Enzo Y Lori

Lori se arrastró a su casa, sintiéndose sucia no solo por la tierra y el sudor, sino por el peso abrumador de lo que había escuchado. Con manos temblorosas, desempacó y lavó su maleta y ropa, buscando desesperadamente borrar cualquier rastro físico de ese día, pero el eco de las risas cínicas de Irina y sus amigas resonaba en sus oídos, grabado a fuego en su memoria. El nudo persistente en su estómago se apretaba ahora con la fuerza de un ancla.

El dilema la consumía como un ácido. Por un lado, estaba la ineludible necesidad de proteger a Enzo, su amigo del alma, de abrirle los ojos y evitar que se casara con una mujer tan vil y mentirosa. La rabia que sentía por la crueldad de Irina era tan grande que su primer instinto era correr a decírselo todo, sin medir las consecuencias. ¿Cómo podía permitir que el chico que amaba —el pensamiento la golpeó, ineludible— fuera utilizado de una manera tan manipuladora? Su amistad, su lealtad, la obligaban moralmente a intervenir, a ser la voz de la verdad.

Pero, por otro lado, estaba el riesgo monumental. Enzo se veía más feliz de lo que lo había visto nunca. Sus ojos brillaban cuando hablaba de Irina, de la boda y de sus planes futuros. ¿Y si ella le decía la verdad y él no le creía? Esta pregunta era un filo helado. ¿Y si, en lugar de agradecerle la honestidad, se enojaba y la acusaba de celos mezquinos? La amistad que con tanto esfuerzo y dedicación habían construido podría romperse de manera definitiva, hecha pedazos por una verdad que él no estaba dispuesto a ver. Él, en su ceguera enamorada, podría interpretarlo como una vil artimaña para separarlos, una excusa patética para que ella finalmente confesara los sentimientos románticos que había guardado en silencio.

Necesitaba hablar con alguien, soltar la carga antes de que la aplastara. Tomó su teléfono y marcó el número de Ron.

—Ron... necesito hablar contigo —susurró Lori, con la voz apenas audible por la tensión.

—¡Lori! ¿Qué pasa, te escucho fatal? —contestó Ron, su tono protector inmediatamente alerta—. ¿Estás bien?

—No, no lo estoy —dijo, tomando una bocanada de aire—. Estuve en el gimnasio, en las duchas, y... escuché algo terrible. Algo sobre Irina y Enzo.

—¿En las duchas, dices? —Ron hizo una pausa, su voz bajando a un murmullo—. A ver, cuéntame, pero rápido.

Lori le relató, en frases entrecortadas, la conversación de Irina y sus amigas: cómo ella admitía que el compromiso era solo un medio para conseguir dinero, cómo se burlaba de la ceguera de Enzo y de su futuro juntos.

—Ella solo lo quiere por la beca. Estar con él le asegura el patrocinio a nuevas y mejores universidades... ¡se reía! Se reía de él, Ron. Es horrible —dijo Lori, sintiendo que las lágrimas finalmente se asomaban.

Ron suspiró pesadamente al otro lado de la línea. —Escucha, Lori. Es... es una situación jodida, lo sé. Pero por favor, cálmate. No te enredes en esto ahora, ¿de acuerdo?

—¿Pero qué hago? ¡Tengo que decírselo! No puedo permitirlo...

—Lo sé, lo sé, y tienes razón. Pero lo que no puedes permitir ahora es que ella te vea nerviosa, que sepa que escuchaste algo —la interrumpió Ron, su tono volviéndose más urgente y práctico—. Irina es astuta. Si sabe que tú lo sabes, intentará algo, o peor, se adelantará. No le des la carnada, Lori.

—Pero Ron...

—No, escúchame bien. Respira. Lávate la cara. Por ahora, tu única prioridad es actuar normal. Mantente lejos de ella y no dejes que te vea ni por un segundo como una amenaza. ¿Me oyes? Mantente fuera de su radar.

—¿Y Enzo?

—Ya veremos. Por ahora, solo guarda silencio. Prométeme que no harás nada impulsivo y que te concentrarás en ser invisible para Irina. ¿Prometido?

Lori dudó, sintiéndose frustrada pero entendiendo la lógica detrás de la advertencia de su amigo. —Prometido —dijo finalmente, la palabra sonando hueca.

Los días se transformaron en un tormento de falsa normalidad. Lori observaba a Enzo desde la distancia, con el corazón encogido por el afecto y la impotencia. Lo veía sonreír con una felicidad radiante, lo veía planear el futuro con Irina con una convicción que la destrozaba, y en cada sonrisa, en cada gesto de amor ciego, su dilema se hacía más difícil de manejar. ¿Debería decirle la verdad y arriesgarse a perderlo para siempre, a ser tildada de celosa y mentirosa? ¿O guardar silencio y permitir que él fuera feliz, aunque esa felicidad estuviera cimentada sobre el más cruel de los engaños?

La noticia del compromiso de Irina y Enzo voló por todos los rincones, y la pareja se convirtió en el centro de atención, envuelta en un aura de falso cuento de hadas. Él no paraba de hablar del impresionante anillo que le había regalado, de cómo ella era la mujer perfecta, y de todos los planes que tenían. Lori intentaba evitarlo, se desviaba por pasillos secundarios y comía sola en la cafetería, pero era inevitable encontrarse en los pasillos, en la sala de estar común, y cada vez que lo hacía, el secreto pesaba más y la asfixiaba. Se sentía como una traidora, no por callar el secreto, sino por la terrible verdad que guardaba como un veneno. Aún no sabía qué camino tomar, pero el tiempo se le agotaba, y pronto, su decisión, cualquiera que fuese, tendría consecuencias irreparables para la vida de ambos. La cuenta regresiva había comenzado.