En el corazón vibrante de Corea del Sur, donde las luces de neón se mezclan con templos ancestrales y algoritmos invisibles controlan emociones, dos jóvenes se encuentran por accidente… o por destino.
Jiwoo Han, un hacker ético perseguido por una corporación tecnológica corrupta, vive entre sombras y códigos. Sora Kim, una apasionada estudiante de arquitectura y fotógrafa urbana, captura con su lente un secreto que podría cambiar el país. Unidos por el peligro y separados por verdades ocultas, se embarcan en una aventura que los lleva desde los callejones de Bukchon hasta los rascacielos de Songdo, pasando por trenes bala, mercados nocturnos, templos milenarios y festivales de linternas.
Entre persecuciones, traiciones, y escenas de amor que desafían la lógica, Jiwoo y Sora descubren que el mayor sistema a hackear es el del corazón. ¿Puede el amor sobrevivir cuando la memoria se borra y el deseo se convierte en código?
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La piel que no es mía
El acceso estaba oculto tras una lavandería abandonada en Mapo-gu. Sora cruzó el umbral con pasos lentos, el cuerpo aún tembloroso, la mente envuelta en niebla. Bajó por una escalera de concreto, donde el olor a humedad y metal viejo se mezclaba con el zumbido de servidores. Al fondo, una puerta blindada se abrió con un chasquido.
La guarida de la resistencia no era lo que esperaba. No era caótica ni improvisada. Era precisa. Fría. Como si la tecnología que querían destruir fuera también la que los sostenía.
—Bienvenida —dijo Haneul, parada junto a una consola holográfica.
Sora no respondió. Su mirada recorría el lugar: pantallas flotantes, cables suspendidos, mapas de calor emocional de la ciudad. En una esquina, tres figuras trabajaban en silencio. Uno de ellos levantó la vista.
—Ella es —dijo.
Era un joven de cabello plateado, ojos rasgados y expresión afilada. Se llamaba Rin, experto en ingeniería emocional inversa. A su lado, una mujer de piel oscura y mirada intensa: Kaori, especialista en infiltración digital. El tercero, un hombre robusto con brazos tatuados: Dae, encargado de logística y seguridad, a quien recordo del día de su rescate.
—Tenemos poco tiempo —dijo Kaori—. La gala de Elysium 2.0 es mañana. Y tú eres la única que puede entrar sin levantar sospechas.
Sora se sentó en una silla metálica. Su cuerpo dolía. Su mente también.
—¿Por qué yo?
Rin se acercó. Le mostró una secuencia de datos.
—Porque tu perfil emocional está registrado como “vínculo exitoso”. Eres la historia que Daesan quiere mostrar. La prueba de que Elysium funciona. Te invitaron sin saber que ya no estás bajo control.
Sora cerró los ojos. Un temblor le recorrió la espalda. La abstinencia seguía. No de una sustancia. De una simulación. De una vida que no sabía si era suya.
—¿Y qué tengo que hacer?
Dae le entregó una tableta. En ella, el plano del edificio donde se celebraría la gala: el Centro de Innovación Daesan, una torre de cristal en Gangnam.
—Entrar. Localizar el núcleo de transmisión. Insertar el virus que Rin diseñó. Y salir antes de que el sistema te absorba.
Kaori se acercó con una caja negra.
—Pero no vas a entrar como tú. Vas a entrar como lo que ellos quieren ver.
Abrió la caja.
Dentro, un vestido negro de corte asimétrico, con detalles metálicos y transparencias estratégicas. Tacones afilados. Guantes largos. Un collar con un microdispositivo oculto.
—Fem fatal —dijo Kaori—. La musa del simulador. La mujer que todos quieren sentir.
Sora lo tocó. La tela era suave. Fría. Como una piel que no era suya.
—No sé si puedo hacerlo.
Haneul se acercó. Le tomó la mano.
—No tienes que ser perfecta. Solo tienes que ser real.
Sora la miró. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Mi padre está muerto. Y yo no lo salvé. Estaba tan metida en esto… que no vi que se estaba hundiendo.
Rin bajó la mirada.
—Todos perdimos algo. Yo perdí a mi hermana. Kaori, a su hijo. Dae… a sí mismo. Pero si no hacemos esto, nadie más tendrá la oportunidad de elegir qué sentir.
Sora se levantó. Caminó hacia un espejo. Se miró. El rostro estaba pálido. Los ojos, hundidos. Pero había algo más. Algo que no estaba en el código.
Rabia.
Culpa.
Fuego.
—Prepárenme —dijo.
Kaori la llevó a una sala lateral. La vistió con precisión quirúrgica. Le maquilló los ojos con tonos oscuros, le recogió el cabello en una trenza alta. Le colocó el collar con el microdispositivo. Luego le entregó una caja pequeña.
—Pastillas de bloqueo emocional. Si el sistema intenta inducirte, esto lo frena. Pero solo por treinta minutos.
—¿Donde han conseguido esto?—pregunto con la pastilla en la mano
—digamos que tenemos a alguien dentro trabajando para nuestro lado— respondió de manera evasiva Kaori
Sora las guardó.
—¿Y después?
—Después, eres tú contra Elysium.
Horas después, en la sala principal, los hackers revisaban los últimos protocolos. Rin ajustaba el virus. Dae preparaba la ruta de escape. Kaori verificaba los accesos.
Sora se sentó sola, en una esquina. Cerró los ojos.
Y entonces, lo sintió.
Jiwoo.
Su voz.
Su mirada.
Su dolor.
Todo volvía como una droga. Como una necesidad. Como una herida que no cerraba.
—No lo defiendas —susurró.
Pero nadie la escuchó.
La noche avanzó. La ciudad se iluminó. Las pantallas anunciaban la gala.
“Elysium 2.0: El futuro de lo que sentimos.”
Sora se levantó.
—Estoy lista.
Haneul la abrazó.
—No estás sola.
Sora no respondió.
Porque en ese momento, no sabía si era ella… o una réplica que había decidido arder.
