos.
Tomo sus diminutos dedos y los acaricio hasta que ya no están tan helados. Luego los llevo a mi boca y soplo aire caliente en su manito. Vuelve a suspirar cuando siente el calor en su piel.
–Así es, bebé. Todo estará bien, yo te cuidaré. No pienso irme a ningún lado, bonita. Duerme tranquila.
Beso la cima de su cabeza y disfruto con su exquisito olor a bebé. Es una pequeña preciosa. Estoy segura que su papá se derritió de ternura en cuanto la vio. Porque aunque sea nuestro Capo y tenga que acabar con sus enemigos, estoy segura que guarda un lugar especial para esta preciosura en su corazón. ¿Quién podría no enamorarse de ella?
Tendré que preguntar sus horarios de comida, las medidas de la leche y sobre todo, dónde hay artículos especializados para ella. Hablaré con Anna antes que despierte.
Me muevo lo más lento posible, no quiero que despierte. Se ve tan en paz en este momento, que no quiero que nada arruine su merecido momento de descanso. Llorar de esa manera debe ser agotador.
Ya al lado de su cuna la alejo de mi cuerpo lentamente y la acuesto sobre las sábanas, pero antes de taparla abre sus ojitos y comienza a llorar nuevamente.
–Aquí vamos de nuevo.